El Reino de los Visigodos

 
Turismundo rehén del general Aecio mientras su pueblo combatía a los hunos, juró no volver a fiarse de los romanos. Atila podría haber sido apresado de no haber sido por el orgulloso general, que no permitió que los godos se apuntaran ese tanto. Sin embargo, su propio padre había perdido la vida combatiendo a los hunos, todos los godos habían luchado con fiereza. Aecio actuó como un mezquino, y eso no se lo perdonaría. 


El rehén del general romano

Hemos visto quiénes eran los godos. Tribus que salen de las islas escandinavas y se van instalando en diversos puntos de Europa buscando tierras más cálidas. A su vez, de Asia llegan los hunos, nómadas y terribles guerreros que van sometiendo a cuanto pueblo encuentran a su paso. Los godos, ante el empuje de los hunos, huyen hacia el sur, hasta encontrar la frontera romana. Roma, cada vez más en decadencia, ve la oportunidad de engrosar sus ejércitos con mercenarios godos y de otros pueblos bárbaros. Pero Roma menosprecia a los godos e incumple repetidas veces sus acuerdos con ellos, por lo que, Alarico, su rey, pierde la paciencia e invade Roma capital. La propia sobrina del emperador, Gala Placidia es secuestrada. A partir de aquí, el imperio está en jaque. Pero Alarico muere y sus sucesores van pactando. Gala Placidia llega a ser reina de los visigodos, pero a la muerte de su marido Ataúlfo, vuelve a Roma. También hemos visto ya quiénes eran los hunos y cómo humillaron al Imperio, obligándolos a pagar tributos para mantener la paz.  

Pero a la muerte del emperador de oriente llega al poder Marciano, un general bien curtido, que le planta cara a Atila y le dice que si quiere cobrar los tributos venga él mismo a buscarlos, pero le advierte que quizás, en vez de dinero encuentre su espada. Atila monta en cólera y bajo el pretexto de que se le ha negado la mano de Honoria, la hija de Gala Placidia, reúne un gran ejército y se dirige a las Galias. Es aquí donde se unen los dos hilos de nuestra historia, que desemboca en una gran batalla entre hunos y la coalición de godos y romanos. Y son éstos los que obtienen una gran victoria contra los hunos, demostrándose así, que Atila no era un buen general cuando de mandar un gran ejército se trataba. Pero ahora estaba furioso y se dedicaba a aplacar su rabia con acciones tan cobardes como atacar poblaciones desamparadas.  

Turismundo

En las Galias, Turismundo, recién nombrado rey de los visigodos, da sepultura a su padre mientras por su mente no pasa otra cosa que no sea romper toda clase de lazos con Roma. Turismundo fue nombrado rey sobre el cuerpo aún caliente de su padre, y desde el primer momento le dejó claro a los nobles sus ideas expansionistas y su voluntad de cortar todos los lazos con Roma, que no había hecho otra cosa que menospreciarlos, engañarlos y humillarlos desde los tiempos del rey Alarico. Pero los nobles no veían con buenos ojos la ruptura con Roma, y en esa postura iba a encontrar a sus propios hermanos Frederico y Teodorico. En cualquier caso, el reino de Tolosa fue expandiéndose cada vez más y Turismundo fue ganando terreno a los demás pueblos bárbaros que se asentaban por la Galias. Hasta aquí, Roma no se pronunció, pues tanto daba si las Galias pertenecían a unos u otros bárbaros. Pero he aquí que Turismundo puso cerco a Troye, una ciudad gala bajo la protección romana. Entonces, el general Aecio quiso poner fin a aquel desafío.  

Era una noche cualquiera del año 453. Turismundo andaba preocupado por su fallido ataque a la ciudad de Arles e invitó a cenar a sus hermanos. Hablar con ellos sobre el tema le ayudaba a sofocar su ansiedad. Sabía que Frederico y Teodorico eran contrarios a sus ideas, y vio un buen momento para intentar convencerles de que se equivocaban. Con Roma, el pueblo godo no llegaría nunca a ser nada, solo vasallos del imperio. Alarico había sabido verlo y él estaba resuelto a continuar por el mismo camino. Si ellos, sus hermanos al menos, ya que los nobles estaban ciegos, si ellos pudieran ver más allá y le ayudasen… Pero sus hermanos solo le seguían la corriente. Unos días antes, Frederico y Teodorico se habían entrevistado con el general Aecio, que preocupado por la actitud de Turismundo quería buscar una solución. Roma era el Imperio donde querían entrar a formar parte todos los demás pueblos. La prosperidad, el futuro. ¿Por qué Turismundo se volvía ahora contra Roma? Aecio sabía que podía contar con sus hermanos, pero, ¿hasta qué punto? Hasta el final, fue la respuesta. Y aquella noche, no fue un Judas, sino dos, los que se sentaron a la mesa, que después de aceptar la cena de su hermano se despidieron deseándole buenas noches cuando éste se retiró a dormir, para acto seguido entrar a su aposento, inmovilizarlo y estrangularlo.  

Hay otras versiones que cuentan que Turismundo se encontraba enfermo en su cama y enviaron a un criado a hacer la faena. Pero cualquiera que fuera quien lo hizo, el caso es que fue asesinado por una conspiración tramada por Aecio  

¿Y qué había sido de Atila? En su afán de venganza, había recorrido Italia de norte a sur arrasando cuanto encontraba a su paso, haciendo valer aquella frase que decía que donde pisaba su caballo no volvía a crecer la hierba. Pero encontrándose al sur, comenzó a extenderse una epidemia entre su ejército, hasta tal punto que pronto hizo más daño entre sus hombres que el sufrido en la batalla contra romanos y visigodos en las Galias. Atila, que era muy supersticioso, llegó a creer que lo que sus hombres sufrían era un castigo divino, al igual que lo sufrió Alarico estando también en el sur de Italia, por lo que, temió por su propia vida y decidió salir de aquellas tierras. Sin embargo, la superstición no le hizo dar marcha atrás en su idea de no abandonar Italia sin antes hacer lo que el propio Alarico hizo, arrasar Roma capital. Esta decisión vino tras la nueva negativa de Marciano a seguir pagando tributos a los hunos. La primera negativa, recordemos, fue lo que enfureció a Atila, provocando el ataque a las Galias con la excusa de que le habían negado la mano de Honoria. Pero el ejército de Atila no estaba en sus mejores momentos para hacer frente a un posible ataque. Tampoco lo estaba Aecio, que había estado siguiendo las acciones de los hunos durante su campaña pero sin presentar batalla, pero el general Marciano, ya había enviado tropas al Danuvio, por lo que había que actuar con mucha cautela.  

Atila marchó contra Roma, y encontrándose en el río Po, cerca de la ciudad de Mantova, vino a hacerle frente la última persona en el mundo que esperaba encontrar, nada menos que el mismísimo Papa. León I, canonizado un siglo después de su muerte, no temía a Atila, que acechaba como un perro rabioso, pero el Papa era un gran diplomático. Por su parte, Atila, todo lo que tenía de guerrero lo tenía de supersticioso. El hecho de que aquel clérigo tuviera nombre de animal ya no le auguraba nada bueno. No obstante, se habla de que ambos tuvieron una charla de lo más cordial. Nadie sabe lo que hablaron ni lo que negociaron, lo único claro es que Atila se retiró y no atacó Roma. Y ahora, todo lo que algunos historiadores han tratado de averiguar al respecto son hipótesis, que van desde los que creen que el Papa le ofreció en oro todo lo equivalente a lo que hubieran obtenido con el saqueo, hasta los que piensan que la superstición de Atila le hizo recapacitar, pues Alarico había muerto después de saquear la ciudad. De una manera u otra, León I evitó una masacre y Atila no entró en Roma como lo hizo Alarico.  


Teodorico

Había matado a su propio hermano, pero nadie, excepto los adeptos a Turismundo, se lo iba a tener en cuenta y fue elegido nuevo rey. Había sido un mero trámite para quitar a un rey y poner a otro. Los nobles y todo el que pintaba algo en las tribus de aquella época lo aceptaban, sin más. La política de Turismundo no gustaba a los que pensaban diferente. Se le mata y punto. A rey muerto, otro en su puesto. Así parece que eran las cosas en aquellos tiempos, en fin. Sea como fuere, los visigodos tenían nuevo rey en el reino de Tolosa, allá por las Galias, la Francia de aquellos entonces. Teodorico era partidario de seguir formando parte del Imperio, así que su política iría principalmente dirigida a favorecer los intereses romanos, pues según él, el bien de Roma era el bien de su propio reino.  

Aecio y él harían buenas migas. Como federados de Roma, los visigodos debían principalmente proteger las fronteras del Imperio, aunque también deberían acudir a socorrer cualquier foco de rebeldía como aliados. Fue el caso de la Tarraconense, en Hispania, donde las cosas estaban revueltas. Los bagaudas eran una especie de bandoleros que protestaban contra el sistema imperial romano, aunque a veces solo se dedicaban al pillaje y la rapiña. Valentiniano III había enviado destacamentos a esta provincia a fin de resolver el problema de seguridad que los terratenientes padecían con estos bandoleros. Aecio le concedió a Teodorico el privilegio de ponerse al mando de estas tropas. Teodorico II ya tenía su premio, y Aecio tenía su marioneta.  

Pero el instigador del asesinato de Turismundo estaba a punto de pagar por su crimen. Quien a hierro mata, a hierro muere. Una conjura se cernía sobre la cabeza de Aecio y él nada sospechaba. Valentiniano III, hijo de la ya difunta Gala Placidia, era de carácter endeble y pendenciero. Pero su madre ya no estaba allí para protegerle, y su dependencia se convirtió en temor e inseguridad. Aecio era su principal preocupación. Un general que había vencido nada menos que al todopoderoso Atila podía hincharse de orgullo y atentar contra su persona. Y el hecho de que no hubiera acabado con él, con rumores que hablaban de una supuesta amistad con el huno y que le había perdonado la vida, le hacían a sus ojos más peligroso todavía. La envidia de Valentiniano al enterarse de que Atila había sido vencido fue tal, que mandó de inmediato la fabricación de monedas con su figura representando un guerrero que pone el pie encima de un huno vencido, cuando ni siquiera estuvo presente en la batalla, y cuando ni siquiera fueron los romanos los artífices principales que provocaron la derrota de los hunos. Valentiniano lo tenía decidido, Aecio debía morir.  

Era el año 453, Atila regresaba a su reino, Panonia, y lo hacía con su ejército diezmado y enfermo. Allí se quedarían el tiempo necesario para reorganizarse y preparar un nuevo ataque. Al Imperio de Oriente se la tenía jurada, Marciano iba a pagar su osadía de haberle negado los tributos. Tenía ganas de demostrarle a aquel general que había llegado al poder gracias a su casamiento con la hija de anterior emperador, que nadie podía retar a Atila y salirse con la suya. Después, si conseguía superar su superstición, quizás se decidiera por fin a saquear Roma. En cuanto a Honoria, bueno, a Honoria ni siquiera llegó a conocerla. Era ya el mes de marzo, sus hombres, los que no habían muerto, se recuperaban bien. A él mismo, a sus 50 y tantos años le estaba sentando bien aquel descanso. Y entonces sucedió algo imprevisto.  

Ante él se cruzó Ildiko, una princesa de la tribu de los burgundios, aunque otros cuentan que era ostrogoda. Ildiko era tan bella, que Atila no se lo pensó dos veces, se casaría inmediatamente con ella. Al lado del río Tisza se organizó una gran fiesta para celebrar la boda. Atila no era dado a la bebida en exceso, pero aquella era una ocasión especial y brindó una y otra vez con todo el que llegaba a felicitarlo. Aquella noche, el rey de los hunos estaba más alegre que de costumbre, nada fuera de lo normal en una boda, la suya propia. Pero Atila hacía una temporada que padecía un problema, cuando menos lo esperaba, tenía hemorragias nasales. Y quizás fue esto lo que le mató, porque Atila moriría aquella noche.  

Después de la fiesta, Atila subió a sus aposentos con su esposa. Nadie sabe exactamente qué pasó, pero a la mañana siguiente sus hombres lo encontraron muerto en el suelo en un gran charco de sangre y a su esposa llorando horrorizada. Como no hay datos que detallen qué fue lo que ocurrió realmente, siempre hay quien propone más de una versión. La más aceptada es la de la hemorragia nasal, que al pillarle dormido y borracho no pudo reaccionar y murió ahogado en su propia sangre. Pero hay quien no descarta un asesinato cometido por su propia esposa o incluso por espías romanos y tampoco se descarta una muerte súbita, nada que se pueda probar, pero el caso es que Atila, el azote de Dios, dejó de serlo aquella noche. 


La cultura de la muerte

¿Eran romanos, godos, hunos y demás bárbaros tan criminales como pensamos que eran? Nos ha llegado la horrible imagen de romanos que disfrutaban en el circo viendo cómo se mataban unos gladiadores contra otros, con toda seguridad esclavos obligados a hacerlo. Peor aún resultaban las sesiones donde familias enteras, incluidos niños, eran devorados por leones y otras fieras. ¿Era la chusma tan despiadada como para disfrutar viendo semejantes espectáculos de horror? Quizás donde peor se las gastaban era en las altas esferas de la época, donde se conspiraba y se llevaban a cabo ejecuciones de los más altos cargos, incluidos senadores, césares y emperadores. Entre los godos, alanos, suevos, hunos y demás podemos encontrar más de lo mismo. Reyes que son asesinados por sus propios hermanos para llegar al poder y oponentes vencidos que son ejecutados sin piedad.  

Mil años más tarde la cosa no había cambiado demasiado y en el siglo xii todavía encontramos, por ejemplo, a los hijos de Fernando I, Sancho y Alfonso, librando encarnizadas batallas por los reinos de León y Castilla. Cuando ahondamos en nuestra historia, que en este aspecto no es ni mejor ni peor que la de otros países, es inevitable llegar a pensar: ¡Por Dios! ¿Qué clase de reyes nos gobernaron en el pasado? ¡Qué vergüenza, qué criminales! Tranquilos, que por horrible que parezca, la cosa no es para tanto.  

La explicación pudiera estar en que, con el paso de los siglos, quizás nos hemos vuelto demasiado sensibles y nos escandalizamos por “nada”. Ironías aparte, el caso es que ellos no lo hacían, no se escandalizaban, tenían otra percepción de la vida en todos los aspectos. El despido, o la destitución de cargos públicos no se había inventado todavía, y si alguien no valía para un determinado cargo, se le mandaba al otro barrio de la misma manera que hoy se le manda a la cola del paro, con la ventaja de que tal sistema era más rentable para el gobierno que no tenía que pagar subsidio de desempleo o pensiones vitalicias. La lista de emperadores asesinados es interminable. Pero fíjense que el nuevo emperador a menudo solía ser el mismo asesino. ¿Con qué argumentos podría presentarse hoy como presidente del gobierno alguien que hubiera asesinado al presidente anterior? Y sin embargo en la antigua Roma se hacía de la forma más natural y con todo el derecho a quedarse con la esposa viuda, con las hijas y hasta con el perro.  

Evidentemente, esto tenía sus riesgos como se ha demostrado en repetidas ocasiones. No todos podían estar de acuerdo con aquellos métodos, pero nada difería demasiado de un emperador elegido sin sangre de por medio. Entre los godos, aquella “entrañable” lista de los reyes godos, ya hemos visto cómo los propios hermanos llegaban a liquidarse, y no precisamente por envidiar el trono, sino por el propio bien del pueblo. Eliminar al rey que no hacía lo que la mayoría creía correcto era una forma de hacer un buen servicio al reino. De esta forma, Teodorico II fue un buen rey y nadie le reprochó haberlo sido con las manos manchadas de sangre de su propio hermano. Pero he aquí que cuando dejó de hacer lo que todos pensaban que era bueno para el pueblo, no dudó en liquidarlo su otro hermano. Y tampoco nadie lo tachó de criminal.  

Pero, ¿por qué pensaban y actuaban así en aquella época? Bueno, en aquella época y en esta. Porque viendo lo que ocurre en nuestros días en determinados lugares podemos hacernos una idea de lo que ocurría hace 2.000 años. Todo es cuestión de culturas y modos de vida. En los países más desarrollados ha cambiado la mentalidad hasta el punto de ver imposible que reyes como aquellos llegaran a gobernarnos a día de hoy. Sin embargo, en aquella época, la vida no se concebía sin la muerte. La guerra era la razón de ser de muchos hombres y mujeres. Y en las guerras de hace 200 años para atrás, la muerte estaba mucho más presente. Una bomba puede matar a cien veces más hombres que una espada, pero con la espada, la muerte podía sentirse muy de cerca, porque la propia sangre de tu enemigo te salpicaba. Se puede decir que los hombres estaban curtidos en la muerte.  

La guerra era un oficio corriente, los reyes no podían permanecer en el poder sin las guerras, los reinos necesitaban las guerras, porque las guerras eran el principal negocio de todo país. Y ante tanta guerra, la cultura de la muerte estaba tan instalada en la sociedad, que prácticamente todo rondaba alrededor de ella. Después de todo, la muerte era un ciclo más en el tránsito de la vida. Porque todos estaban convencidos que más allá de nuestra existencia en la tierra había algo más. Y si no, a cuento de qué se enterraba a la gente junto a sus tesoros, el que los tuviera. Grandes reyes como Alarico o Atila fueron enterrados junto a grandes fortunas, porque estaban convencidos que en el más allá las necesitarían. Si eras rico en este mundo lo seguirías siendo en el otro.  

En cuanto a los miserables, seguirían siéndolo aquí y allí también. Por eso, matar a tu hermano podía significar solamente adelantar su tránsito hasta la otra vida, ya que en ésta solo era un obstáculo. Cortar la cabeza a tu enemigo era un simple trámite burocrático en beneficio de tu pueblo. Y mucha de la gente de tu alrededor no era más que gente fuera de lugar, como los esclavos, que al menos mientras estuvieran en esta vida podían dar un buen servicio a los que sí estaba en su lugar. Y por eso nadie se escandalizaba cuando los cristianos, que no eran más que alborotadores en la civilizada Roma, se destinaban a divertir al pueblo sirviendo de alimento a los leones del circo. Hubiera sido una pena enviarlos al más allá sin haberlos aprovechado antes para distracción de un pueblo, que debido a la guerra, estaba falto de diversión.  

Aecio fue acusado de conspirar contra Valentiniano para usurparle el trono, fue llamado a Palacio y ejecutado allí mismo. Roma perdió a uno de sus grandes generales. Un pilar más que perdía el Imperio. Un paso más hacia el abismo al que estaba condenado a caer. . Por si fuera poco, África ya no era el granero de Roma, al menos no un granero donde abastecerse gratuitamente. Ahora había que pagar. ¿A quién? A Genserico, el rey de los vándalos en el norte del continente, aquellos vándalos que fueron hostigados en la península Ibérica y que hartos de luchar cruzaron el estrecho para establecerse en lo que una vez fuera Cartago y hoy es Marruecos y Argelia. Y Valentiniano tenía que aguantarse y pagar, porque si por el norte ya tenían a los hunos, ahora solo le faltaba tener como enemigos a los alanos en el sur. Tal vez por eso, Valentiniano quiso estrechar lazos con su rey Genserico casando a su hija con su hijo. Pero este compromiso iba a terminar en un autentico desastre.  

Eudoxia, así se llamaba la chiquilla, era la hija menor de Valentiniano, y estaba a punto de hacer exactamente igual que su tía Honoria, pedir socorro a los bárbaros. Eudoxia fue prometida en matrimonio a Hunerico, el hijo de Genserico. Hasta aquí todo bien. Pero un par de años más tarde, en 455, los familiares y amigos del general Aecio llevaron a cabo su venganza y Valentiniano fue asesinado. El nuevo asesino, Petronio Máximo, se convertiría, cómo no, en nuevo emperador. Petronio entonces toma una decisión que sería fatal para él y para la ciudad, casarse con la viuda y prometer a su hijo Palladio con la hija del difunto Valentiniano. Eudoxia pide socorro, ¿a quién? A su prometido, a quien ni siquiera conoce. Eudoxia no estaba dispuesta a casarse con el hijo del asesino de su padre. Vamos ahora a tratar de imaginarnos los acontecimientos que vienen a continuación, a sus personajes y su forma de actuar.  

En una parte tenemos a los romanos, que no necesitaban la menor excusa para quitar de enmedio a un emperador y usurparle el puesto. Si tienes a unos cuantos senadores de tu parte y la guardia ha sido sobornada debidamente, la cosa te puede salir medianamente bien. En la calle, la gente asiste con estupor a lo que ocurre, pero, salvo excepciones, suelen pasar del tema. Al otro lado del estrecho tenemos a unos bárbaros, que por muy civilizados que a esas alturas estuvieran, seguían siendo bárbaros en el sentido moderno de la palabra, aunque originalmente solo significaba extranjero. Estos bárbaros, aunque siempre habían deseado formar parte del Imperio, no se sentían precisamente favorecidos por sus gobernantes, por lo que, en el fondo siempre había un resentimiento. De pronto, llega una carta que pide socorro.  

Además, el asesino y usurpador ofende gravemente al hijo del rey bárbaro pretendiendo robarle a su prometida. ¿Qué ocurre entonces? Que Genserico enloquece porque no puede creer que se lo hayan puesto todo en bandeja. No está escrito que por la cabeza de Genserico pasara emular la hazaña de Alarico saqueando Roma, pero seguro que alguna vez lo deseó, porque no se lo pensó ni un instante y puso a todo su ejército en marcha. La doble excusa: derrocar al usurpador asesino y no permitir que le robaran la novia a su hijo. El verdadero motivo: los tesoros que podían conseguir saqueando aquella hermosa ciudad. Porque, ¿cuándo le iban a brindar una oportunidad como esta que ahora se le presentaba? Y encima, el general Aecio ya no estaba para hacerles frente, las fuerzas de Roma estaban bajo mínimos. Era ahora o nunca.  

Verdaderamente, Genserico enloqueció. El pueblo de Roma, al enterarse de que los bárbaros estaban a las puertas de la ciudad, se levantó en armas contra Petronio, esta era una de esas excepciones en que el pueblo no pasaba del tema. Por su culpa iban a sufrir un nuevo saqueo, y para colmo, Petronio no solo no podía hacer frente a lo que se le venía encima a Roma, sino que pretendía escapar. Petronio fue apedreado hasta morir, pero ahora quedaba lo peor. Al Papa León I le iba a tocar de nuevo hacer el papel de salvador de la ciudad. Salvador I hubiera podido ser perfectamente su nombre. Imaginemos de nuevo la situación. Los bárbaros a las puertas de la ciudad. Enfrente el Papa. El uno con cara de santo, el otro con cara de loco. El santo le pide por Dios que deje en paz a aquella ciudad que ya sufrió en sus carnes la barbarie de Alarico y a punto estuvo de sufrir de nuevo la de Atila. El loco no deja de mirar a un lado y a otro con los ojos muy abiertos y sin dejar de repetir una frase: ¡cuanto que robar! Es lo que cuentan que decía al verse rodeado de tantas riquezas, o lo que él intuía que podía haber en el interior de tan majestuosas casas. Una especie de Smigol que no dejaba de repetir: “mi tesoro”.  

El Papa, por muy buen diplomático que fuera, enseguida se dio cuenta que no iba a ser fácil convencer a Genserico de que desistiera en su empeño de arrasar la ciudad. Así que optó por lo más fácil y lo menos doloroso, permitirles que la saquearan y robaran cuanto quisieran bajo el juramento de no hacer daño a nadie ni destruir edificios ni monumentos. Genserico aceptó. Genserico cumplió su deseo de saquear Roma, que fue despojada de muchas riquezas, pero no sufrió daño alguno, o no todo el daño que hubiera sufrido si a los bárbaros se les hubiera dado vía libre.  


Los títeres de Roma

Cuando Teodorico II se enteró de todo lo ocurrido marchó a Roma a ver qué se podía hacer por salvarla. Aecio había muerto, y a su vez también murió el que lo mandó ejecutar, y también el que ejecutó al ejecutor. La ciudad había sido arrasada por los bárbaros de África, que además, se habían llevado como rehenes a la viuda de Valentiniano y a sus dos hijas, una de ellas la prometida de Honorico, el hijo del rey Genserico. Un verdadero desastre. El Imperio occidental estaba completamente roto. Del esplendor de Roma solo quedaban ya sus edificios y sus monumentos, que habían sido respetados una vez más por sus saqueadores. Ni siquiera había ya nadie que la gobernara. Y en un empeño porque Roma no muriera definitivamente, fue nombrado un nuevo emperador: Marco Mecilio Avito. En su elección tuvo mucho que ver la influencia de Teodorico, pues Avito había sido gran amigo de su padre y sin duda beneficiaria los intereses del pueblo godo. Los visigodos eran pues, los federados más influyentes del Imperio, y por eso, los demás pueblos bárbaros de la península Ibérica se rebelaron contra el nuevo emperador, no reconociéndolo como tal. Requiario, rey alano de la provincia Gallaecia, lanzó un ataque contra la Bética, la Cartaginense y la Tarraconense, es decir, comenzaron a saquear practicamente toda Hispania. Teodorico se lanzó a hacerles frente con un gran ejército.  

Era el año 456. Ante el empuje visigodo, los Alanos se replegaron para organizarse y enfrentarse de nuevo en las inmediaciones de Astorga, a orillas del rio Órbigo. El 5 de octubre tras un brutal combate con centenares de bajas en ambos bandos, Requiario ve cómo los suyos retroceden hasta salir huyendo en desbandada. Teodorico ordenó la persecución de los alanos hasta que Requiario fuera capturado. Tras varios meses, el rey alano fue capturado en Oporto. Requiario fue el primer rey germánico que se convertía al catolicismo y sus relaciones con los visigodos habían sido bastante buenas, hasta el punto de que se casó con una hija de Teodorico I, o sea que Requiario era cuñado de Teodorico II. La ofensa contra el visigodo había sido grande, Requiario lo sabía, y también sabía cuáles eran las penas que se imponían en estos casos, pero por el hecho se estar casado con su hermana podía salvarle la cabeza. Eso era lo que él esparaba, pero Teodorico no dudó en mandar que se la cortaran. En la provincia Gallaecia fue nombrado por el propio Teodorico un nuevo rey de su confianza, Agiulfo. Pero Teodorico no acaba de aplacar una revuelta cuando le estalla otra. En Roma ha sido destituido Avito, el emperador que él había dejado en el trono. En su lugar gobernaba ahora un tal Julio Mayoriano, que se había alzado con la ayuda de Ricimero, un rey suevo pariente de los visigodos.  

Teodorico no reconoció a este nuevo emperador y su desafío consisitió en expandir el reino de Tolosa apoderándose de nuevos territorios galos. Pero Julio Mayoriano era un duro oponente y le paró los pies. Al final, a Teodorico no le quedó mas remedio que pactar con él. Quizás por haberle podido parar los pies a Teodorico, el nuevo emperador creyó que podría hacer lo mismo también con los vándalos del norte de África, pero fue con estos donde sufrió una severa derrota. Y tras la derrota el castigo, Mayoriano fue asesinado. El propio Ricimero, que había alzado al trono a Mayoriano, ponía ahora en su lugar a un tal general Livio Severo. Un baile de emperadores títeres que irán marcando el ritmo cada vez más acelerado de la caida del Imperio. Como Teodorico tiene comprobado que siempre le ha ido mejor su alianza con Roma antes que enfrentarse a ella, decide aliarse también con el nuevo emperador. Pero esta vez, los nobles visigodos no están de acuerdo. Roma se había deteriorado demasiado en los últimos 13 años desde que él mató a su hermano por esta causa. Estar con el Imperio significaba entonces estar con los vencedores, ahora todos sus emperadores eran títeres y perdedores. Teodorico debía hacer que su pueblo se sintiera de una vez lo que era, una potencia creciente que ya nada necesitaba de Roma. Pero él no lo veía así. Y por eso, los nobles decidieron que debía dejar el puesto de rey. Su hermano Frederico había muerto unos años atrás, pero todavía le quedaba Eurico, y este fue el elegido para la ejecución. Eurico mató a su hermano Teodorico, tal como éste había matado a Turismundo. Por el bien del reino.  


El reino de Tolosa

Ricimero fue un curioso y controvertido personaje que luchó junto al general Aecio. Tras la muerte de éste y de Valentiniano, fue nombrado comandante de los ejércitos y se las ingenió para tomar el control de la corte e ir nombrando y descartando emperadores según su antojo, pues al ser germano, él mismo no podía serlo. Los visigodos por su parte ya tenían nuevo rey: Eurico. Era el menor de los hijos de Teodorico I pero ya tenía 46 años cuando fue nombrado rey. A Eurico, todo aquel baile de marionetas en Roma le vino muy bien, pues se desentendió por completo del Imperio y se dedicó a expandir su propio reino. El reino de Tolosa llegó a tener su máxima extensión y además fue conquistando territorios en Hispania. Para el año 468 la mayor parte de la península Ibérica ya formaba parte del reino visigodo, convirtiéndose en la máxima potencia mediterránea. Eurico llegó a reconocer solo a uno de aquellos emperadores títeres, a Julio Nepote, del que obtuvo reconocimiento de la independencia goda.  

En aquel momento se puede decir que nació el pueblo godo como nación. Y no lo hizo como tribu primitiva ni como reino nómada y arcaico, sino como reino con territorio donde asentarse, organizado y con leyes propias, pues Eurico fue el primer rey germánico en crear un cuerpo legislativo y gobernar mediante leyes escritas. A estas leyes se les llamó el Código de Eurico y se componían de unos 400 capítulos. Aunque hay que decir que todas estas leyes solo se aplicarían, de momento, a los componentes del pueblo visigodo y no a los habitantes nativos de los territorios conquistados. Flavio Rómulo Augusto no tenía más de 12 o 13 años cuando fue nombrado emperador por su propio padre, el general Orestes. Era el año 475. Orestes había servido como secretario de Atila aunque era ciudadano romano y por aquel ir y venir de generales y emperadores, ahora le tocó a él tomar las riendas del alocado Imperio que se venía abajo irremediablemente. Los historiadores no dejan de notar lo curioso de que éste emperador llevara los nombres de Rómulo, fundador de Roma, y Augusto, primer emperador, porque Rómulo Augusto sería ya el último; el Imperio Romano desaparecía en el año 476 cuando fue destituido. Muchos le llamaron Augústulus, que significa pequeño Augusto.  

Hay quien difieren y mantiene que el último emperador fue Julio Nepote, pues éste siguió gobernando después de la destitución de Rómulo, pero lo cierto es que Roma desapareció del mapa tal como había sido hasta ese momento. Roma había ido perdiendo territorios y en el momento de su caída solo se componía de Italia, parte de las Galias y poco más. Quien saldría beneficiada de todo aquello sería la Roma Oriental, que subsistiría casi mil años más. La parte occidental nació por la necesidad de una administración más eficaz de lo que llegó a ser una basta extensión de territorio. El primero en dividirlo en dos fue el emperador Diocleciano a finales del siglo III, instituyendo la forma de gobierno conocida como tetrarquía. Esto consistía en dividir el poder en dos partes, cada emperador se encargaría de una parte del imperio y a la vez habría dos césares o emperadores de reserva. En la práctica, este sistema fue un desastre cuando Diocleciano dejó el poder y se desataron una serie de guerras civiles que concluyeron cuando Constantino I reunificó de nuevo el Imperio en 324. Constantino pensaba, que en vez de dividir el imperio, podría trasladarse la capital a un lugar más eficiente. Fue entonces cuando se reconstruyó la ciudad de Bizancio para convertirla en nueva capital del imperio.  

La llamó Nueva Roma, aunque popularmente siempre se conoció como Constantinopla (la Ciudad de Constantino). El lugar era ciertamente inmejorable y desde allí se controlaban las principales rutas comerciales del Mediterráneo oriental. Aparte de situar allí la capital, Constantino adoptó la religión Católica y Teodosio la proclamó como oficial a finales del siglo IV. A la muerte de Teodosio, el Imperio vuelve a dividirse. La parte occidental, la compuesta principalmente por Italia, Galia e Hispania, con capital en Roma, la gobernaría Honorio. La parte occidental, compuesta por los territorios griegos, asiáticos y africanos, con capital en Constantinopla, la gobernaría Arcadio. Quizás por su situación más estratégica, o quizás por el temperamento de sus gobernantes, la parte occidental siempre resistió mejor los ataques de los bárbaros que casi siempre preferían embestir contra occidente.  

Tenemos el caso de Atila, que prefirió atacar en la Galia poniendo como excusa la negativa de Valentiniano a entregarle a Honoria como esposa, aunque el verdadero motivo fue que Marciano no quiso seguir pagando tributos. Los vándalos por su parte se instalaron en el norte de África hasta apoderarse del grano que entraba a Roma. Y para colmo de males los emperadores se sucedían a una velocidad de vértigo. Todo esto había causado tal desgaste, que el Imperio no pudo resistir más. Año 576, fin del Imperio de Occidente. Comienza la era del Imperio Bizantino, la parte oriental en solitario. A su vez, va naciendo Hispania como reino, aunque en esos instantes sus fronteras eran cambiantes y abarcaban desde la mitad de Francia hasta casi toda la península, a excepción de la parte noroeste, donde reinaban los suevos, aunque como vasallos de los visigodos. Era el Reino de Tolosa.  


Los arrianos

Eurico llevó al reino visigodo a su máxima extensión y le proporcionó un código de leyes. Pero este rey era odiado en las tierras de nueva conquista. La razón hay que buscarla no solo en la personalidad de Eurico, que ya de por sí era despiadado con los vencidos, sino en su religión, que chocaba frontalmente contra el catolicismo. Los visigodos se habían convertido al arrianismo, que no es muy diferente a la religión católica, pero lo suficiente como para incitar al odio de unos contra otros. Conviene aclarar como empezó todo.  

Los romanos eran politeístas y adoraban todo cuanto le pusieran delante. Tal como hacían los griegos, tenían un dios para cada menester. Incluso adoptaron a sus dioses (a los dioses griegos) cambiándoles el nombre. Por lo tanto, no es de extrañar la aceptación del Dios de los cristianos. Pero cuando la religión católica fue hecha oficial, los romanos se vieron de pronto privados de sus innumerables dioses, así que los dirigentes católicos se vieron casi obligados a tener cierta condescendencia adoptando algunas costumbres y tradiciones no solo entre los romanos sino entre otros pueblos adheridos al Imperio. Los bárbaros que iban llegando a Roma intentaban encajar en ella y la conversión al cristianismo era un requisito, si no exigible, sí conveniente. Por lo tanto, los visigodos instalados en territorio romano eran ya católicos.  

Ante tanto cambio de religión, no es de extrañar que ciertos estudiosos en teología miraran con lupa la nueva religión dominante en el Imperio. Jesucristo solo hacía tres siglos que había muerto en territorio de dominio romano y bajo la justicia de uno de los gobernadores del Imperio. Querían tener claro quién era aquel que en apariencia era hombre pero a la vez, todos decían que era el mismísimo Dios y había hecho milagros. Y así, poco después de que Constantino legalizara el cristianismo, un tal Arrio, presbítero de Alejandría, difundió la idea de que Cristo era hijo de Dios, pero no Dios, y además le negaba la divinidad. Como ejemplo ponía el hecho de que Jesús no fue capaz de salvarse de la cruz. El tema, donde se analiza la naturaleza de Cristo, es algo más profundo y complejo, pero en lo fundamental, el arrianismo consiste básicamente en estar en contraposición de la Trinidad católica. El arrianismo fue condenado como herejía en el 325, aunque subsiste hasta nuestros días en numerosas religiones basadas en el cristianismo.  

Aparentemente, tan poca cosa ponía en entre dicho la divinidad de Cristo y eso dio lugar a que Eurico chocara frontalmente contra los católicos que ya habitaban la península Ibérica, que por cierto, eran muchos más que los visigodos. En la península había unos 5 millones de habitantes adaptados ya a las costumbres romanas. Llegar, conquistar y decir aquí mando yo no era suficiente, había que poblar Hispania con gente visigoda para poder dominarla con efectividad. Había espacio para mucha más gente, y desde Francia comenzaron a desfilar carretas con miles de familias que iban instalándose por toda la península. Fue una autentica colonización. Se calcula que unas 200.000 personas cruzaron los Pirineos, aunque no todas lo harían de momento, ni por voluntad propia. Con todo, el porcentaje de visigodos entre la población hispano-romana fue de apenas un 5%.  

¿Cómo acogieron los hispanos-romanos a los nuevos colonos godos? Por los documentos de la época en los que se detallan las normas impuestas por los recién llegados, se puede suponer que mal, muy mal. Estas normas, copiadas de los antiguos colonos romanos, exigían a los propietarios a dividir sus tierras en tres partes y ceder dos a los recién llegados, por el morro. Pero, ¿acaso no había territorio vacío para que los godos se instalaran sin tener que apoderarse de las tierras de los hispanos? Por supuesto que lo había. Muchísimo. Pero esto es igual que llegar a la selva amazónica, talas árboles y preparas tierra de cultivo; te puede llevar bastante tiempo y trabajo; casi mejor robarle a los nativos la tierra de cultivo ya preparada. España no se parecía demasiado a la selva amazónica, pero hace 1.500 años seguro que era muy diferente a lo que es ahora. Roma había caído y a los hispanos no les quedaba otra que adaptarse al dominio de la nueva potencia europea. Los visigodos eran menos numerosos, pero tenían un gran y poderoso ejército.  

Pero desde el punto de vista godo, no se puede negar que, aunque algo bruto, Eurico hizo de su pueblo una gran potencia. Y cosa curiosa, Eurico murió de muerte natural en su cama, algo que no había conseguido todavía ningún rey godo. Dicen que cuando sintió que iba a morir quiso ser llevado a su casa y pidió a los nobles que apoyaran a su hijo, que pronto sería el nuevo rey: Alarico II.

 

El reino de Siagrio

¿Qué fue lo que quedó del Imperio Romano Occidental? Quedar, quedó todo. Y aunque algunos historiadores se empeñan a dar una versión menos dramática de los hechos, aludiendo a que el Imperio no murió, sino que se transformó, el caso es que quedó hecho añicos. Un desbarajuste en toda regla. Hispania quedó bajo el poder de los visigodos del reino de Tolosa e Italia con gobernantes que se dedicaban a usurpar y destituir a unos y a otros constantemente. Mientras tanto, el último “magíster militum” (máxima autoridad militar) Afranio Siagrio se empeña en mantener el poder en el único territorio galo que a Roma le quedaba, un territorio que pasaría a ser conocido como reino de Siagrio. Y atención a este Afranio Siagrio, porque su enfrentamiento con los francos va a traer consecuencias graves para los visigodos.  

Pero veamos qué ocurría por la parte oriental, la euroasiática con capital en Constantinopla. Allí se refugia Julio Nepote, el emperador destituido en la parte occidental, bajo la protección de Zenón, que no reconoce al jovencísimo Rómulo Augusto. Pero eso ya no es un problema, porque también fue rápidamente destituido y en Italia ahora manda un tal Odacro, que no permite la vuelta de Nepote. Por otra parte, los godos de oriente, los llamados ostrogodos, no llevan muy bien las relaciones con la Roma oriental. Atila había muerto y su imperio se descompuso rápidamente, pues sus hijos no llegaron a estar a su altura. Por lo tanto, los ostrogodos, bajo el reinado de Teodorico, llamado el Grande, eran ahora más poderosos que nunca. Zenón tenía que encontrar la manera de quitárselos de encima. Y la encontró. El trato que Zenón hizo con Teodorico fue concederle el honor de derrocar a Odacro y que se quedaran por Italia todo el tiempo que quisieran, como vasallos del Imperio de Oriente, claro. Teodorico aceptó gustoso y se convirtió en rey de Italia.  

Tenemos de esta manera casi la totalidad de lo que fue el Imperio Romano occidental bajo el dominio godo. ¿Y qué ocurría en las Galias? Aquel territorio estaba dividido en varias partes siendo las principales Tolosa, ocupada por los visigodos; una parte al norte ocupada por los francos y una central dominada por los romanos. Fue aquí donde Afranio Siagrio se empeñó en defender los últimos reductos del Imperio y por eso los bárbaros le llegaron a llamar rey de los romanos. Pudo resistir durante unos 10 años, hasta que apareció en escena Clodoveo I, rey de los francos. Este rey tenía solo quince años cuando lo nombraron jefe de su tribu, su coronamiento dio inicio a la primera dinastía de reyes de Francia, los Merovingios; esta denominación viene del nombre del abuelo de Clodoveo, que se llamaba Meroveo. De Meroveo, merovingios. Pues este chaval creció y decidió que, en una zona donde después del vació que dejó el Imperio de occidente reinaba cierto caos, había que poner un poco de orden. Una de sus víctimas fue Afranio Siagrio al que se enfrentó y derrotó. Siagrio huyó y buscó refugio. ¿A quién mejor que a un antiguo aliado de Roma para pedir protección? Y Siagrio se presentó ante la corte goda para pedir asilo a Alarico II.  

Cuentan que Alarico II solo se parecía al primero en el nombre. Tampoco tenía el carácter de su padre Eurico. ¿Qué clase de individuo era este rey? Veamos: a Siagrio le pisaban los talones los francos y cuando le pidieron a Alarico la inmediata entrega del romano no lo dudó, lo cargó de cadenas y lo entregó. A Siagrio le cortaron la cabeza. ¿Por qué hizo esto Alarico? ¿Era Siagrio enemigo de los godos? ¿Qué sentido de la hospitalidad tenían los godos? Esta forma de proceder no gustó nada a los nobles y todos coincidieron en que lo hizo por cobardía, por temer enfrentarse a los francos. Y así se lo tomó, en efecto, el rey Clodoveo, como un signo de debilidad, porque no tardó mucho en atacar el reino de Tolosa.  

La entrada masiva de visigodos a Hispania tuvo como repercusión el debilitamiento del reino de Tolosa en su parte franca. Los visigodos tenían demasiado territorio por controlar con muy poca gente. Pero no fue solo eso lo que debilitó a este reino, hubo otra causa que quizás pesara más: la poca consideración de los visigodos con los católicos locales. Esto, unido a las injustas normas que ya hemos visto antes a la hora del reparto de tierras y que en su código de leyes estuvieran excluido tanto francos como hispanos nativos, hizo que muy pronto éstos vieran a Clodoveo como un rey libertador. Clodoveo se había convertido en católico bajo la influencia de su mujer, Clotilde de Burgundia.  

Alarico II no estaba haciendo una buena gestión del reino. Pero él, que se daba cuenta de que algo fallaba, quiso arreglarlo de alguna manera. En primer lugar, dio cierta libertad religiosa, y para que todos se enteraran, en el año 506 permitió que se celebrara el Concilio Católico de Adge. Y aún hizo algo más. Para que tanto galos como hispano-romanos se sintieran más unidos con los godos, reguló el código de leyes que había escrito su padre para incluir en ellas a todos los habitantes del reino, ya fueran galos como hispano-romanos, además de godos. Buena idea, pero llegó tarde. Galos e Hispanos no se congraciaron, de momento, con los godos ni mucho menos con su rey.  


Gesaleico, Amalarico y Clotilde

La invasión de Clodoveo era inminente. El franco disponía de un potente ejército y además contaba con aliados de las tribus bárbaras que ya había conquistado. Alarico movilizó a toda la población, algo inédito hasta el momento, pues todos los reyes godos se habían bastado siempre con sus ejércitos, prohibiendo incluso el uso de armas entre todo el que no fuera godo. En el año 507 Clodoveo cruzó con su ejército el río Loira. Había dado la orden tajante de que no saquearan las aldeas por donde pasaran y se respetara a sus habitantes. Era una manera de congraciarse con ellos y ganarse su apoyo. Además, no lo olvidemos, un católico venía a liberarlos de los herejes arrianos. Alarico por su parte esperaba refuerzos de Italia, porque, no lo hemos dicho hasta ahora, Teodorico el Grande, el rey ostrogodo de Italia, era su suegro.  

Pero los refuerzos tardaban en llegar y el ejército franco avanzaba. Era el mes de mayo del año 507 cuando las fuerzas de uno y otro bando se divisaron cerca de la ciudad de Poitier. Francos y visigodos midieron sus fuerzas en la llamada batalla de Vouillé. Finalmente los francos vencieron y allí mismo murió Alarico II. Algunos historiadores no dudan en afirmar que fue lo mejor que le pudo pasar a este inepto rey de los visigodos. Morir en batalla siempre da algo de honor, todo el que no pudo obtener en vida.  

Según la costumbre goda, allí mismo debía quemarse el cuerpo del rey muerto y ante la pira humeante elegir a uno nuevo. Alarico II tenía un hijo no legítimo que había combatido valientemente: Gesaleico. Los guerreros godos comenzaron a golpear sus armas contra sus escudos, era la forma de proclamar popularmente a su nuevo rey. Pero aquella elección precipitada iba a traer más consecuencias todavía a para el pueblo visigodo. Alarico segundo tenía un hijo legítimo, de solo cinco años de edad, nieto de Teodorico, el rey de Italia, que no se iba a poner precisamente contento al enterarse de la elección de Gesaleico.  

Los refuerzos que Teodorico había enviado a su yerno, llegaron finalmente. Tarde, pero llegaron, y al menos sirvieron para que el desastre no fuera aún mayor, ya que evitaron que los francos persiguieran a los vencidos en su retirada. Y no solo eso, sino que se pudo recuperar parte del territorio que ya se daba por perdido. Gran parte del reino de Tolosa, incluida la capital, se había perdido, pero todavía conservarían la franja mediterránea de la antigua provincia romana Septimania. Los francos frenaron su avance. Gesaleico, su ejército, y la gran mayoria de godos asentados en tierras galas emprendieron viaje rumbo a Hispania, como si su destino fuera huir de un lado a otro siglo tras siglo. Pero Hispania sería ya su hogar definitivamente. Era el año 507. De Barcelona hacía Gesaleico su centro de operaciones y por lo tanto capital del reino visigodo.  

No cabe duda que la elección de Gesaleico fue más una necesidad, debido al mal momento que vivió el ejército godo al quedarse sin su rey en plena batalla, sin embargo, no todos estuvieron de acuerdo en aquel momento, ya que sabían que tarde o temprano Teodorico reclamaría el trono para su nieto, y así fue. Ante la negativa de Gesaleico de abandonar el trono, Teodorico envia tropas, pero esta vez en contra suya. Para colmo de males, en vista de la contienda que se avecina entre los propios godos, los francos se preparan para invadir el norte de Hispania. No lo harían a la vista del poderío mostrado por los godos italianos, que derrotaron a Gesaleico en Barcelona. El rey destituido huye a África, donde pide apoyo a Trasamundo, el rey de los vándalos en aquellos momentos.  

Gesaleico hubiera podido ser el segundo de los reyes godos en morir de anciano, aunque hubiera sido en el exilio, pero se empeño en recuperar el trono con ayuda de Trasamundo y, cómo no, perdió la cabeza. Las tropas italianas lo derrotaron de nuevo e Hispania pasó a estar bajo la regencia de Teodorico el Grande hasta que su nieto tuviera el entendimiento suficiente para hacerlo en solitario. El caso es que, ese entendimiento del niño nunca llegó.  


El nietísimo

Es curioso cómo en poco menos de medio siglo se alternan las potencias mediterráneas. De la potencia romana pasamos a la dominación visigoda, que de pronto se ve derrotada por los francos, y estos a su vez se ven intimidados por los ostrogodos italianos. Son éstos últimos los que mandan en el Mediterráneo ahora, con permiso, claro está, del sobreviviente Imperio Oriental. Y todas ellas suben o bajan, como no podía ser de otra manera, dependiendo de la aptitud y habilidad de sus gobernantes. Por eso, a la parte hispana del reino de Tolosa le esperaba otro medio siglo, digamos, no demasiado malo; la gobernación de Hispania iba a estar dirigida por un gran rey, Teodorico el Grande.  

Teodorico, rey de Italia tras una hábil jugada del emperador de oriente, que de esta forma se quitaba de encima una permanente amenaza como la sufrida por occidente, reinó durante 30 años. Amalarico, el nieto de Teodorico, reinó oficialmente durante 20 años, bien es cierto que 15 de ellos lo hizo bajo la regencia de su abuelo, que lo puso en el trono con solo 10, lo cual quiere decir que a sus 25 años todavía no se fiaba de él. Ha habido reyes que han reinado en solitario con mucha menos edad, ¿qué estaba pasando aquí? Por lo visto, los nobles estaban encantados con la gestión que hacía en sus dominios el rey de Italia y no tenían demasiada prisa porque Teodorico dejara de dirigirlos, porque Amalarico… era un niño malcriado. Sin embargo, el pueblo llano no estaba tan contento. Teodorico exigía a Hispania unos impuestos en forma de grano, que abastecían el reino romano. Aquel tipo de impuestos, por lo visto, llegó a subir de forma exagerada. A cambio, parece ser que hacía un donativo anual, para compensar aquel gran servicio. ¿Donativo a quién? A las arcas reales de su nieto, o de los nobles, que eran los que manejaban el reino. Había que sanear la economía para que el país avanzara. Sacar todo lo que se pueda a los trabajadores para sanear la caja de los que manejan el tinglado. ¿Les suena de algo?  

Teodorico era un buen diplomático y pronto se dio cuenta que los hispano-romanos no podían estar marginados. Alarico II había dado un primer paso incluyéndolos en el código de leyes redactadas por su padre, pero no era suficiente. La religión era algo demasiado importante en la vida de todo pueblo como para no poder practicarla con libertad. Después de todo, unos y otros creían en el mismo Dios. Se concedieron permisos para celebrar concilios religiosos católicos, y así, este rey sentó sólidas bases para una convivencia tolerante entre godos e hispanos. Se puede decir que le dejó a su nieto la casa bien barrida y aseada, sin embargo, el niño no daba la talla. En su infancia fue un niño consentido, ambicioso y caprichoso. Le gustaba montar a caballo y él mismo se creía el mejor jinete y espadachín de todos cuantos le rodeaban. Hay críos que de pequeños son insoportables y de mayores cambian radicalmente. Este no, este fue a peor y llegó a convertirse en un ser aborrecible.  

No se sabe a qué edad pensaba Teodorico entregar el reino a su nieto. Lo hizo forzosamente al morir cuando el niño contaba ya 25 años. Se puede decir que Teodorico dejó dos reinos en herencia. Por una parte, Italia pasaba a manos de su otro nieto Atalarico, y por otra, Amalarico reinaba por fin en solitario en Hispania. Lo primero que hicieron ambos primos fue firmar un acuerdo para dejar claro que ambos reinos quedaban separados. Luego, fijó la capital en Narbona, en territorio galo. Y fue por aquellas tierras donde le echó el ojo a una guapísima gala o francesita. La niña era nada menos que la hija de Clodoveo, que ya por aquellos entonces había muerto, por lo tanto, era una princesa. Solo había un problema, esta princesa era católica y él arriano. Pero él tenía que dar ejemplo de tolerancia, ¿acaso no era eso lo que había promovido su abuelo? Sí, por supuesto. Al principio todo fue bien, pero poco a poco, a Amalarico se le fue metiendo en la cabeza que Clotilde debía convertirse al arrianismo. Como Clotilde se resistía a hacerlo, las vejaciones y maltratos se convirtieron en algo cotidiano. Clotilde se convirtió a la fuerza, pero seguía acudiendo a misa en secreto, hasta que Amalarico la descubrió. Las consecuencias fueron terribles. Clotilde pidió ayuda a sus hermanos que no necesitaban más que una excusa para invadir Narbona. Los visigodos tuvieron que huir nuevamente a Barcelona y Narbona se perdió para siempre. Cuando los francos encontraron a Clotilde era ya demasiado tarde. Amalarico le había dado una paliza y estaba moribunda. No llegó con vida al reino franco.  

Amalarico paseaba por las calles de Barcelona, con su guardia personal, se supone, pero más solo cada día. Los nobles no le perdonaban el desatino cometido y las consecuencias que había traído. No solo se había perdido un nuevo territorio, sino que los francos amenazaban otra vez con invadir Hispania. Alguien los seguía. No está claro quien o quienes eran. No hay detalles, solo que ocurrió en una iglesia. ¿Dentro, fuera? Da igual, porque aquel día Amalarico pagó su crimen. Era el año 531 y ni siquiera había cumplido los 30 pero nadie sintió pena por su muerte.  


Teudis

Sobre la muerte de Amalarico, la hipótesis que más convence es la de que Teudis estaba detrás del asesinato. ¿Y quién era Teudis? Fue un general ostrogodo enviado a Hispania por Teodorico el Grande. Allí estuvo en la corte de su nieto Amalarico y parece ser que supo ganarse el afecto de los nobles, pues nadie puso en duda que era este general quien debía dirigirlos. Y así, Teudis fue elegido nuevo rey de los visigodos. Bien podría decirse que este rey fue el primer rey de España.  

Ataúlfo, fue el primer rey en ejercer en tierras hispanas, Eurico fue el primero en hacerlo después de expandir el reino de Tolosa, Gesaleico el primero en reinar después de perder buena parte de los territorios galos y fijar su capital en Barcelona y Amalarico lo hizo bajo la regencia de un rey italiano aunque luego reinara 5 años más en solitario. Pero el primer rey que se elige en Hispania y además con la península Ibérica como territorio único, a excepción de la franja de Septimania, fue Teudis. Y su elección, después de tres gobernantes que no daban la talla, fue un acierto. Bajo su reinado se impulsa la integración entre hispanos y godos. No se promueven nuevas conquistas, sino que se defiende el territorio peninsular como tierra propia. Se puede empezar a hablar de Hispania–España como reino, país, nación, o cualesquiera que fueran los conceptos de estado que tuvieran en aquellos tiempos. Un estado, por cierto, que comenzaba a verse amenazado nada más nacer.  

España se ve de pronto con la amenaza de ser invadida tanto por el norte como por el sur. Por el norte tenemos a los francos que no cesan en su empeño de arañarle terreno a los visigodos y llegan a traspasar los Pirineos para ponerse a las puertas de Caesar Augusta (Zaragoza). Primer ataque y asedio francés a Zaragoza que por desgracia no sería el último. Por el sur amenaza el nuevo emperador del Imperio Oriental de Roma. Si el anterior emperador había consentido que los ostrogodos invadieran Italia, ahora Justiniano soñaba con reunificar todas las partes del antiguo Imperio. En el año 533 ya habían invadido el reino vándalo del norte de África.  

Teudis teme que la invasión del sur de la península Ibérica sea inminente e intenta adelantarse conquistando Ceuta, pero son rechazados y no lo consigue. Pero vayamos a ver qué ocurre por el norte. Los francos están gobernados ahora por los hermanos Childeberto y Clotario. En el año 546 entran en España con un formidable ejército y toman Pamplona. Acto seguido se dirigen a Zaragoza y la someten a un asedio que dura 49 días. Teudis ya se había enfrentado a los francos en la Septimania, pero no sería él quien lo hiciera ahora personalmente, sino que mandó a su mejor general, con un nombre muy parecido al suyo, Teudiselo.  

Este general no se dirigió a Zaragoza precisamente, sino que puso en marcha un plan por el que ellos mismos abandonarían el asedio de la ciudad. Existe una leyenda que cuenta algo cuando menos curioso sobre cómo abandonaron los francos Zaragoza. Dicen que los zaragozanos sacaron a pasear en procesión penitente la túnica del mártir san Vicente y que el rey Childeberto al verlos se compadeció de ellos y mandó retirarse. Más tarde mandaría construir una iglesia en París con el nombre de este santo. No deja de ser una leyenda, pero quién sabe si tiene algo de cierto. Puede que los zaragozanos sacaran a pasear dicha túnica, pero el verdadero motivo por el que iniciaron la retirada fue, seguramente, la noticia de que les estaban cortando los pasos pirenaicos. De pronto se encontraban en una ratonera, entre dos fuegos; por lo que se apresuraron a retirarse.  

La huida les costó a los francos cientos de muertos y los visigodos obtuvieron una gran victoria en la que además apresaron algunos nobles importantes por los que obtuvieron un buen rescate. En definitiva, los visigodos vapulearon bien a los francos y encima les costó una buena suma de dinero, como escarmiento para que no volvieran a cruzar los pirineos. Teudis, ya lo hemos dicho, llevó a cabo una política de integración entre godos e hispanos. La tolerancia religiosa era esencial para el acercamiento, y así fue como obispos católicos fueron incorporándose a la sociedad dominante. Arrianos y católicos comenzaban a entenderse.  

En aquellos años, la capital de Hispania se traslada a Emérita (Mérida) seguramente para tener un mejor control sobre la amenaza bizantina. Sevilla cobra importancia y allí fija Teudis su residencia temporal; mientras en Toledo, la futura capital del reino, se redactan nuevas leyes y se reforman otras. La gestión de este rey estaba siendo buena, de lo mejor hasta el momento. Un día, se sorprendió cuando paseaba por los jardines de su palacio. El motivo era uno de sus guardias, que parecía haber enloquecido. Daba saltos, bailaba, gritaba… los demás guardias intentaban detenerle, pero él escaba y se burlaba de ellos.  

Llegó un momento en que la situación era cómica y el propio Teudis reía al ver cómo aquel soldado hacía payasadas. El guardia se acercó a él saltando y haciendo piruetas. El rey seguía riendo. Y fue entonces cuando aquel soldado que se hacía pasar por loco sacaba un cuchillo y se lo clavaba en el pecho. Los demás guardias llegaban tarde a detenerlo. Hubiera muerto a manos de ellos de no haber sido por el mismo rey que agonizante dijo “no”. Teudis recordó que él mismo también envió a otros asesinos a matar a su antecesor, y por eso ordenó que le perdonaran la vida y lo dejaran libre. No se sabe exactamente la edad que tenía. Era el año 548 y había reinado durante 16 años.  


Teudiselo

Las ricas tierras de la Bética eran de especial interés para los visigodos y por eso Teudis, que probablemente fue asesinado en Sevilla, aunque no se tiene certeza y hay otras versiones que cuentan que fue en Barcelona, quiso tener allí una residencia desde donde poder controlar aquel territorio constantemente amenazado. Y allí se trasladó también a vivir el nuevo rey, Teudiselo. Sevilla era ahora la capital del reino visigodo. Teudiselo, recordémoslo, fue el gran general que abortó el intento de invasión franco. Con los francos precisamente hubo más refriegas y como a Teudiselo le interesaba en aquel momento tener mejor vigilado el sur, llegó a acuerdos con ellos que no se sabe exactamente si llegaron a cumplirse; los visigodos pagarían tributos para que cesaran los intentos de invasión. Lo que sí se sabe es que hubo más enfrentamientos. Teudiselo había sido elegido por los nobles por su fama de buen general y ahora estaba demostrando ser un gran rey. Su política iba en la misma línea que el anterior monarca y se dedicó a fomentar la integración de godos e hispanos. Pero Teudiselo también tenía sus debilidades; por lo visto le gustaban demasiado las mujeres y el vino. Desde que llegó a Sevilla andaban muchos maridos evitando pasar por las calles demasiado estrechas.  

Acababa el año 549 cuando Teudiselo organizó una gran fiesta en su palacio. A ella acudieron las personalidades más selectas de Sevilla. El banquete era suculento y el vino de lo mejor de la tierra. Como era de esperar, el rey bebió en exceso, y si él que era el anfitrión no se contenía, tampoco lo hicieron los invitados. No hay datos exactos de cómo ocurrió, pero aquella noche algunos, o todos, aprovecharon la borrachera del rey para asesinarlo. Hay una leyenda sevillana que cuenta una curiosa versión de cómo asesinaron a Teudiselo. Dicen que el rey ya no se tenía de pie y se sentó en su sillón. A la señal de uno de ellos, alguien cerró la puerta y otros apagaron las velas. Uno a uno fue pasando a clavarle su puñal al rey. Cuando encendieron de nuevo las velas todos simularon gran sorpresa al verlo apuñalado. La leyenda podría ser creíble de no ser porque “todos pasaron a clavarle su puñal”. De haber sido uno o dos, sí que se hubiera podido simular que nadie sabía quien había sido. Pero, en realidad, ¿quién mató a Teudiselo?  

Era apreciado por todos, incluso por el pueblo llano que veía en él un buen rey. Como en ocasiones anteriores, no se sabe a ciencia cierta. Pudiera ser que algún marido ultrajado por la cornamenta recibida aprovechara la ocasión de encontrarse en palacio estando el rey bebido. Pero lo más probable es que se tratara de una conjura preparada para la ocasión. El asesinato de Teudiselo bien podría haber sido perpetrado por los mismos que mandaron asesinar a Teudis. Es cierto que ambos reyes eran muy populares por su buena gestión del reino, pero hay un dato que pudo haber originado el rechazo de una parte de los nobles: Teudis y Teudiselo eran ostrogodos. Sí, es cierto que visigodos y ostrogodos tenían el mismo origen, de hecho, estas denominaciones las inventaron los historiadores siglos más tarde, en aquellos momentos, tanto hispanos como italianos eran simplemente godos. Pero aquel pueblo se había dividido siglos antes en su deambular por Europa, aunque finalmente todos fueron a parar no muy lejos unos de otros. Cuentan que algunos nobles deseaban que en Hispania gobernara un rey de su estirpe; de hecho, el sucesor de Teudiselo era de sangre íntegramente hispana, el primero.  

Teudiselo reinó solo año y medio, pero entre la regencia de Teodorico, el reinado de su nieto en solitario, el de Teudis y el suyo, los ostrogodos gobernaron en Hispania un total de 38 años. Un tiempo en el que Hispania se consolidó como reino independiente, donde se hizo una gestión bastante buena y hubo un acercamiento muy importante entre godos e hispano-romanos. Pero todos esos años fructíferos iban de pronto a venirse abajo. El presunto conspirador Agila fue elegido por la nobleza como nuevo rey. ¿Hemos dicho que era de sangre puramente hispana? Sí, lo que no hemos dicho es que a pesar de todo esto no era una garantía para que la convivencia entre godos e hispanos no se echara de nuevo a perder. Agila se mostró enseguida como un tirano intolerante con los católicos. Y esa férrea conducta provocó enseguida la réplica hispano-romana. Numerosas ciudades, principalmente Sevilla y Córdoba, se sublevaron contra el opresor religioso, incluso la nobleza que le había elegido no vio con buenos ojos la tiranía de Agila. Después de años de acercamiento y convivencia entre las dos comunidades, el nuevo monarca se afanaba por derrumbarlo todo nada más llegar. Malos tiempos se avecinan para el joven reino de Hispania.  

Agila y Atanagildo

En Sevilla surge enseguida alguien a quien muchos apoyan en contra del tirano Agila, Atanagildo. Ante la nueva situación Agila recoge los bártulos y pone rumbo a Córdoba. Pero allí no lo esperan con los brazos abiertos precisamente y tiene que enfrentarse con un ejército que le hace frente. El resultado de la batalla es una derrota de Agila que pierde también a su hijo. Del tesoro real que viaja en la expedición se pierde más de la mitad en la huida hacia Mérida, donde Agila piensa reorganizarse para atacar Sevilla. Estalla una guerra civil en Hispania entre seguidores de Agila y de Atanagildo. Los romanos bizantinos los observan desde el norte de África y Baleares y entonces les llega la noticia de que Atanagildo solicita su ayuda. Vamos a asistir al primero de los errores de este tipo en que se pide ayuda al enemigo y se paga bastante cara.  

Porque los visigodos sabían de sobra que la península estaba amenazada por los bizantinos y no eran precisamente sus aliados. Pero Atanagildo pensó que en ese momento les resolverían bien la papeleta y pidió su ayuda contra Agila. Siglo y medio después se repetiría este error, curiosamente con otro Agila de por medio, y el precio que se pagó fue todavía más alto.  

La guerra cambia de rumbo y se inclina a favor de Atanagildo, reforzado por las tropas bizantinas. Finalmente, en las cercanías de Sevilla tiene lugar la batalla donde Agila sufre una aplastante derrota. Nuevamente puede huir y se retira a Mérida, donde muy pocos lo apoyan ya. Y son esto pocos, quienes toman la fatal decisión de congraciarse con los que ven ya vencedores, solo tienen que quitar de en medio al único que suponía un problema. Agila fue asesinado de la misma forma que el anterior rey, a cuchilladas. Era el año 554 y había reinado como un tirano durante 5 años.  

Atanagildo, el nuevo rey, era partidario de los anteriores Teudis y Teudiselo, por lo tanto, su gobierno iría en ese camino, el de intentar de nuevo la unificación entre hispano-romanos y godos. La capital del reino estaría ahora en la ciudad de Toledo, por su situación geográfica más céntrica. Pero, ¿qué había ocurrido con los bizantinos que llegaron a ayudar a Atanagildo? Las primeras tropas, no demasiadas, habían llegado dos años antes, en 552. En aquel año andaban envueltos en su conquista de la península Itálica, es decir, quitándosela a los que un día se la regalaron con tal de que no fueran un estorbo en sus planes. Pero esos planes ya estaban consumándose y casi todas las orillas del Mediterráneo eran nuevamente romanas, porque, como ya se ha dicho, la ideas de Justiniano, el emperador de Oriente, era reunificar de nuevo los antiguos dominios del Imperio.  

En el 554 ya se había conseguido doblegar a los ostrogodos de Italia y fue cuando enviaron más tropas a Hispania y cuando por fin cayó Agila. Pero una vez vencido Agila, los bizantinos no se retiraron, sino que se quedaron en la Bética y comenzaron un avance hacia el norte, Atanagildo tenía ahora un grave problema, sus aliados se habían convertido en invasores. No se sabe muy bien el trato que Atanagildo hizo con los bizantinos, si les ofreció dinero o alguna plaza, lo que sí parece claro es que quisieron cobrar más de lo acordado. Las cosas se le complicaron demasiado a Atanagildo y al problema bizantino se le añadió el de los suevos por el noroeste, que andaban revueltos y por los Pirineos amenazaban de nuevo los francos. Había que resolver los problemas de todos los frentes. Atanagildo tenía varias hijas, a la mayor, Geleswinta, se casó con el rey franco Chilperico en la zona noroeste de la Galia y la pequeña, Bruniquilda, con Sigeberto, de la zona oriental. Ya tenemos los Pirineos libres de amenazas.  

A los suevos se les controló como buenamente se pudo tolerando su conversión total al catolicismo, que se produjo por aquellos entonces, y por el sur, no le quedó más remedio que luchar para que los bizantinos no avanzaran. Finalmente vino un acuerdo. Atanagildo renunciaba a una parte de la Bética si los bizantinos dejaban de invadir más territorio. Los bizantinos se quedaban una franja de territorio que comprendía desde la desembocadura del río Guadalete hasta Denia. Por su parte, los visigodos recuperaban el control de Sevilla y sus zonas adyacentes. Para Atanagildo era un buen trato en aquel momento, en vista de la situación, y los bizantinos conseguían su objetivo de controlar todo el Mediterráneo. A sus nuevas posesiones en Hispania las denominaron provincia de Spaniae con capital en Cartago Spartaria (Cartagena).  

Vándalos, Suevos, Vascones y demás moscones

La península Ibérica debió ser en aquella época algo así como la tierra prometida para cualquier pueblo errante. Los celtas encontraron aquí el lugar donde asentarse, los Tartessos dieron lugar a la primera civilización europea alrededor del Guadalquivir, los cartagineses descubrieron que en aquel mismo lugar, lo que hoy es Andalucía, había metales suficientes como para pagar la enorme deuda que debían a Roma después de la primera guerra púnica y los romanos no iban a renunciar a hacerse con Hispania, que llegó a ser una de sus mejores provincias.  

Luego vendrían los bárbaros, que después de vagar por las frías tierras del norte, Hispania les debió parecer el paraíso terrenal. A principios del siglo V los Pirineos se convirtieron en un coladero. Después de ser barridos por los hunos, los alanos se dividieron en varios grupos, algunos de ellos se mezclaron con vándalos y suevos al llegar a las provincias galas y más tarde se asentaron en las provincias hispanas de Lusitania y Cartaginense. También llegaron por aquel entonces los vándalos, que estuvieron deambulando por el sur, y según algunas fuentes, dieron nombre a aquella región (Vandalucía) aunque no está del todo demostrado. Pero los vándalos prefirieron mudarse al norte de África donde Roma obtenía sus mejores cosechas de grano.  

A los suevos les gustó más Galicia y allí se quedarían, pese a las continuas trifulcas con los godos, de los que llegaron a ser vasallos, pero que más tarde, sin que este episodio histórico esté muy claro, llegaron a ser independientes. La última vez que hablamos de ellos, el rey suevo Requiario, cuñado del visigodo Teodorico II, perdió la cabeza y en su lugar el visigodo puso a un gobernador. Ha pasado más de un siglo desde entonces, y ahora, a la mitad del siglo VI encontramos a los suevos como un reino que ya no rinde vasallaje a los visigodos. Durante este lapsus de tiempo no se tiene ninguna información sobre los pueblos del noroeste peninsular.  

Sobre astures y cántabros se sabe que por aquellas tierras los romanos no lo tuvieron fácil al conquistar la península (guerras cántabras). Durante 10 años, entre el 29 y el 19 a. C. los romanos no consiguieron someter a estos pueblos y su repercusión política en el Imperio fue enorme. El propio Cesar Augusto estuvo al frente en la dirección de las operaciones de esta guerra. Se sabe mucho menos sobre los vascones y los historiadores hablan de “siglos oscuros” por ser muy escasa la información sobre este pueblo que por lo visto tuvo buena relación con el Imperio. Sin embargo, los visigodos, parece ser que nunca llegaron a dominar a estos pueblos y no está claro qué relación hubo con ellos. Pueblos rebeldes y difíciles de someter, en cualquier caso y es por eso que en los mapas históricos siempre veremos estas regiones de distinto color. Podrá cambiar el trazado de las fronteras; pero si en el caso de la conquista romana, astures y cántabros fueron los últimos en ser conquistados, en el caso del reino visigodo podemos ver cómo estos mapas siguen la misma pauta desde Galicia y parte de Portugal hasta la parte occidental del Pirineo, con colores diferentes indicando que al pueblo dominante se lo estaban poniendo muy difícil.  

A la altura del año 554 fueron los bizantinos los que cambiaron el mapa de Hispania por el sur apoderándose de una franja que para ellos era esencial para terminar de dominar el Mediterráneo. Se le puede echar la culpa a Atanagildo, que fue quien los introdujo aquí, pero lo cierto es que los bizantinos hubieran entrado tarde o temprano y gracias a ellos se pudo derrotar al tirano Agila. El resultado final quizás fue el menos malo, y después de todo, a Atanagildo se le recuerda como un buen rey al que el pueblo cogió cariño. También se cuenta que se había convertido en secreto al catolicismo y por eso era tan tolerante con ambas religiones. Tal vez por eso, incluso los hispano-romanos lo querían. Y todo, a pesar de que a este rey le tocó la difícil tarea de poner en orden todo lo que deja detrás de sí una guerra civil.  

Después de los arreglos con los bizantinos, el país quedó pacificado, pero las arcas vacías, Hispania estaba al borde del colapso. Las cosechas no daban para abastecer a una población de algo más de 5 millones de habitantes (hay quien sitúa esta cifra en 6 e incluso 7 millones pero es difícil averiguarlo con exactitud). La crisis duró varios años y la población llegó a padecer hambruna. No obstante, Atanagildo logró que Hispania saliera adelante.  

En 567 después de 12 años gobernando, desde que acabó la guerra, el rey enferma gravemente. Atanagildo fue el segundo rey que fallecía de muerte natural y además no había asesinado a su antecesor. Era algo inaudito desde la muerte de Eurico; esto levantó todavía más la admiración y el cariño que la gente sentía por él.  

Liuva y Leovigildo

Cinco meses duró el agrio debate sobre la sucesión de Atanagildo y a punto estuvieron las espadas de ser desenvainadas de nuevo. Entonces, desde la Septimania apareció un candidato que convenció a todos, era Liuva. No se sabe muy bien qué tipo de propuestas y compromisos asumió este noble del otro lado de los Pirineos, pero fue elegido como nuevo rey.  

A Liuva se le iba a presentar un problema nada más ceñir la corona. Los francos habían estado pendientes de los godos el tiempo que tardaron en elegir nuevo rey y la sorpresa para ellos fue ver cómo elegían a Liuva, un duque de la Septimania. Eso significaba que de ahora en adelante fijaría su residencia en Toledo y abandonaría aquellas tierras. Era el momento pues, de atacar. Pero Liuva no se marchó y les plantó cara cuando atacaron la ciudad de Arlés. Liuva conocía bien a los francos porque estaba en permanente enfrentamiento con ellos y sabía cómo frenarlos. Su marcha a Toledo significaría la perdida inmediata de la Septimania. Por lo tanto, optó por quedarse allí. Los nobles no podían aceptar semejante desplante de su nuevo rey. Había muchos problemas por arreglar en Hispania y desde Narbona estos problemas quedaban desatendidos. Liuva era consciente de todo esto y sabía que los nobles tenían razón, pero por otra parte no estaba dispuesto a entregarle la Septimania a los francos, así que optó por una sabia decisión: compartir su reinado con su hermano Leovigildo. Era el año 568.  

A los nobles no les pareció mal esta decisión, sobre todo porque Leovigildo mostraba buena disposición y además había sido partidario de Atanagildo. Pero lo que terminó de convencerlos fue su casamiento con Gosvinta, la viuda del anterior rey. Sin embargo había nobles que no paraban de meter cizaña cada vez que participaban en las asambleas. Eran nobles y terratenientes reacios a las cargas fiscales que no querían colaborar en el pago de tributos a las arcas reales. El rey podía verse pronto en un grave aprieto si no acallaba las bocas de estos terratenientes. Decidió jugársela. Hispania necesitaba un rey fuerte al que seguir. Se puso en marcha un proyecto de expropiación de grandes territorios y rodaron muchas cabezas de nobles rebeldes. La medida surgió efecto y pronto las arcas del reino se vieron incrementadas. Pero Leovigildo quiso ir más allá. Puertos que eran de vital importancia como Málaga estaban en poder de los bizantinos que habían chantajeado a Atanagildo. Leovigildo, además de buen rey era buen militar. Sabía que tarde o temprano los bizantinos avanzarían y tendría que enfrentarse a ellos, ¿por qué no adelantarse ahora que habían mermado las tropas en lo que ellos llamaban Spania?  

La campaña contra la provincia bizantina fue un éxito. Es la debilidad a la que llega todo imperio que se extiende demasiado; los bizantinos no daban abasto a controlar sus miles de kilómetros de fronteras y habían descuidado Spania. Leovigildo conquistó entre otras plazas: Guadix, Baza, Antequera, Medina Sidonia y Málaga. Era el año 571, pero Leovigildo quiso intentar algo que no habían conseguido ni Agila ni Atanagildo, conquistar Córdoba que ahora estaba en poder de algunos terratenientes Bizantinos. Hubo una gran batalla y dicen que fue una masacre, pero los bizantinos fueron expulsados del valle del Guadaquivir y las tierras más fértiles de toda la provincia Bética volvieron al reino visigodo. Mientras tanto, Liuva consiguió su propósito de apaciguar la frontera con los francos. Y después de esto, parece que le dio tiempo a poco más, porque murió por causas desconocidas en 572.  

El Codex Revisus

El reinado simultáneo, al estilo romano, había dado buen resultado, y mientras Leovigildo consiguió grandes victorias sobre los bizantinos en el sur peninsular, Liuva se encargó de contener a los francos en la Septimania. Pero ahora que Liuva había muerto, la provincia gala volvía a estar en peligro, así que Leovigildo incorporó sus hijos al reinado visigodo. Hermenegildo y Recaredo, fruto de su primer matrimonio, le ayudarían en las funciones del reino. Pero antes de eso, Leovigildo pidió que lo coronasen, cosa que por lo visto, no se había hecho todavía al ser Liuva el titular de la corona.  

En el año 573, Leovigildo creó lo que hoy llaman Codex Revisus, consistente en una legislación para mejorar el gobierno de la población hispano-goda-romana. Un documento, que por cierto, no se conserva, y cuyo contenido solo se conoce por estar incluido en el código promulgado con posterioridad por Recesvinto. En el Codex Revisus, basado en el código de Eurico, se modifican o se suprimen algunas leyes y se añaden otras. Esencialmente, lo que Leovigildo pretende es una ley más justa en la que no se diferencie al individuo por su procedencia o creencia religiosa. Se permitía el matrimonio entre un godo y una romana o entre un romano y una goda. Algo que estaba penado con la muerte en el código de Alarico. De esta forma, se facilitaba la integración entre godos y romanos, siendo todos iguales ante la ley, aunque algunos historiadores modernos dudan hoy si esa ley tan justa, realmente se puso en práctica.  

El mestizaje mediante el casamiento supondría también la desaparición paulatina de las poblaciones celtas, que no dejaban de ser un peligro, como los ruccones o los sappo, que no acababan de someterse al dominio godo. Pero mientras tanto, Leovigildo tuvo que poner en marcha otras medidas más contundentes, y así, se lanzó en una campaña que consiguió someter por la fuerza a estas tribus rebeldes situadas en las actuales provincias de Salamanca, Cáceres y Zamora. Finalmente, Leovigildo lanzó a sus tropas sobre los cántabros que hasta entonces habían permanecido fuera del alcance del poder visigodo.  

Una vez sometidas estas tribus, tocaba el turno de presionar sobre los suevos, para acabar con la conquista de Oróspeda, en la actual sierra de Alcázar. Y luego llegó la paz, el único año de paz que conoció Leovigildo. Era el año 578. Las fronteras francas estaban aseguradas y a los bizantinos, su franja de tierra en el sur, cada vez se les quedaba más pequeña. Fue una intensa campaña de pacificación y unificación. Y aprovechando aquellos meses de paz, Leovigildo manda construir la ciudad de Recópolis, en homenaje a su hijo Recaredo. Recópolis es una bella ciudad situada frente al río Tajo, en las inmediaciones de la actual Zorita de los Canes (Guadalajara). Una ciudad que tendría gran importancia en el control de las comunicaciones peninsulares. El rey estaba tranquilo, había delegado las funciones gubernativas en sus hijos Recaredo y Hermenegildo y todo funcionaba bien… hasta que Hermenegildo comenzó a dar síntomas de inestabilidad emocional y rebeldía. ¿Qué le ocurría a Hermenegildo?  

Leovigildo soñaba con un reino godo arriano, sin embargo, su hijo, Hermenegildo, tenía dudas religiosas y mantenía una batalla mental interna mientras se dejaba seducir por la fe católica. ¿Quién le había inculcado esa fe? Sin duda, su madre, Teodosia, la primera mujer de Leovigildo, que había sido católica toda su vida. Sin embargo, Gosvinta, la segunda mujer de Leovigildo (viuda de Atanagildo) era arriana y esto provocó algún que otro enfrentamiento con Hermenegildo. Pero aquello fueron simples rifirrafes sin demasiada importancia.  

Leovigildo quiso fortalecer sus lazos con los francos, ahora que las cosas estaban calmadas. Y lo hizo, como era costumbre, mediante enlaces matrimoniales, casando a su hijo Hermenegildo con la hija del rey de Austrasia, Ingunda, a pesar de que tanto el rey hispano como el franco, ya estaban bien emparentados, al menos por parte de Gosvinta, que era abuela de su futura nuera, bueno, de la futura mujer de su hijastro Hermenegildo. Pero aclaremos un poco este lío. Ya hemos contado que Gosvinta estuvo casada con Atanagildo, los cuales también casaron una hija con el rey franco Sigiberto. Esa hija fue Brunequilda, y Brunequilda es la madre de Ingunda. Por lo tanto, Ingunda, es la nieta de Gosvinta, que ahora está casada con Leovigildo. ¿Queda ya más claro? Pues bien, esta nieta de poco más de 12 años, viene ahora a casarse con su hijastro Hermenegildo. .  

Vamos a aclarar otra cosa. Los reyes godos hispanos eran cristianos arrianos, mientras los francos eran cristianos católicos. En ambos reinos se toleraba tanto el arrianismo como el catolicismo. Prueba de ello era que en Hispania se permitía que hubiera sacerdotes y obispos católicos que celebraban concilios, donde se daban gracias públicamente a los reyes por permitírselo. Cuando Brunequilda viajó al reino franco, era arriana, pero una vez casada con Sigiberto se convirtió en católica. Leovigildo estaba convencido de que su nuera, que había nacido católica, se convirtiera en arriana una vez casada con su hijo, era la costumbre y así debía ser. Una vez casado, su propio hijo tendría que asentar la cabeza y decidirse por ser arriano. .  

De hecho, Hermenegildo no fue muy difícil de convencer al prometerle su padre el gobierno de la provincia Bética. Pero la niña, por lo visto, venía con su fe católica bien arraigada. Cuenta Gregorio de Tours, obispo e historiador franco, que el obispo de Agde, le pidió a Ingunda, antes de partir, que no abandonara el catolicismo en pos del arrianismo, incluso si eso suponía ir contra las normas; y ni suegro ni marido fueron capaces de hacerle abrazar la fe arriana. Pero, ¿para qué están las abuelas? Gosvinta sería la encargada de hacerle entrar en vereda: una torta por aquí, un tirón de pelos por allá, deberían ponerla más derecha que una vela. Pues ni eso. Pero según cuenta Gregorio de Tours, este episodio fue bastante violento: .  

"Gosvinta, acoge con entusiasmo la llegada de su nieta y trata enseguida de convertirla al arrianismo. Fracasados para ello los métodos de halago y la convicción, pasó a la violencia y a maltratarla de obra, acabando por rebautizarla a la fuerza, si bien, nunca abandonó su fe."  

Otras fuentes son más explícitas y cuentan que:  

"Le sacudió por el cabello y la derribó a tierra, le dio patadas hasta hacerle sangre y después ordenó que fuera desnudada y sumergida en un estanque lleno de peces."   

La situación en Toledo llegó a ser bastante tensa, y entonces el rey Leovigildo dijo "basta". Le importaba muy poco si su nuera era católica o arriana, así que mandó a los recién casados a Sevilla, donde se harían cargo de la provincia Bética, tal como ya había dispuesto. En Sevilla, alguien les estaba esperando: un monje llamado Leandro, con el que harían muy buenas migas.  

San Hermenegildo

Leandro, futuro San Leandro, no está claro si ya era obispo de Sevilla, solo se sabe que acogió encantado a la pareja. Tan bien acogidos se sintieron que Hermenegildo terminó de convertirse definitivamente al catolicismo. A continuación, va a tener lugar uno de los episodios más desconcertantes de la historia visigoda, ya que nadie acaba de entender por qué Hermenegildo tomó la determinación de rebelarse contra su padre. ¿Fue el obispo de Sevilla? ¿Fueron los católicos béticos en su conjunto? ¿O fue su madrastra Gosvinta? Pues sí, hoy muchos historiadores apuntan a Gosvinta como conspiradora y posible inductora a la rebelión de Hermenegildo. Porque, el asunto, cuanto más se estudia, más complicado parece; ya que, hubo intrigas palaciegas y estuvieron implicados varios reinos y hasta el Imperio bizantino.  

Se cree que la viuda de Atanagildo, Gosvinta, junto a su hija, Brunequilda, habían conspirado para que su linaje continuara reinando sobre el reino godo de Hispania. En los reinos francos el trono era hereditario, pero en el reino hispano, cada vez que moría un rey, los nobles se reunían para elegir a otro, sin tener en cuenta a los hijos del fallecido. El linaje de Atanagildo ya estaba asegurado en Austrasia, el reino franco donde Brunequilda era reina consorte. En Hispania, sin embargo, ese linaje se perdería, incluso ahora que Leovigildo trataba de instaurar el modo hereditario para que Hermenegildo, su primogénito y favorito, reinara una vez que él falleciera. Por lo tanto, unir a la nieta de Gosvinta con su hijastro Hermenegildo podría asegurar que la sangre de Atanagildo siguiera reinando en Hispania. Pero para eso, que el proyecto de Leovigildo debía cumplirse y su primogénito heredar el trono, de lo contrario, solo quedaba un camino: la rebelión.  

Por eso se cree que, tras la conducta, un tanto desconcertante de Hermenegildo, estaba Gosvinta, deseosa de que su bisnieto reinara en Hispania. Un bisnieto que, para más señas, se llamaría como su difunto bisabuelo: Atanagildo. Otros historiadores achacan la rebeldía de Hermenegildo a otras dos razones: la anarquía que se respiraba en la provincia Bética debida al descontento hispanoromano a la forma de gobernar de los godos, y a la influencia religiosa que lo incitaban a establecer un reino Bético católico. Fueran las razones que fueren, Hermenegildo se proclamó rey de la Bética.  

¿Y qué hizo Leovigildo al enterarse de esta rebelión? Acudir a hablar con él para tratar de hacerlo entrar en razones. Pero no hubo acurdo y Hermenegildo mantuvo el pulso a su padre, un padre que, apesadumbrado se retiró a tratar de poner orden en otras partes de su reino, al tiempo que buscaba el consejo de sus más allegados. Hubo reuniones y propuestas. Hubo persecuciones a algunos obispos católicos, acusados de estar detrás de conspiraciones. Hubo incluso intentos de acercamiento entre arrianos y católicos, cediendo el rey en algunos de los puntos del arrianismo, llegando a reconocer que Jesucristo era igual al Dios padre, pero sin llegar a reconocer plenamente su deidad.  

Hermenegildo, mientras tanto, temía la reacción de su padre, y por eso quiso asegurarse la ayuda de sus vecinos, los bizantinos de la provincia de Spania, con los que llegó a un pacto. También pactó con los suevos, que recientemente habían sufrido los ataques de su padre. Pactos que no le servirían de mucho, pues Leovigildo era perro viejo y a pactos no le ganaba nadie. Una vez que acabó de poner orden en el norte, y de paso traerse algunos aliados, le puso cerco a Sevilla, y cuando los bizantinos acudieron a socorrer a los hispalenses, se encontraron con que era Leovigildo quien quería pactar con ellos, les pagó un buen dinero y se quedaron sin hacer nada, de momento. Cuando Hermenegildo salió a hacer frente a las tropas de su padre, al no contar con la ayuda bizantina, no tardó en sufrir una severa derrota. Hermenegildo consigue huir, y es en esta huida donde los bizantinos consiguen atrapar a la ya reina de la Bética, Ingunda y a su pequeño Atanagildo. Hermenegido llega a Córdoba, donde cree encontrar ayuda y poder resistir. Los suevos le acompañan, pero en una de las contiendas muere su rey y se retiran. Heremegildo está solo y se refugia en una iglesia cordobesa. Leovigildo ya sabe dónde encontrarlo y se planta frente a esa iglesia. No sabe qué hacer, y entonces manda a su hijo pequeño, Recaredo, a hablar con él. Recaredo entra y conversa con su hermano. Según Gregorio de Tour, le dijo: "Acércate tú y prostérnate a los pies de nuestro padre, y todo te será perdonado." Así lo hizo Hermenegildo, que salió de la iglesia y se tiró a los pies de su padre. Leovigildo, conmocionado, lo agarró e hizo que se levantara para besarlo en la mejilla.  

Hermenegildo estaba perdonado, pero Leovigildo no podía dejar el asunto tal cual, pues algún escarmiento debía darle al insurrecto. De momento le perdonó la vida, pero lo desterró a Valencia. ¿Y qué fue de Ingunda y su hijo? Los bizantinos los llevaban secuestrados a Constantinopla, y sin saberse las causas, Ingunda murió. El pequeño Atanagildo serviría como moneda de cambio, en un futuro.  

¿Alguien se ha fijado en el escudo de la ciudad de Sevilla? Sí, aparecen dos obispos, uno a cada lado de un rey. Estos obispos son San Isidoro y San Leandro. Leandro es el hermano mayor de Isidoro y está considerado como uno de los mayores impulsores del catolicismo en el mundo, sobre todo en España. Nació en Cartagena y llegó a Sevilla huyendo de los imperiales bizantinos. Y allí tuvo el honor de conocer a Hermenegildo e influir en su fe. Hermenegildo lo envió a Constantinopla, en un largo viaje de tres años, con el fin de ganarse el apoyo de los bizantinos. Un viaje que no serviría para nada, pues, aunque Leandro hizo bien su trabajo, ya hemos visto cómo los de Bizancio se vendieron al mejor postor y abandonaron a Hermenegildo cuando éste era atacado por su padre. Y a todo esto, Hermenegildo no era más que un crio. Ya hemos dicho que Ingunda, su esposa, vino a Hispania con poco más de 12 años, pero no hemos dicho que él no tenía más de 15. Es fácil pues, adivinar, que el muchacho fue una marioneta en manos, primero de su madrastra, y luego del obispo Leandro.  

Según las crónicas, Leandro fue el principal instigador para que Hermenegildo se rebelara contra su propio padre, no con la intención de apoderarse del trono de Toledo, sino con la intención de crear un reino católico en el sur. El cantonalismo andaluz ya tenía a aquí sus antecedentes, teniendo en cuenta, además, que su impulsor era (qué casualidad) cartagenero. Fueron cuatro años de rebelión, aunque no de enfrentamientos entre padre e hijo. Fue, en todo caso, una guerra civil, y aunque hoy los historiadores le dan más un tinte político que religioso, la realidad es que fue una guerra entre católicos y arrianos. Hermenegildo, con solo 20 años, se enfrentó a su propio padre en una batalla en la que fue vencido y tuvo que huir para terminar arrodillado a sus pies, y tras un triste beso ser desterrado a Valencia.  

Hermenegildo huyó de Valencia buscando asilo entre los católicos de los reinos francos. Quizás, incluso es posible que temiera por su vida. No olvidemos que por su culpa hubo persecuciones entre los católicos y allí en Valencia pudo haber algún intento de acabar con él. Nunca llegó a cruzar los Pirineos. Muy cerca de Tarraco, un tal conde Sisberto lo capturó y más tarde lo asesinó. Cuentan que fue una orden de su padre, que una vez informado de su captura mandó ejecutarlo. Puede ser. Pero no es lógico que antes lo perdonara en público para más tarde quitarle la vida. Si además tenemos en cuenta que las crónicas vienen de Gregorio de Tours, se hace más sospechoso que no es más que una acusación sin demasiado fundamento. Hermenegildo tenía bastantes enemigos fuera de Sevilla, tanto católicos como arrianos, pero la misión de Gregorio era dejar a Leovigildo en mal lugar, puesto que era partidario de Isgunda y su marido Hermenegildo  

Nunca sabremos quien ordenó su muerte, pero sí que murió huyendo, y tampoco sabemos de quién. Apenas tenía 21 años, pero vividos intensamente y protagonizando uno de los episodios más desconcertantes de la España goda. La Iglesia Católica consideró que Hermenegildo fue un mártir y debía ser ascendido a los altares. Murió Hermenegildo el Godo, nacía Hermenegildo el Santo.  


El sueño de Leovigildo

El reino de los suevos abarcaba la actual Galicia, norte de Portugal y parte de Asturias. Aquel año de 585, después de la muerte de su rey Miro mientras ayudaba a Hermenegildo, el reino suevo llegaba a su fin. A Miro lo sucedió su hijo Eborico, pero fue derrocado por el usurpador Andeca, y Andeca no fue rival para Leovigildo, que después de haberlos tenido como rivales en Sevilla, tenía más ganas que nunca de derrotarlos definitivamente. Más de un siglo habían permanecido los suevos como reino, si no totalmente independiente, sí bastante apartado del reino godo toledano. Leovigildo se aseguró, además, de que futuros intentos de recuperar el reino perdido -que los hubo- no prosperaran, y para eso dejó duques acuartelados en las plazas de Viseu, Oporto, Tui, Braga y Lugo. A partir de entonces, cualquier intento de rebelión, fue aplastado. Más tarde se desplazarían allí algunos obispos arrianos, para atender las necesidades religiosas, aunque parece ser que Leovigildo quiso asegurarse de que la población católica no fuera molestada, buscando con eso ganarse la simpatía del pueblo suevo.  

Mientras tanto, Recaredo destruía en el Cantábrico una flotilla franca que acudía a ayudar a los suevos y en la Septimanía, el rey burgundio Goltrán se estrellaba una vez más contra los godos al intentar invadir estas tierras. Leovigildo conseguía de esta manera unificar casi todos los territorios peninsulares, a excepción de algunas franjas cántabras al norte y la provincia bizantina al sur. Era mucho más de lo que había conseguido ningún rey godo hasta la fecha y podía sentirse satisfecho. Sin embargo, no lo estaba. Aún le quedaba algo muy importante por hacer antes de morir en paz.  

Leandro, el arzobispo de Sevilla, había sido desterrado después de lo ocurrido con Hermenegildo. ¿Dónde? No se sabe. Hoy los estudiosos del tema apuntan a dos posibles destinos. Constantinopla, donde en su viaje anterior hizo buena amistad con otro futuro santo; Gregorio Magno, o su ciudad natal, Cartagena. En cualquier sitio donde buscara asilo, se afanó en escribir varios libros contrarios al arrianismo. Y entonces, Leovigildo lo mandó llamar, el exilio había acabado para Leandro, al que ahora le encomendarían una misión.  

El reino hispano de Toledo era más poderoso que nunca, pero había un espinoso tema por resolver. El tema religioso. Ahora que se había conseguido unificar casi toda la península, faltaba por unificarla en la fe. El rey debía tener ya cierta edad y antes de despedirse de esta vida no quería cometer errores. Sobre Leovigildo debió pesar la muerte de su primogénito Hermenegildo, la de su nuera, camino de Constantinopla, y la desaparición de su nieto. Su propia esposa era católica. Los reinos vecinos también lo eran. En Hispania, los arrianos eran solo unos miles, los godos, frente a unos cuantos millones de católicos, los hispano-romanos. ¿Qué sentido tenía seguir negando que Jesucristo era el mismo Dios? ¿Acaso podía demostrarlo? El rey estaba ya bastante cansado de todo esto y quería solventar el tema de una vez por todas.  

Sobre el obispo Leandro recaía ahora la responsabilidad de educar al todavía muy joven príncipe Recaredo. Leovigildo cumplió con lo que su conciencia le dictaba, y un año más tarde, en 586, moría en su lecho del palacio real de Toledo. No se sabe la edad que tenía. Recaredo se encontraba en la Septimania reprimiendo un nuevo intento de invasión cuando le llegó la terrible noticia: su padre había muerto. A su llegada a Toledo fue inmediatamente nombrado, por unanimidad, como nuevo rey. Recaredo se estrenaba, a sus 20 años, como monarca de una nueva Hispania que poco a poco llegaría a ser completamente católica. Le esperaba, además, el reto de mantener y completar el sueño de su padre de una Hispania completamente unida.  

El obispo Leandro estaba más que satisfecho al ver a su pupilo convertido en rey, pero Hispania y el mismo Recaredo seguían siendo oficialmente arrianos. Cumplir con el trámite era cosa delicada, pero el joven rey tenía detrás de sí a un obispo que se había convertido en una de las figuras más influyentes del momento, por lo tanto, Recaredo se animó a dar el paso definitivo.  


Las conspiraciones arrianas

Aconsejado por Leandro, Recaredo convocó a obispos de una y otra confesión para que expusieran sus argumentos y cruzaran opiniones. Tras escucharlos a todos los despidió para más tarde hacerles saber que adjuraba del arrianismo y se convertía a la fe católica, que era, además, a partir de ese momento, la religión oficial de todo el reino, tanto para godos como para hispano-romanos. Sabiendo que Recaredo había estado bajo la tutela de Leandro, y tras lo vivido con su hermano Hermenegildo, a casi nadie sorprendió la noticia. Sin embargo, despues de tres siglos como arrianos, se hacía dificil de asimilar el cambio y por eso no es de extrañar que algunos nobles conspiraran contra el rey, cosa que no parecía preocupar demasiado a Recaredo, pues ahora tenía de su parte a la mayoría de la población hispano-romana.  

En el año 588 comienzan las conspiraciones. Sunna, el obispo arriano de Mérida, en complot con algunos nobles, quisieron asesinar al obispo católico Masona. Un conde llamado Witerico, que formaba parte del complot, se arrepintió y se echo atrás en el ultimo momento y terminó delatándolos, por lo que el plan fracas. Atención a este Witerico, que aún tendremos occasion de hablar de él.  

Al obispo rebelde se le ofreció el perdón a cambio de su conversión al catolicismo, pero éste rechazó la oferta y por consiguiente fue desterrado. Al conde Segga se le amputaron las manos, castigo que, según la costumbre goda, se reservaba a los usurpadores. Y así, sin manos, fue enviado a Galicia, donde fue recluido. Y el conde Vagrila fue desposeído de sus bienes. Unos castigos ejemplares que, sin embargo, no evitaron que hubiera otra conspiración, que también fue descubierta poco antes del III Concilio de Toledo. ¿Y quien era el cabecilla? Un obispo llamado Uldida, de gran prestigio entre la población y que supuestamente se había convertido pocos meses antes. Pero había otra conspiradora, nada menos que la reina Gosvinta, la madrastra de Recaredo y Hermenegildo. El obispo fue, como el anterior, desterrado y Gosvinta… Recaredo se apiadó de ella y fue perdonada, posiblemente por ser ya una anciana. Después de esto, no tardó mucho en morir y se cree que ella misma se suicidó.  

El catolicismo no tenía vuelta atrás y nada ni nadie podría evitar que llegara a ser la religion oficial, mayoritaria y dominante. Y una vez cumplido el trámite, Recaredo tenía otras muchas cosas de qué ocuparse, aunque había una que para él era prioritaria: localizar al conde Sisberto, aquel que supuestamente arrestó y ejecutó a su hermano, por una supuesta órden de su propio padre. Sisberto fue condenado a muerte y ejecutado. Pero, ¿por qué condenar a alguien que simplemente había cumplido órdenes del rey? Caben dos posibilidades: o Recaredo no fue informado de que su padre dio la órden, o simplemente es falso que Leovigildo mandara ejecutar a su propio hijo. No parece muy verosímil que Recaredo estuviera desinformado de algo tan transcendental, por lo que, está claro que si Sisberto fue ejecutado, fue porque él mismo asesinó a Hermenegildo. ¿Y por qué el difunto Leovigildo no ordenó su persecución? No hay crónicas que aclaren este hecho, pero en vista de cómo acabó este conde, lo más probable es que ya estuviera en busca y captura y fue finalmente bajo el reinado de Recaredo cuando lo encontraron.  


300 godos

En el año 480, trescientos fueron los espartanos que libraron la batalla de las Termópilas contra los persas; nueve años más tarde, en el 489, trescientos fieles al rey Recaredo iban a enfrentarse y vencer a más de 60.000 rebeldes arrianos en la provincia gala de Septimania. En realidad, los espartanos, aunque se enfrentaban a un ejército persa infinitamente superior (se habla de 250.000) no eran solo 300. Su ejército se componía de aproximadamente 7.500 soldados. Trescientos fueron un pequeño destacamento que se propuso evitar el paso de los persas por las Termópilas, y aún así tuvieron el apoyo de 700 tespios y 400 tebanos. Nadie puede negar su heroísmo, pero los números son los números. Lo mismo ocurre con los trescientos godos que acudieron a repeler la rebelión arriana en Septimanía. Nadie en su sano juício creería que fueron capaces de enfrentarse a 60.000 guerreros y vencerlos.  

Lo que ocurrió fue que Athaloc, el obispo arriano de Narbona, y los condes Granista y Wildigerno, conspiraron contra Recaredo y solicitaron la ayuda de los francos, que no se lo pensaron e invadieron la Septimania, viendo aquí una oportunidad de hacerse con aquel territorio definitivamente. El rey burgundio Gontrán consiguió reunir a más de 60.000 guerreros y llegaron a Carcasona; allí esperarían al ejército de Toledo. Y el ejército toledano apareció: 300 godos al mando del duque Claudio. Cuenta San Isidoro (el hermano pequeño de San Leandro) que la intervención divina le dio la Victoria a los de Toledo en tan desigual batalla. ¿Qué ocurrió realmente? Nunca lo sabremos. Lo lógico sería pensar que se exagera al hablar tan solo de 300 guerreros. También podría ser que el duque Claudio, con un pequeño destacamento tendiera una emboscada al ejército galo, causandole tantas bajas que les hicieron retroceder. Sea como fuere, se cuenta que fueron 5.000 los caídos entre los galos y 2.000 los apresados y la Victoria fue completa para los de Toledo.  


El III Concilio de Toledo

La conversion de Hispania al catolicismo, como vemos, le trajo más de un disgusto a Recaredo. Hubo más rebeliones y conspiraciones, pero todas fueron descubiertas y no quedaron sin castigo, como la del duque Argimundo, al cual se le dieron multitud de latigazos, se le cortó una mano y fue paseado en burro por Toledo. Y como el empeño de Recaredo no hubo quien lo parase, el 8 de mayo de 589 se inauguraba el III Concilio de Toledo, considerado como el acto fundacional del reino católico visigodo de España. Fue allí, donde Recaredo abjuró oficialmente del arrianismo junto con los nobles y el clero godo. Todo ello bajo la supervisión del obispo Leandro y el abad Eutropio y animando a los arrianos a su conversion por las buenas. La conversion porlas malas o la desobediencia llevaba consigo la supresión de privilegios y la expropiación de tierras. Todas estas expropiaciones fueron finalmente a parar a las autoridades eclesiásticas católicas. Paralelamente, las tierras confiscadas a los católicos por su padre Leovigildo, fueron finalmente devueltas a sus antiguos propietarios. Ese año de 489, España experimentaría un gran cambio social entre sus 7 millones de habitantes dirigidos por un joven rey de solo 24 años. O mejor habría que decir por un veterano obispo de Sevilla.  

Liuva, el hijo bastardo y Witerico, el traidor

En el año 601, Liuva, hijo de Recaredo, era elegido rey de España, un reino ya consolidado donde las diferencias entre godos e hispanoromanos eran cada vez menores, gracias en buena parte, a la labor de Recaredo y el obispo Leandro, que habían puesto fin a la division de fes. Recaredo había muerto en Toledo a los 36 años de edad. Una enfermedad desconocida había acabado con el. Un año antes, con el fin de siglo, había muerto Leandro, siendo sustituido por su hermano Isidoro. Leandro hizo méritos religiosos suficientes como para ser nombrado santo, y así lo hizo la Iglesia Católica siglos más tarde. No menos méritos hizo su pupilo Recaredo que será recordado en la historia de España como un rey conciliador. Pero, ¿quién era Liuva? Liuva era hijo de Recaredo y la hija de un conde del que no sabemos su nombre. En cuanto a ella, el obispo Isidoro cuenta que era oscuramente desconocida pero no exenta de virtudes. 

En resumidas cuentas, Liuva era fruto de un lio que Recaredo tuvo con una condesita. ¿Pero es que Recaredo no estuvo casado? Sí, lo estuvo. A los 24 años, ya para el año del III Concilio de Toledo del que hemos hablado, Recaredo estaba casado con una noble Goda llamada Baddo, con la que tuvo dos hijos: Suintila y Geila. Anteriormente, su padre Leovigildo le había preparado un matrimonio con la princesa franca Clodosinda. Él era un crío y todo sucedió aquella vez que su hermano Hermenegildo se casó con la desgraciada Isgunda, pero el acuerdo de casarlo a él no llegó a cerrarse. Ahora, muerto Recaredo, le sucedía un hijo no legítimo, aunque hay que recordar, que la corona goda no era hereditaria de padres a hijos, sino por elección entre los nobles del reino. Se cuenta que la elección de Liuva, fue un acto de agradecimiento de los nobles hacia el que consideraron un buen rey. Sin embargo, hay quien opina que fue utilizado como un simple títere. 

Liuva, siendo aún un crío, con unos 14 o 15 años, fue utilizado en una conjura contra su padre. Como todas las conjuras anteriores, esta fracasó. Recaredo perdonó al joven Liuva, ya que, entendió que no era más que un crío al que habían lavado el cerebro. Ahora Liuva está en el trono como sucesor del rey y eso no es del agrado de algunos. ¿Por qué? Porque la tradición goda-germana no permite que el trono sea hereditario. Podían aceptarse excepciones, pero eran ya cuatro miembros de una misma dinastía los que habían ocupado el trono. Leovigildo, Hermenegildo en Sevilla, Recaredo y ahora Liuva. No tardaron en aparecer conjuros. Los nobles contrarios a la entronización de Liuva se reunieron en secreto para planificar la conjura. 

A la cabeza de estos nobles estaba Witerico, el mismo que había traicionado a los arrianos que conspiraron contra su padre Recaredo. Esta vez no hubo quien pagara a Witerico con la mismo moneda, el plan no fue descubierto por nadie y la traición se consumó en Toledo. Era el verano de 603. Liuva fue apresado y encerrado en un calabozo de la ciudad para más tarde serle amputada la mano derecha. El traidor Witerico quiso simbolizar con este castigo, que Liuva era un usurpador que había robado un trono que no le correspondía. Liuva había durado en el trono 18 meses. Todo lo conseguido con el esfuerzo de su padre y su abuelo está a punto de venirse abajo. No está claro si primero le cortaron la mano y despues lo mataron o viceversa, pero al joven Liuva lo quitó de enmedio Witerico que inmediatamente se alzó como rey. 

Fue un autentico golpe de estado. Todo se desarrolló sin demasiada oposición, hasta que el golpista comenzó a comportarse como un autentico tirano. Witerico quería volver a ponerlo todo patas arriba y volver al arrianismo. El doblemente traidor Witerico no solo fue un tirano durante su reinado, sino un absoluto inepto, además de loco. Nada más hacerse con el mando del reino, quiso dar marcha atrás en el proceso del catolicismo que tan buenos resultados le había dado a Recaredo. Witerico quería volver al arrianismo. Sin embargo, el catolicismo estaba ya muy avanzado y había arraigado más de lo que Witerico había pensado. Enfrentarse a una cada vez más poderosa Iglesia Católica hubiera sido poco prudente, por lo tanto, y a pesar de que fueron muchos los que sufrieron persecución y tuvieron que exiliarse, no le quedó más remedio que resignarse y dejarlos seguir adelante, mientras él seguía aferrándose a los arrianos. 

Quizás fue lo más sensato que Witerico hizo en su reinado, junto a la lucha que mantuvo contra los bizantinos, en la cual pudo arrebatarles algunos territorios; en todo lo demás fue ineficaz. Por ejemplo, quiso emparentar con los francos borgoñeses casando a su hija Ermemberga con el príncipe burgundio Teodorico, pero enseguida apareció la abuela Brunequilda echando sapos y culebras para espantarle la novia al nieto, debido a la mala fama del rey toledano de perseguidor de católicos. Aquel desprecio sentó tan mal a Witerico, que de buena gana hubiera lanzado sus ejércitos contra los franceses, sin embargo, sus ejércitos estaban haciendo algo más coherente como era expulsar a los bizantinos del sur de España. 

No obstante, quiso aliarse con Austrasianos y Lombardos y ponerlos en contra de los borgoñeses, alianza que tampoco llegó a cuajar. Todo el mundo ignoraba al monarca hispano, ya que solo acudía a establecer alianzas por su propio interés. Hasta los nobles hispanos estaban hartos de él. No tardó en surgir una conspiración en su contra; fue en Septimania, encabezada por el conde Bulgar, aunque fue descubierta, Bulgar fue arrestado y torturado, para más tarde quedar en libertad y ser rehabilitado en su cargo. ¿Por qué fue este conde perdonado? Por lo visto, Witerico tuvo una visión en la cual se le pedía que no actuara contra él. Esto nos da una idea del mundo irreal en el que vivía el monarca.

¿Y qué hizo Bulgar? Volver a conspirar contra el rey. Tan vulgar era Bulgar, que no dudó en aliarse hasta con sus propios enemigos con tal de derrocar a Witerico, el cual ya no tenía amigos por ninguna parte. No obstante, los nobles quisieron tener un detalle con su rey cuando llevaba siete años en el trono. En abril del año 610 se organizó un banquete en su honor. Witerico acudió encantado al verse colmado de tantos honores. Porque todos, además, quisieron tener el honor de ir pasando de uno en uno clavándole su puñal. Era lo mejor para el reino de Toledo, así lo habían acordado todos, incluída la Iglesia Católica, que apoyó la conjura. No hubo funeral. Su cuerpo fue paseado por las calles de la capital. No hubo lápida ni epitafio. Fue enterrado en una fosa común para que nadie le recordara jamás. Esto nos da una idea del odio que se ganó durante su reinado, tanto del pueblo como de los nobles.

 

Gundemaro

El duque de la Septimania Gundemaro, amigo del conde Bulgar, fue el elegido como nuevo rey con el apoyo de toda la Iglesia Católica, que veía en él buenas cualidades. Durante el reinado de Witerico, Gundemaro se había dedicado a recoger a tantos exiliados como le llegaban a la Septimania desde el sur, que no fueron pocos. Nada más subir al trono tuvo que hacer frente a la petición de los quince obispos de la provincia Cartaginense y el obispo de la Bética Isidoro.

Los eclesiásticos pedían una reunión para aprobar el traslado de la capitalidad religiosa del reino a Toledo. En 554 Cartago Nova había sido invadida por Bizancio y en Toledo se sentían más protegidos. Así pues, Toledo se convertía en capital religiosa del reino. No se tiene demasiada información sobre el gobierno de este rey. Pocas cosas pudo hacer en los dos años que estuvo en el trono, pues en 612 moría de muerte natural. Solo se sabe que durante este breve tiempo fue querido y llorado al morir.

 

Sisebuto

Precisamente en aquellos años el duque Suintila había inflingido a los bizantinos varias derrotas que obligaron al gobernador imperial Carsarius a firmar la paz para evitar más derramamiento de sangre. Lo cierto es que a Sisebuto, el nuevo rey godo, le pareció bien una tregua, para reponer a su desgastado ejército que tenía otro frente que atender en el norte, contra los astures. Bizancio quedaría, de momento, en poder del Algarbe y las Baleares. Pero Sisebuto no pasaría a la historia por ser quien recobró una gran extensión de territorio en el sur, sino por su intolerancia con los judíos.

Los conflictos con los judíos no eran nada nuevo, pero habían llevado una vida paralela a los cristianos y habían compartido con ellos el destino de la Hispania goda. Cuando comenzaron las guerras entre católicos y arrianos, los judíos quedaron en un segundo plano pasando casi desapercibidos, pero ahora que los problemas entre unos y otros eran cada vez menores, los judíos volvían a estar de nuevo en el punto de mira. Sisebuto, católico aferrado y amigo de Isidoro de Sevilla, estaba dispuesto a apretarle las tuercas a aquellos que solo creían en las antiguas Escrituras y nada querían saber de Jesucristo. Para ello, promulgó una ley que entró en vigor el 1 de julio del 612 donde se prohibía a todo judío la posesión de esclavos. Aquellos que los poseyeran debían venderlos. La esclavitud era una práctica habitual en aquella época, pero a partir de ese momento, solo los cristianos podían tenerlos, por lo que, los judíos quedaron en clara desventaja para sacar adelante sus cultivos.

El matrimonio entre cristianos y judíos quedaba prohibido así como la conversión de cristianos a judío. Para los matrimonios ya contraídos se obligaba al cónyuge judío a convertirse al cristianismo y al bautismo de los hijos ya nacidos entre ambos. Si un cristiano era captado por un judío para convertirse a su fe, el judío sería condenado a muerte y el cristiano castigado con varios latigazos, y si aún así seguía con la idea de renunciar a su fe sería convertido en esclavo y puesto a disposición del rey. La no obediencia de esta ley se castigaba con el exilio y la confiscación de los bienes. Así pues, si con Witerico fueron muchos los católicos que huyeron a Francia. El reguero que llegaba ahora era de exiliados judíos. Sin embargo, la mayoría acató la ley, a la espera de que el temporal amainara, como así fue. No hay mal que cien años dure, y pronto pasarían de nuevo a un segundo plano. Los judíos nunca llegaron a integrarse por completo y acabarían por ser expulsados siglos más tarde, pero el tiempo que estuvieron en España, supieron adaptarse a las circunstancias.

Y de todo esto, ¿qué pensaba su amigo Isidoro de Sevilla? Por lo visto, Isidoro no estaba de acuerdo con las medidas adoptadas por el rey, pero hacía la vista gorda y mantenía su amistad con él, pues parece ser que compartían aficiones al arte y a la escritura. Sisebuto demostró su talento como escritor en su libro dedicado a la vida de San Desiderio, mientras el futuro santo demostró su afecto al rey dedicándole sus escritos sobre física y cosmografía De Rerum Natura. Y ya que hablamos de cosmografía, en los años 611 y 612 tuvieron lugar sendos eclipses visibles desde la península Ibérica que llegaron a preocupar a la Iglesia, pues muchos vieron en aquellos fenómenos señales de otros dioses y se hicieron paganos.

Sisebuto reinó por nueve años, desde la muerte de Gundemaro hasta febrero del 621. No se sabe a ciencia cierta si murió de muerte natural, pues hay quien cree que hubo una conspiración y fue envenenado a manos del general Suintila, aspirante al trono.

Pero Sisebuto tenía un hijo, posiblemente era un muchacho muy joven, nadie sabe la edad que podía tener. Los nobles encargados de deliberar quién sería el sucesor del difunto Sisebuto no lo tenían claro a la hora de elegir. Por una parte, el joven Recaredo era casi un niño, por otra estaba el general Suintila, del que todos sabían sus ansias de subir al trono y era el principal sospechoso de haber envenenado al rey. Por lo tanto, entre el dilema de tener que elegir entre un niño y un poderoso militar, posible implicado en el asesinato, eligieron al niño y lo hicieron rey con el nombre de Recaredo II.

La desconfianza de los nobles en quien había hecho méritos suficientes para subir al trono enojó a Suintila; y bien sea casualidad o bien alguien estuvo detrás de todo, el caso es que el pequeño Recaredo no tardó en aparecer muerto. Las circunstancias no están claras ni el tiempo que reinó tampoco. Hay quien cree que solo fue rey durante unos días y quien apunta dos meses. El caso es que Recaredo II solo subió al trono para añadir un nombre más a la lista de los reyes godos. Esto ocurría aproximadamente sobre el mes de marzo del año 621. Y ahora sí, Suintila, el bravo general que puso contra las cuerdas al gobernador bizantino, se presentó ante los nobles dispuesto a que nadie le discutiera su derecho a hacerse con el trono de la España goda. Respaldado por su ejército, los nobles, en efecto no pudieron seguir negándole ese derecho, y Suintila llegó a ser rey.

 

Isidoro de Sevilla, un sabio hispano-godo

Ya hemos visto la influencia de Leandro, obispo de Sevilla, sobre Hermenegildo, y ahora vemos la amistad reforzada por sus mismas aficiones de su hermano Isidoro con Sisebuto. Hora es ya de hablar de esta familia donde todos los hermanos llegaron a ser santos, porque Leandro e Isidoro tenían otro hermano, Fulgencio, y una hermana, Florentina, que también fueron canonizados. Los padres, Severiano y Teodora, eran originarios de Cartagena, y desde allí vinieron a Sevilla, posiblemente debido a la invasión bizantina. Severiano, de origen hispano-romano, pertenecía a una familia de alto rango social y Teodora, de origen godo, parece ser que estaba emparentada con la realeza. Leandro, Fulgencio y Florentina habían nacido en Cartagena, pero Isidoro, el menor de los hermanos, nadie está seguro de dónde nació, aunque hay quien está convencido (y es lógico pensarlo) que fue en Sevilla y en su casa se levantó una iglesia.

Sobre la vida de esta santa familia se cuenta multitud de anécdotas, como que Leandro era muy severo con la disciplina de sus hermanos. Parece ser que Isidoro era más bien travieso y que Leandro se extralimitaba con sus castigos, hasta el punto de que Isidoro huyó de casa. Al volver y por recomendación de Leandro, fue internado en un monasterio para ver si allí conseguían que mejorase su comportamiento. Y fue allí, sacando agua de un pozo, donde Isidoro se dio cuenta de algo curioso. La piedra del brocal estaba desgastada por la parte donde rozaba la soga que servía para tirar del cubo. Entonces llegó a la conclusión de que, si una soga que es infinitamente más blanda que la piedra, puede a base de tiempo horadarla como si de un cincel se tratase, los libros podrían cincelar su pétrea mente hasta hacer de él un hombre sabio y un buen cristiano. Otras versiones cuentan que fue en un momento de gran duda espiritual sobre si los hombres se apartarían alguna vez del mal; y al ver la roca horadada por la cuerda, se fue inmediatamente a devorar libros que le enseñasen a cincelar la pétrea mente humana y hacerles ver el camino del bien.

Y muy bien debió aplicarse Isidorito porque llegó a ser arzobispo de Sevilla sustituyendo a su hermano Leandro. Pero Isidoro no solo llegó a ser clérigo ni un arzobispo más, sino que se le considera un auténtico sabio de su época. Y después de su canonización se le nombró doctor. No en vano, detrás de sí dejaba una gran obra escrita en la que se adentra en campos muy diversos como la astronomía y la historia natural (De natura rerum), la historia universal (Chronica majora), y por supuesto tratados teológicos donde da su visión sobre la trinidad (De differentiis verborum). Pero su obra más importante fue Etimologías, una extensa enciclopedia donde Isidoro recoge todo el saber de su tiempo. No pasó por alto la música, las matemáticas y la geometría, ni quiso tampoco dejar pasar la oportunidad de escribir sobre todo lo que pasaba a su alrededor, y gracias a él nos llegó la Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum (Historia de los Reyes de los Godos, Vándalos y Suevos). Es a través de esta esta obra que nos ha llegado la mayor parte de lo que hoy conocemos sobre nuestros antepasados godos.

Isidoro fue arzobispo durante 37 años. Casi 1.000 años después de su muerte, en 1598, fue canonizado por la Iglesia Católica y en 1.722 el papa Inocencio XIII lo declaró Doctor de la Iglesia por haber sido un auténtico sabio de su tiempo. Sobre su hermano Fulgencio, poco se sabe; Isidoro lo menciona como un simple ciudadano, sin embargo también llegó a ser obispo y más tarde canonizado, llegando a ser conocido como San Fulgencio de Cartagena. En cuanto a su hermana Florentina, abadesa y fundadora de varios monasterios, también fue santificada tras su muerte. Es por eso que los hermanos son conocidos como los cuatro santos de Cartagena.

Suintila, príncipe de los pobres

Nunca se llegó a probar que Suintila fuera el asesino de Sisebuto o de su hijo Recaredo, sin embargo, parece ser que no fue un mal rey… para algunos; pero fue un tirano para otros. Veamos cómo fue el reinado de este controvertido monarca, cuyo carácter no ha llegado a poner de acuerdo a los historiadores modernos. Para empezar, aclararemos que Suintila era hijo de Recaredo I, aquel joven al que tanto cariño cogió Leandro de Sevilla, ya que fue su tutor por encargo de Leovigildo, consiguiendo de su pupilo que hiciera del catolicismo la religión oficial en España. Suintila era, además, yerno del recién fallecido Sisebuto. Es de suponer, que por el solo hecho de ser hijo de Recaredo I, Suintila ya gozaba de la simpatía del obispo Isidoro; simpatía que no dudó en mostrar en sus escritos sobre los reyes godos. Pero toda esta simpatía se iría al traste años más tarde, veamos qué ocurrió.

Suintila, ya lo hemos visto, había puesto contra las cuerdas a los bizantinos, que en su intento de reconquistar Hispania hacía siete décadas que se habían convertido en unos molestos vecinos instalados en una franja (cada vez más estrecha) que iba desde el Levante hasta Cádiz. Fue su rey y suegro Sisebuto quien evitó que los expulsara completamente al necesitar todos los ejércitos para aplastar una rebelión en el norte. Para Suintila, aquel era un asunto que quedó pendiente, pero al igual que le había ocurrido a su suegro, los vascones estaban de nuevo en rebeldía. Estando éstos saqueando la provincia Tarraconense, Suintila se lanzó contra ellos consiguiendo una victoria total. Los prisioneros fueron obligados a construir una fortaleza que llamarían Oligicus (Olite) que junto a Vitoria y Recópolis serían las tres únicas ciudades fundadas por los godos en España. Precisamente, estas tres ciudades formarían una línea defensiva contra futuras incursiones. Y una vez solucionado el problema de los vascones, ahora sí, Suintila fue a por los de Bizancio, luchando contra ellos hasta expulsarlos definitivamente. Por primera vez, la península Ibérica al completo quedaba unificada bajo un mismo reino. Se daba la circunstancia, además, de que este rey convirtió el reino de Toledo en el de más amplio territorio en la historia de España, (exceptuando los imperios que vendrían siglos más tarde) pues, en aquellos momentos el reino ocupaba las actuales España, Portugal y la provincia francesa de Narbona (la Septimania). Había sido el sueño de los monarcas anteriores, y Suintila por fin lo había conseguido.

Hasta aquí, todo perfecto, los nobles del reino y la propia Iglesia Católica no podían más que admirar las hazañas conseguidas por su rey. El propio Isidoro escribiría sobre él que «fue el primer monarca que reinó sobre toda la Hispania peninsular al completo». Y escribió algo más, alabando las cualidades humanas de este rey, pero luego vendrían otros temas más espinosos e Isidoro cambió de parecer. Suintila estaba empeñado en establecer de una vez por todas la monarquía hereditaria, algo que los nobles no veían con buenos ojos. Ya habían tolerado que Recaredo I subiera al trono después de su padre. Él mismo, Suintila, era el tercero de la misma dinastía, pero hasta aquí estaban dispuestos a tolerar. Pero aún había más. Suintila era de la opinión de que la nobleza y la Iglesia habían acumulado demasiado poder, por lo que, quiso reforzar la autoridad monárquica frente a ellos. ¡Con la Iglesia hemos topado!

Suintila, no obstante y a pesar de ser consciente de lo impopular de su medida entre la nobleza y la religión, puso en marcha algunas leyes que favorecían a la plebe. Los más pobres no tendrían que pagar, o pagarían menos impuestos, por el contrario, los terratenientes, y en general todos los magnates del reino, verían gravados sus cargas fiscales para hacer frente a los gastos del país. Que pagaran más quienes más tenían. Además, Suintila acosó y despojó de gran parte de su fortuna a aquellos nobles y clérigos que se habían enriquecido ilegalmente mientras los reyes anteriores hacían la vista gorda. Era lo justo, pero no lo más sensato para seguir en el trono. Con estas medidas, el rey se ganó el apoyo de las clases más bajas al tiempo que comenzaron a salirle enemigos y conjuras entre las más altas. El caso es que, los nobles no se veían capacitados por sí solos para derrocar a Suintila, dada la gran popularidad adquirida entre el pueblo y la fidelidad hacia su antiguo general, ahora rey, de todos sus jefes militares. A todo esto había que añadir la poca unanimidad entre los conjurados, que no se ponían de acuerdo a la hora de actuar.

Fue en la provincia Narbonense o Septimania, como otras tantas veces, donde se fraguó la conjura definitiva. La ayuda tendría que venir de fuera, una práctica a la que se acostumbrarían los visigodos y que acabaría por destruir su reino. Para derrocar a Suintila se pediría ayuda a los francos, concretamente a Dagoberto, rey de Neustria. El encargado de la negociación sería Sisenando, duque de la Septimania. Y esa ayuda, por supuesto, no les iba a salir gratis. Al presente ofrecido por Sisenando, una bandeja de oro de 110 kilos que el general romano Aecio había regalado a Turismundo en el año 451 por su actuación decisiva en la batalla contra los hunos, hubo que añadir 200.000 sueldos, monedas de plata por un peso aproximado de unos 22.000 kilos. Expolio de valiosas reliquias pertenecientes al tesoro visigodo y derroche de dinero para conseguir el poder.

En marzo de 631, los ejércitos de Dagoberto se reunieron en Tolosa y desde allí marcharon a Zaragoza, ciudad que conquistaron con poco esfuerzo. La rebelión ya no tenía vuelta atrás y los nobles indecisos se unieron a ella. El propio hermano del rey, Geila, se unió a los rebeldes, y Suintila, que todo aquello le cogió desprevenido, tuvo que huir después de que su ejército fuera derrotado. Los rebeldes se dirigieron entonces a Toledo, donde proclamaron rey a Sisenando el 26 de marzo. Poco después, Suintila era capturado y encarcelado durante más de dos años. Sisenando no lo tuvo fácil y tuvo que enfrentarse a nuevas rebeliones que apoyaban a Suintila. Fue en la Bética, donde más resistencia hubo, y donde un noble llamado Iudila llegó a acuñar moneda propia con la inscripción “Iudila Rex”, lo cual significa, que se había proclamado rey. También hubo otra revuelta, esta vez protagonizada por Geila, que si antes lo veíamos unido a los rebeldes contra su hermano, ahora había cambiado de parecer y se ponía en contra de Sisenando. Y esto da que pensar: ¿acaso Geila había pretendido desde el principio ser elegido nuevo rey? Pero la ayuda de Dagoberto se mantuvo hasta el final, buen dinero le habían pagado para ello, y Sisenando controló las revueltas.

 

El IV Concilio de Toledo

Al cabo de casi tres años, casi finalizando el 633 tuvo lugar el IV Concilio de Toledo presidido por el arzobispo de Sevilla Isidoro, ocasión que fue aprovechada para juzgar a Suintila y legitimar como rey a Sisenando. Pero este concilio no fue un concilio cualquiera, y si el tercero ya fue de vital importancia donde la Iglesia Católica recibió un gran impulso entre los godos, el cuarto, del cual nos ocupamos ahora se convocó en un periodo especialmente frágil con potencial peligro de abrir fisuras en el reino. Se temía un gran enfrentamiento civil e incluso había sospechas de una probable invasión extranjera. El 5 de diciembre de 633, en la basílica de Santa Leocadia de Toledo tuvo lugar su apertura. La asistencia fue de nada menos que 69 obispos, lo cual ya nos da una idea de su importancia. Comienza el acto dando gracias a Dios Omnipotente y al rey de España y la Galia, Sisenando, que entra a continuación y se postra en tierra delante de todos los obispos, con lágrimas en los ojos, pidiendo entre sollozos que intercedan por él ante el Señor. Y acto seguido comienza el debate sobre los 75 cánones que se van a tratar.

El primero de todos viene a establecer que la fe católica se basa en el principio de la Trinidad: «Decimos que el Padre no ha sido hecho ni engendrado por nadie. Afirmamos que el Hijo no ha sido hecho sino engendrado. Y confesamos que el Espíritu Santo no ha sido creado ni engendrado sino que procede del Padre y del Hijo.» A continuación se tratan una serie de cánones, donde se muestra la intención de configurar una “iglesia nacional”, que se rija por unas mismas formas y principios: «Guárdese, pues, el mismo modo de orar y cantar en toda España y Galia.» Vienen luego los cánones donde se trata de liturgias, bautismos, elección de obispos, monjes, penitentes, y la espinosa cuestión judía: «Que los judíos no tengan esclavos cristianos… que no les esté permitido a los judíos tener esposas ni concubinas cristianas, ni comprar esclavos cristianos para uso propio ... que no se les otorgue cargo público.»

Y así, hasta 75, donde no todos trataban sobre religión, sino también cuestiones de estado. El último de todos, el 75 es una Amonestación al pueblo para que no peque contra los reyes: «la última decisión de todos nosotros, los obispos, ha sido redactar en la presencia de Dios el último decreto conciliar, que fortalezca la situación de nuestros reyes y dé estabilidad al pueblo de los godos.» Como dejan claro los obispos, la Iglesia estaba ciertamente preocupada por la poca estabilidad del reino, con una constante sucesión de reyes que rara vez morían en su lecho de forma natural. Se pretendía mediante este canon fortalecer los tres pilares del reino: La iglesia, la nobleza y el rey. En este canos se incluía además la regulación del proceso electivo de sucesión al trono (los nobles con la aprobación de la Iglesia serían los encargados, como hasta ahora venía siendo habitual, de elegir al rey) quedando definitivamente descartada la monarquía hereditaria:  

«Que nadie entre nosotros arrebate atrevidamente el trono. Que nadie excite las discordias civiles entre los ciudadanos. Que nadie prepare la muerte de los reyes, sino que muera pacíficamente el rey, la nobleza de todo el pueblo, en unión de los obispos, designarán de común acuerdo al sucesor en el trono, para que se conserve por nosotros la concordia de la unidad, y no se origine alguna división de la patria y del pueblo a causa de la violencia y la ambición» 

Pero no solo al pueblo se le prohibía pecar contra sus reyes; para ellos, los reyes, también había estas “recomendaciones”:  

«Y ninguno de vosotros [los reyes], dará sentencia como juez único en las causas capitales y civiles, sino que se ponga de manifiesto la culpa de los delincuentes en juicio público. Y acerca de los futuros reyes, promulgamos esta determinación: que si alguno de ellos en contra de la reverencia debida a las leyes, ejerciere sobre el pueblo un poder despótico con autoridad, soberbia y regia altanería, entre delitos crímenes y ambiciones, sea condenado con sentencia de anatema».  

Se ataba, de esta manera, corto y bien corto a los reyes, limitando su poder y quedando, prácticamente a expensas de los nobles y de la iglesia, que finalmente era quien partía el bacalao.

No estaban mal, después de todo, las leyes aprobadas sobre este tema, para que a ningún rey déspota se le fuera la mano, pero a la vez, quedaba el poder del monarca limitado y en manos de unos nobles cada vez más ambiciosos y una iglesia que no estaba dispuesta a que se tocaran sus intereses, que eran, por supuesto, los intereses de Dios. Y esto se va a ver claramente en el juicio emitido sobre el derrocado Suintila. Según el acta conciliar, Suintila, arrepentido de sus crímenes, renuncia voluntariamente al trono y desvincula a Sisenando del proceso de sublevación. Confiesa, además, que se enriqueció a costa de los pobres. Contrasta todo esto con los encarecidos elogios que Isidoro había dedicado a quien llegó a calificar de ¡príncipe de su pueblo y padre de los pobres! Primero hay que aclarar algo: la palabra usada es miserorum, por lo tanto muchos dan por hecho que cuando el acta habla de enriquecerse a costa de los miserables se refiere a los pobres entre la plebe. Sin embargo, lo más probable es que haga referencia a la miseria en la que habían quedado los nobles a los que había hecho devolver las fortunas hechas ilegalmente durante los reinados anteriores. Lo que está claro es que este Concilio fue la reacción a la intención de Suintila de recortar el poder de la Iglesia. Pero también fue, ya de paso, un intento de consolidar el reino visigodo de España.

Sisenando fue reafirmado rey y a Suintila se le confiscaron la mayor parte de sus bienes. Por la infinita misericordia de los representantes de Dios en la tierra, se le perdonaba la vida, pero se le excomulgaba y era desterrado, pues se había llegado a la conclusión de que su reinado perjudicó seriamente los intereses de la Iglesia y por consiguiente los intereses de Dios. ¿Y qué opinaría Isidoro de todo esto? Isidoro era el presidente de aquella asamblea, el máximo responsable de cuanto allí se dictaminara. ¿Por qué este cambio desde que escribió con admiración que Suintila, además del monarca que reinaba sobre la totalidad de la península Ibérica, «era el príncipe del pueblo y padre de los pobres»? Nadie lo sabe, pero podemos especular que, o bien, ciertamente Suintila había cambiado su personalidad y se había convertido en un criminal, o bien Isidoro y demás obispos le calificaron de esta manera por haber atacado sus intereses, que no los del pueblo llano, que al parecer simpatizaba con su rey.

¿Qué haría ahora Isidoro con sus palabras? Muy sencillo: ¡comérselas! Porque eso fue lo que hizo. Los elogios a Suintila ya estaban escritos y publicados, pero ahora que Isidoro había tenido que ponerse de parte de la Iglesia, por el propio interés de ésta (y de Dios, por supuesto), aquellos elogios debían desaparecer, y los borró para que no volvieran a aparecer en futuras ediciones. Pero otros cronistas que le siguieron, también hablaron favorablemente sobre Suintila y de cómo se ganó el odio de los magnates, por lo que, a pesar de que los historiadores modernos no se pongan de acuerdo, queda medianamente claro que a quien llegó a fastidiar de verdad Suintila no eran otros que a la intocable Iglesia y a la siempre ambiciosa nobleza.

 

Aquí en la Tierra, pero no el el Cielo

Suintila, según el acta del Concilio, siguió vivo, cosa rara después de una revuelta de aquella índole, pero los clérigos habían decidido que ya estaba bien de tanto derramamiento de sangre. A Suintila se le perdonaba la vida… aquí en la Tierra, pero solo aquí, pues la excomunión significaba la condena al infierno. Quizás, debido a la tristeza que esto le produjo, Suintila murió al año siguiente de ser excomulgado y desterrado junto a su familia. Otro que también corrió la misma suerte fue su hermano Geila, por haber cambiado de bando durante las revueltas. Sisenando, por su parte, tomó buena nota de todo y después de ser ungido siguió reinando más derechito que una vela. Poco pudo hacer en tan poco tiempo, porque murió, también de muerte natural, tres años más tarde, el 12 de marzo del año 636. No se sabe la edad que tenía. ¡Qué caro le salió su reinado! 110 kilos de oro que componía toda una valiosa joya como era la bandeja de Turismundo y más de 22.000 kilos de plata que salieron del tesoro hispano-godo hacia Francia.

 

El legado romano

Después de todo, el Concilio IV de Toledo fue una gran llamada al orden para todos los que debían velar por la seguridad y estabilidad del reino y allí se promulgaron muchas de las leyes que debían servir para tal fin. Se puede afirmar que allí se tomó conciencia, quizás por primera vez, de España como nación. La Iglesia, con todas sus virtudes y defectos, fue la más interesada en este aspecto y no dejaría de celebrar estos concilios con el fin de seguir velando por el reino. Había sido varios siglos vagando en busca de una tierra prometida, y ahora, después de 200 años asentados en aquella tierra, querían seguir allí, cuidándola y sobre todo, conservándola. Isidoro de Sevilla lo puso de manifiesto, España era su tierra, la amaba y la mimaba con sus versos:

«De todas las tierras que hay desde Occidente hasta a India, tú eres la más hermosa, oh sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos. Bien se te puede llamar reina de todas las provincias. Tú, honor y ornamento del mundo, la más ilustre porción de la tierra en la que la gloriosa fecundidad de la raza goda se recrea y florece. Natura se mostró pródiga en enriquecerte: tú, exuberante en fruta, henchida de vides, alegre en mieses. Tú abundas de todo, asentada deliciosamente en los climas del mundo, ni tostada por los ardores del Sol ni arrecida por glacial inclemencia.» Fragmento del prólogo de la Historia Gothorum.

Llegados a este punto, cabe reflexionar sobre la analogía que presenta la forma de gobierno godo con la forma de gobierno romano. En ambos casos existen tres pilares: magnates, religión y rey. En el caso romano estaban: el senado, los patricios poderosos que ejercían el poder fáctico y los cónsules o emperadores que ocupaban la jefatura del estado. En el caso godo, los obispos hacían las veces de senadores y los nobles eran los magnates que ejercían el poder fáctico. Los godos, en este momento se asemejaban a la roma republicana, pues con la roma imperial los reyes, llamados emperadores, se hicieron con el poder absoluto, salvo excepciones. El senado era quien daba el visto bueno a las decisiones consulares con los magnates patricios al acecho, buscando algo de qué poder beneficiarse; y ahora eran los obispos quienes controlaban al rey, con los nobles detrás, con el mismo afán de obtener beneficios en cualquier tema de estado. Las analogías, a primera vista, pueden parecer que no lo son tanto, si vemos a los senadores romanos como simples civiles ejerciendo política, mientras los godos eran sacerdotes católicos que ostentaban el más alto cargo religioso con el grado de obispos.

Pero no nos engañemos, los romanos también basaban su gobierno sobre la religión. Los senadores tenían cargos religiosos como sacerdotes de este o aquel templo dedicado a alguno de sus muchos dioses. El mismo emperador era el máximo pontífice romano, que bien podía compararse con lo que luego fue el papa. Siguiendo con las analogías vemos cómo los godos también habían heredado la costumbre de deificar, no ya solo a sus reyes, sino a sus obispos (los romanos no deificaban a los senadores), y más tarde a cualquiera que fuera considerado un buen cristiano; con la variante de que estos no podían ser considerados dioses, sino solo santos. La razón es obvia, los romanos eran politeístas, mientras que los cristianos adoraban a un solo dios. Bien es verdad que, contrariamente a lo que hacían los romanos, que deificaban a sus emperadores nada más morir, los obispos Leandro, Isidoro o el rey de la Bética Hermenegildo no fueron santificados hasta siglos más tarde.

 

La muerte de Isidoro

Nada más comenzar el siguiente reinado, el 4 de abril de 636, moría Isidoro a los 80 años de edad. Seis meses antes, notando ya que le faltaban las fuerzas y cómo su hora se acercaba, decidió gastar s dinero en dar de comer a los necesitados. La voz se corrió de tal manera que se formaron grandes colas a la puerta de su casa. Isidoro de Sevilla se iba de este mundo venerado por todos los pobres de la ciudad, porque al final de sus días, quiso convertirse él mismo en príncipe y padre de los pobres.

 

Chintila, el rey más anciano

Tenía 83 años cuando fue elegido rey en sustitución de Sisenando y fue el monarca más anciano entre los godos. El apoyo de la nobleza y la Iglesia fue unánime, por lo que, se presume que contaba con buenas cualidades. Buenas cualidades, sí, para ser manipulado; porque, si hay algo en lo que coinciden los historiadores es en que Chintila, quizás debido a su edad, fue una mera marioneta en manos de clérigos y duques. Durante los tres años que estuvo en el trono, la monarquía volvió a perder poder mientras la Iglesia se reforzaba y la nobleza caminaba hacia un sistema feudal que debilitaría todavía más en el futuro la figura del rey. Chintila convocó dos concilios más, en los cuales no se hizo otra cosa que reforzar los cánones que ya se habían aprobado en el Concilio IV. De hecho, sorprende que se haga tanto hincapié en el tema de las condenas a aquellos que levanten la mano contra el rey; lo cual ha dado lugar a sospechar que durante el reinado de Chintila, se diera alguna que otra conjura. Y no es descabelladlo pensar que la hubo, teniendo en cuenta que a los 83 años, más de uno estaría impaciente esperando que la espichaba para ver quién ocupaba su lugar. Se cree incluso, que hubo quienes fueron a consultar adivinos para saber cuándo moriría Chintila. ¿Y por qué se cree esto? Pues porque si no, no se entiende la curiosa ley que salió de aquellos concilios. Una ley donde se podía excomulgar a cualquiera que visitara a un adivino para interesarse por el futuro del monarca. Esto nos da una idea de lo arraigadas que aún tenían los godos las creencias en magos, hechiceros y adivinos, a pesar de haberse cristianizado y haber recibido las enseñanzas de Jesucristo, (lo cual no significa que las hubieran entendido) que aborrecía y condenaba todas estas supersticiones. Pero en fin, más sorprendente resulta que estas creencias y supercherías perduren hasta nuestros días.

Como ya se ha dicho, la mayoría de cánones que se trataron en estos concilios, no eran más que un refrito de cánones anteriores en los que se volvía a insistir o reforzar las mismas normas y leyes, el tema de los judíos, por ejemplo, estaba ya más que tratado, pero he aquí que llegó una carta de Roma enviada por el mismísimo papa Honorio I. ¿Qué quería Honorio? Pues simplemente quería recordarles a los obispos españoles que no se durmieran en su campaña contra los judíos y los animaba a seguir firmes en su persecución, o mejor habría que decir en hacerles la vida imposible. La reacción de los obispos tuvo que ser, forzosamente, realizar una acción que diera satisfacción al papa, y entonces, en contra de lo que había aconsejado Isidoro en el Concilio IV, se convocó para el 1 de diciembre del año 638 a una gran cantidad de judíos para obligarlos a convertirse al catolicismo por la fuerza. Las artimañas para convencerlos eran las de costumbre, leyes más estrictas contra ellos, penas de destierros y amenazas varias. El propio Chintila, para hacer ver que él también pintaba algo, se sacó una nueva ley de la manga por la que todos los futuros reyes debían jurar que perseguirían y destruirían a todos los enemigos de la fe católica, señalando a los judíos como máximo exponente de estos enemigos. No podía sospechar Chintila que dentro de muy pocos años (aunque él no llegaría a verlo) los judíos les iban a parecer angelitos del cielo comparado con lo que se les venía encima.

El 20 de diciembre del año 639, Chintila abandonaba este mundo y lo hacía con la tranquilidad de haber dejado a su hijo como sustituto en el trono. ¿No habíamos quedado en que la monarquía era electiva y no hereditaria? Sí, pero eso no quitaba que el propio rey pudiera dejar tras de sí a un recomendado, y Chintila había recomendado a su hijo Tulga a los nobles del reino, a los cuales había conseguido convencer de sus virtudes.

 

La polémica sucesión de Chintila

Tulga fue elegido rey por nobles y eclesiásticos, pero esta elección no fue unánime y consiguió dividir, sobre todo a la nobleza, que no podía dejar de ver en esta elección una vuelta a la monarquía hereditaria. Por lo tanto, no tardaron en aparecer conjuras. Porque, ¿acaso alguien cree que las leyes que amenazaban con castigos y excomuniones lograron atemorizar a los conjurados? Pues sí, según algunos y no, según otros. Veamos.

Tulga, según las crónicas, no tenía una personalidad muy… de rey. Tenía poco carácter y era muy cándido. Por lo tanto tenía todos los números necesarios para ser destronado. El encargado de hacerlo fue otro noble de avanzada que antes de morir quería tener la experiencia de ser rey. El noble en cuestión era Chindasvinto. Pero claro, ahí está la ley que castigaba a los usurpadores. ¿Qué hizo entonces Chindasvinto? Pues no está del todo claro. Como ya sabemos, Isidoro había muerto; e incluso había dejado de escribir sobre los reyes godos años antes de fallecer, por lo tanto, aunque hay otros cronistas, las cosas no están del todo claras e incluso llegan a contradecirse. Por ejemplo, hay una crónica que dice que Chindasvinto logró el apoyo de muchos otros nobles y se presentó en Toledo, logrando que Tulga fuera incapacitado para ser rey, alegando que no estaba gobernando según exigían los cánones. Logrado el objetivo, Chindasvinto pasó a ocupar su puesto. Otras fuentes como las escritas por San Ildefonso, cuentan que la rebelión de Chindasvinto tuvo apoyo entre la nobleza, pero no entre la Iglesia, por lo que, el conjuro no triunfó y Tulga conservó el trono. Chindasvinto tuvo que esperar hasta que Tulga murió, según la crónica, a causa de una efermedad no determinada. Entonces sí, Chindasvinto fue elegido nuevo rey. Aún hay otras fuentes que dicen que Chindasvinto, desoyendo todas las advertencias de ser excomulgado y sufrir eternamente en el infierno, se lanzó con todos los nobles que le apoyaban sobre Toledo y derrocó por la fuerza a Tulga, que debido a su candidez no tuvo carácter suficiente para salir a hacerle frente. Hay algunas cosas que no cuadran demasiado en estas historias, y aun así todas son más que posibles, conociendo cómo se las gastaban nuestros amigos godos. Hemos asistido ya a varias muertes, digamos, demasiado “naturales”, que si bien es cierto que en aquellos años la mortandad en gente joven era muy alta, no por ello se hacen menos sospechosas. Está claro que el veneno corría por los palacios de los reyes con demasiada frecuencia. Muriera o no Tulga de muerte natural, el caso es que Chindasvinto era un usurpador, y tanto si el derrocamiento de Tulga se hizo por las buenas como si se hizo por las malas, ya que a Chindasvinto, debido a su elevada edad, seguramente le importaba un pimiento el canon que amenazaba con excomulgarlo, el caso es que la Iglesia no estuvo muy conforme con darle el trono al usurpador. Chindasvinto era un rebelde, y muchos eran los que pensaban que había infringido la ley del canon establecido. Aún así, Chindesvinto se hizo con el trono a la edad de 79 años. Algo más joven de Chintila, pero muy mayor ya para ocupar el puesto, y por eso los clérigos se consolaban pensando que pronto pasaría a mejor vida. No imaginaban los obispos que Chindasvinto enterraría a muchos de ellos.

 

Chindasvinto

Los clérigos no andaban equivocados al desconfiar de Chidasvinto, porque, al menos para ellos, este no sería el rey más adecuado. A sus setenta y muchos años, este rey estaba más vigoroso que nunca y estaba dispuesto a dar mucha guerra. Y la dio. Los historiadores cuentan de él que saneó las arcas del estado, persiguió a los corruptos y sofocó las revueltas que hubo en su contra, poniendo orden en el reino. También cuentan cual fue su forma de conseguirlo, que no fue de las más amables, por cierto. Cuentan que comenzó su reinado desterrando o ejecutando a los nobles que no estaban de su parte y reprimiendo con dureza las revueltas que enseguida aparecieron por varios frentes. La provincia Narbonense (Septimania) era el lugar de escape de todos los que huían por problemas políticos. Allí recibían ayuda de los reyes francos y es por ese motivo por el que allí se fraguaban todas las conjuras, aunque también se rebelaron vascones y lusitanos. Pero Chindasvinto fue implacable con todas ellas y no tardó en tener apaciguado el reino. 200 miembros de la alta nobleza y 500 de la baja fueron ejecutados como escarmiento. Las fortunas de estos nobles, por supuesto, fueron embargadas y pasaron a formar parte del tesoro del estado. Para el año 643, España era una balsa de aceite, las ruinosas cuentas del estado estaban saneadas y la corrupción bajó a niveles mínimos. ¿Y la Iglesia qué decía de todo esto? La Iglesia estaba acojonada, cagaíta.

La Iglesia no podía decir nada porque quien mandaba ahora en el reino era Chindasvinto, a ellos también les fueron embargados bienes y tierras. Lo que no pudo llevar a cabo Suintila, lo terminó consiguiendo él. Tanto la Iglesia como la nobleza perdieron poder y riqueza. Con esto, Chindasvinto se ganó una leyenda negra entre ellos, y no es de extrañar que algunos obispos, como un tal Eugenio, escribieran sobre él que era «amigo de los hechos malvados, responsable de crímenes, impío, infame, repulsivo y malvado, que no procuraba lo mejor y valoraba lo peor». Pero lo cierto es que, aunque sus métodos fueran realmente duros y sanguinarios, a partir de ese momento se impartió justicia en el reino. Chindasvinto se preocupó de que así fuera y mandó revisar el código de leyes de Leovigildo para que se recogiera lo mejor de él y se añadieran otras 99 leyes. Y sobre todo, se aseguró de que en ellas no se hallara discriminación alguna entre godos e hispano-romanos.

Entre las leyes del nuevo código había una que castigaba a los traidores al rey. El traidor, en caso de serle perdonada la vida, era desposeído de un 80% de su fortuna y se le dejaba ciego. Fue entonces cuando muchos nobles se aprovecharon de esta ley para resolver disputas personales o rencillas y las denuncias aumentaron con una frecuencia que hicieron sospechar al rey de que la mayoría eran falsas. Ya ocurrió algunos siglos atrás en Roma y Trajano puso remedio castigando a los falsos delatores. Chindasvinto también estaba dispuesto a acabar con ellos y por eso introdujo al año siguiente otra ley en la que se preveía la misma pena para el acusador que para el acusado, si se demostraba que las acusaciones eran falsas. Las demandas disminuyeron a mínimos apenas entró en vigor la nueva ley.

Sobre el tema de los judíos, que tan preocupados traían a clérigos, nobles y reyes por igual, parece ser que Chindasvinto no los veía como un peligro y fue tolerante con ellos. El viejo monarca sabía muy bien, por experiencia propia, quiénes eran los verdaderamente peligrosos para el reino y por eso se había empleado a fondo con ellos. Pero que Chindasvinto no fuera el mejor amigo de los obispos no quiere decir que no fuera religioso, y por eso también se preocupó de convocar sus concilios. El 18 de noviembre del año 646 convocó el Concilio VII en la capital. El descontento de los obispos con este rey se reflejó en la asistencia. Solo 46 obispos acudieron al Concilio. A sus 85 años ya estaba curado de espanto, por lo que sus preocupaciones eran otras, como dejarlo todo arreglado para que su hijo Recesvinto le sustituyera en el trono. De hecho, en el año 649 ya era quien se ocupaba de los asuntos del reino. Recesvinto era el mayor de los tres hijos del rey, nacido de su matrimonio con Riceberga, de la que nada se sabe, salvo que tenía 17 años cuando se casó con él. Tampoco se sabe la edad de Recesvinto, solo que ayudó y demostró su valía en las revueltas que hubo que sofocar recién entronizado su padre. Aunque ya se sabe la poca popularidad que tenía entre los nobles el tema de la sucesión hereditaria, nadie se atrevió a oponerse en aquel momento.

Sin embargo, al ver que el viejo monarca estaba a punto de desaparecer, pues parece que se corrieron rumores de que esta vez estaba enfermo de verdad y la cosa iba en serio, quisieron echársele encima a Recesvinto. De la Septimanía, como siempre, surgió un noble llamado Froya que se puso a la cabeza de los insurrectos, donde se incluían refugiados de reinados anteriores, ayudados por vascones que vivían en constante rebeldía. Entraron en la Tarraconense devastándolo todo. Pueblos y aldeas quedaron arrasadas. Y así hasta llegar a Caesar Augusta (Zaragoza) que quedó sitiada. Cuando a Recesvinto le llegaron noticias de lo sucedido comprendió enseguida que aquello no era una revuelta cualquiera, reunió a su ejército y él mismo se puso al frente. Había que pararlos antes de que llegaran a Toledo. Cuando llegaron a Zaragoza encontraron a Froya intentando rendir la ciudad, y allí mismo, frente a sus murallas, plantaron batalla. Los rebeldes de Froya no fueron rival para Recesvinto, que terminó masacrándolos y su líder fue decapitado. Los que consiguieron escapar con vida, huyeron de nuevo hacia las provincias galas.

En los últimos años de su vida, Chindasvinto debió sentirse ya viejo de verdad, y siendo consciente de que su hora llegaría en cualquier momento, le sobrevino un miedo que no había sentido hasta ahora. Si antes le importaba un pimiento que los obispos le excomulgaran, a estas alturas quizás le daban horror las llamas del infierno y por eso comenzó a devolver bienes y tierras que antes había expropiado a la Iglesia, hizo generosas donaciones benéficas y mandó construir el monasterio de San Román de la Hornija, en la ribera del Duero. Ya podía morir en paz. Y lo hizo el 30 de septiembre de 653 a los 90 años.  

Qué ocurría en el mundo en el siglo VII 

Estamos ya a la mitad del siglo VII. El imperio romano occidental había desaparecido dejando paso a los godos que fueron los que se adueñaron de buena parte de él. Las Galias, Hispania y la península Itálica son godas. La parte oriental del Imperio había quedado escindida definitivamente en 395 tras la muerte de Teodosio I. En el siglo VII el Imperio Romano (ellos todavía lo seguían llamando así) se concentraba principalmente en la actual Turquía y su capital se ubicaba en Bizancio rebautizada como Nueva Roma, más tarde refundada y renombrada Constantinopla y actualmente Estambul. Siempre se consideraron la continuación de Roma, y realmente lo eran, aunque fue inevitable una transformación cultural diferente en la que incluso el latín dejó de ser la lengua oficial para adoptar el griego.

Muchos fueron los reveses que recibió este imperio, sus fronteras cambiaban constantemente en sus muchos intentos por recuperar territorios perdidos. Habían intentado recuperar el sur de la península Ibérica, incluso se había conseguido recuperar Italia, pero estos reinos ya consolidados, se perderían definitivamente, porque ahora, bien avanzado el siglo VII al Imperio de Bizancio le ha salido un nuevo enemigo: el Islam.

Los godos y los hunos vinieron del norte, los árabes son ahora el verdadero peligro y vienen del sureste. En la península Arábiga Mahoma había logrado unificar a buena parte de sus habitantes bajo la fe del Islam y los dirige a conquistar el mundo. Las recientes guerras entre bizantinos y sasánidas habían dejado a ambos imperios muy debilitados y los árabes aprovechan para conquistar algunas provincias. En el año 629 tuvo lugar el primer encuentro entre el ejército de Mahoma y los bizantinos al este del rio Jordan, en la ciudad de Al Karak, sin resultado positivo para ninguno de los bandos.

En el año 634 los musulmanes invaden Siria. Según las fuentes árabes, los sirios los recibieron dándoles la bienvenida, pues no estaban contentos con el gobierno imperial. El emperador romano Heraclio se encontraba enfermo en aquellos momentos y no pudo ponerse al mando de su ejército, que sufrió una derrota aquel verano en la batalla de Adjnadayn. Palestina y Damasco también eran conquistadas aquel año.

Para el año 636, esta vez con Heraclio al frente y movilizados los mejores generales y el máximo de tropas disponibles, los imperiales se disponen a recuperar los territorios recién invadidos. Los musulmanes, sin embargo, habían estudiado el terreno al detalle y atrajeron a los bizantinos hacia una batalla campal y a una serie de emboscadas que terminaron con la retirada de Heraclio. Las crónicas hablan de la decepción del emperador durante su retirada cuando exclamó: «¡Paz sobre ellos, oh Siria, y qué excelente país para el enemigo!» A partir de ese momento, tal como relata el historiador bizantino del siglo XII Juan Zonaras «la carrera de los ismaelitas no cesó en invadir y saquear todo el territorio de los romanos.» Y así fue, porque en abril del año 637, tras un largo asedio, se hicieron con Jerusalén. En el verano del 637, conquistaron Gaza. Luego vino el norte de Siria y Armenia, Palestina, y para el 640 se propusieron la conquista de Egipto. Heraclio murió en el 641 con la pena de ver cómo buena parte de Egipto estaba ya perdida.

En el 647 llegarían a conquistar Tripolitania, actual Libia, y desde ahí ya no pararían hasta conquistar toda la parte bizantina de África hasta situarse en el año 698 en las costas del estrecho, mirando fijamente y con atención las costas españolas, que en alguna ocasión ya habían pisado. Porque entre el año 644 y 656, durante el reinado de Chindasvinto, las costas de Al-Andalus fueron asoladas por escuadras piratas musulmanas. Lo contaba el historiador Edward Gibbon en su Historia de la decandencia y caída del Imperio Romano. No habían llegado todavía al Magreb, pero los musulmanes, por lo visto, ya se habían dado algunos paseos por las costas de la Península Ibérica, a la cual miraban con lujuria.

Al poco tiempo de comenzar a reinar en solitario, Recesvinto quiso limar asperezas tanto con el clero como con la nobleza. Para ello, nada mejor que convocar el VIII Concilio que tuvo lugar el 16 de diciembre de 653 en la iglesia de los Santos Apóstoles de Toledo. La asistencia fue de 62 obispos, muchos más que en el convocado por su padre, y esto da una idea de que los obispos esperaban más de él, aunque también influyeron las generosas donaciones del viejo en sus últimos días. También acudieron y opinaron por primera vez algunos condes y otras personalidades ilustres. ¿Qué propuso Recesvinto? Pues propuso su idea de que perdonar era más efectivo que castigar y quiso que todos los nobles exiliados durante reinados anteriores volvieran sin temor a represalias. Era una manera efectiva de acabar con el nido de refugiados y conspiradores de la provincia Narbonense. Al enemigo, mejor tenerlo cerca y vigilado. Sin embargo, había una ley que no le autorizaba a hacer tal cosa. Se trataba de aquel canon aprobado en el IV Concilio donde los traidores a la monarquía debían ser perseguidos bajo el castigo de anatema. Los clérigos entendieron que, después de todo lo que había liado su padre, la idea no era mala para poner un poco de orden y le liberaron de aquella ley. Los exiliados podían volver.

Recesvinto quiso ir más allá, y al contrario de lo que hizo su padre, no darle demasiada importancia al tema de los judíos, fue y anunció a los clérigos su intención de endurecer su persecución. Está claro que Recesvinto no quiso reinar con el carácter áspero y provocativo que reinó su padre y quería ganarse el favor del clero, consciente como era, de que el trono lo había ganado de forma ilegal, ya que la ley, que su padre ignoró por completo, decía claramente que los reyes debían ser elegidos por los nobles con la aprobación de la Iglesia.

Al año siguiente Recesvinto vio plasmado en 12 volúmenes la obra legislativa comenzada por su padre y acabada y perfeccionada por él mismo, el Leber Iudiciorum o Lex Visigothorum. Un código de leyes donde se dejaban atrás definitivamente las leyes romanas. A partir de ahora, godos e hispano-romanos se regirían por unas mismas leyes culminándose así el proceso de unificación de todos los pueblos que componían el reino. Aunque, no del todo. Los hispano-romanos no podían acceder a cargos públicos ni mucho menos a ser reyes. Ese tema se había pasado por alto; ya tenían bastante los hispano-romanos con ser sacerdotes y poder llegar a obispos. Después de dos siglos, los godos, que suponían menos de un 5% de la población hispana (entre 200.000 y 250.000 godos llegados a la península que tenía aproximadamente 5 millones de habitantes) no se habían integrado entre la población autóctona. Y esto se puede afirmar si hacemos caso a algunos historiadores que cuentan que durante el reinado de Recesvinto, los dos pueblos se distanciaron aún más, a pesar de las nuevas leyes que favorecían su fusión. Atrás quedaban las leyes que regulaban el matrimonio mixto y muchas otras que discriminaban a una población que no habían tenido apenas tiempo de asimilar completamente la dominación y las leyes romanas, cuando llegaron del norte más de 200.000 bárbaros haciendo suyo y dominando un reino que se cobraron como moneda de cambio, por los favores que les debía Roma.

El nuevo monarca no quería acabar aquel concilio, que le brindaba la oportunidad de exponer ante todos cuantas ideas se le ocurrieran, sin proponer algunas cosas más. Quiso llevar a cabo una política transparente y separar algunos poderes entre Iglesia y monarquía. Para impedir que los reyes se pudieran enriquecer injustamente a costa de los ciudadanos, se debían diferenciar los bienes recibidos del patrimonio de sus padres. También había que diferenciar los bienes adquiridos a cargo propio. Pero he aquí que los obispos, muy avispados, se dieron cuenta de que lo que el rey se proponía era legalizar muchos de los bienes que su padre había obtenido de forma ilegal. Según Recesvinto, estos bienes eran propios y no asociados a la corona, cosa en la que los obispos no estuvieron de acuerdo y así lo hicieron constar en el acta, aunque Recesvinto no les hizo ningún caso. No obstante, todo salió medianamente bien en aquel concilio, donde Recesvinto también había conseguido que fuera el rey quien hiciera cumplir las leyes entre ciudadanos y en todas las cuestiones políticas. Hubo dos concilios más durante su reinado. En todos ellos, a pesar del acercamiento entre rey e Iglesia, la monarquía salió reforzada y el reino estuvo relativamente tranquilo.

En el año 672, Recesvinto se sintió enfermo y decidió cambiar de aires con la intención de recuperarse. El lugar elegido fue Gerticos, donde tenía algunas posesiones. Pero el 1 de septiembre de ese mismo año fallecía de una enfermedad desconocida. Fue enterrado en el monasterio de Santa María de aquella localidad, que seguramente era el lugar donde había nacido. Había reinado durante 23 años, durante los cuales consiguió que en todo el territorio peninsular reinara la paz y dar un gran impulso hacia el acercamiento y definitiva fusión entre el pueblo godo e hispano-romano. 

Wamba 

Parece ser que tras la muerte de Recesvinto, la nobleza no lo tuvo fácil a la hora de elegir nuevo monarca. Los adeptos a Recesvinto vieron en el lugarteniente del fallecido rey al sustituto ideal. Wamba había sido fiel a su rey y veían en él a un líder continuista de las ideas de Recesvinto. Sin embargo, Wamba no quería ser rey. Se consideraba ya demasiado viejo para hacerse cargo del reino. Pero las cosas andaban revueltas tanto entre la nobleza como en el clero, donde había facciones que no terminaban de ponerse de acuerdo. Así que los asistente al funeral de Recesvinto no querían dilatar ni un instante el nombramiento del nuevo rey y obligaron a Wamba a aceptar el cargo. Se cuenta que un impulsivo conde sacó su espada y amenazó a Wamba con estas palabras: De la sala mortuoria solo saldras convertido en rey o muerto. Evidentemente, Wamba eligió seguir vivo y los nobles lo nombraron rey aquel mismo día, el 1 de septiembre de 672, pero éste pidió ser ratificado como tal en Toledo mediante la unción, para que nadie pudiera decir que había usurpado el puesto. El día 19 de septiembre, el obispo metropolitano Quirico daba lugar al acto. Con ello, Wamba conseguía la aprobación del clero y cumplía con el requisito de la ley goda. Wamba había nacido en el año 600, por lo tanto, tenía en aquellos momentos 72. No era ya una edad para muchos ajetreos, pero complió bien su función como rey, tal como esperaban los que habían apostado por él. De hecho, se le considera como él último de los reyes godos que dieron esplendor al reino.

Pero el reinado de Wamba iba a ser cualquier cosa menos tranquilo. Los continuos concilios donde se aprobaba y endurecían los castigos contra el delito de traición o levantamiento contra los reyes estaban demostrando que no servían contra los desacuerdos ni contra la simple ambición de poder. O las simples ganas de dar por culo, como hacían los vascones, que aprovechaban la más mínima para salir ladrando como los perros chicos; y mira que les daban palos. Viendo el panorama revuelto, como solían hacer, lanzaron un ataque contra el valle del Ebro y Cantabria y la cosa excedió de lo normal, porque el propio rey, a pesar de su edad, se puso al frente de sus tropas y corrió a frenar aquella oleada de muerte y destrucción.

El ataque vascón, como otras veces, no era más que una maniobra de distracción, mientras en la Septimanía, que seguía siendo un nido de revoltosos a pesar de que el anterior rey los hizo volver y los perdonó, se fraguaba otra conjura. En su afán de detener a los vascones estaba Wamba en lo que hoy es La Rioja cuando recibió las malas noticias: en la Septimanía se habían sublevado algunos nobles. Nada nuevo bajo el sol. Nada nuevo que el veterano Wamba no hubiera vivido ya, ni que no hayamos leido por enésima vez en estos relatos sobre el reino de los visigodos. Pero a estas alturas, es penoso ver cómo un reino que tanto había anhelado este pueblo desde que salieran hace siglos de las heladas tierras del norte, consolidado ya desde hacía más de dos siglos, no eran capaces de pasar de un rey a otro sin provocar una guerra civil. Y esto, como es natural, comenzaba a pasar factura a un reino que iba derecho a la decadencia, Sin embargo, Wamba estaba dispuesto a luchar duro para que eso, al menos mientras él reinara, no ocurriera.

El lider de la nueva rebelión se llamaba Hilderico, conde de Nimes, y estaba apoyado por buena parte de la iglesia narbonesa. Tambien le apoyaban buena parte de los judíos exiliados durante reinados anteriores. La rebelión pronto cruzó los Pirineos y se extendió por la Tarraconense. Wamba, que no podía desatender la revuelta vascona, envió entonces a uno de sus hombres de confianza, el duque Paulo. Cuando este duque llegó con su ejército hasta los sublevados, pidió negociar con ellos antes de pelear. Paulo era un hombre culto, posiblemente griego, y entre pactos y negociaciones no tardó en ganarse la admiración de gran parte de los nobles sublevados. Paulo vio la oportunidad de su vida al ver que todos acataban su mando y le proclamaban rey. Aquí el que no corre vuela. España quedaba dividida en dos mientras Wamba quedaba perplejo con la jugada sucia que le había hecho su "hombre de confianza".

Wamba se empleó a fondo con los vascones y en una semana los redujo a sus montañas, de donde no saldrían de nuevo, hasta saber de una nueva fiesta. Mientras tanto, el rey había pedido refuerzos hasta reunir un ejército de 70.000 hombre, que lanzó contra la provincia tarraconense, Barcelona y Gerona fueron duramente atacadas y tuvieron que rendirse, en tres semanas, la Tarraconense entera estaba de nuevo en poder de Wamba. Solo quedaban reductos de la rebelión en la Narbonense, donde no estaban dispuestos a rendirse. Wamba se adentró con su ejército en la Septimania, y una vez en Narbona, recibieron el apoyo de la flota naval. Los rebeldes presentaron una dura batalla, pero Narbona no tardaría en caer. Ya solo quedaba Nimes, que no presentó especial resistencia. Allí fue apresado Paulo, dando por finalizada la revuelta. Solo quedaba celebrar la victoria y se hizo al más puro estilo romano. El rey y todo su ejército desfilaron victoriosos por las calles de Toledo, vestidos impecablemente entre el entusiasmo de sus gentes que los recibió como héroes, mientras los prisioneros eran exhibidos como trofeos. Y como estrella de la exhibición el fracasado rey Paulo, al cual vistieron como un rey de comedia, colocándole como corona una raspa de pescado.

Pero tanta revuelta y tanto esfuerzo para sofocarlas no habían hecho sino debilitar el país. Wamba pensó que la única solución era fortalecer la monarquía. Mientras tanto, clero y nobleza, hartos de que el rey pidiera recursos y colaboración, se distanciaban cada vez más. Y con las posturas encontradas Wamba vio peligrar la estabilidad del reino, por lo que, en 673 promulgó una ley mediante la cual se obligaba tanto al clero como a los nobles a movilizar sus recursos (económicos o militares) en caso de que el estado los necesitase. Una ley que no gustó nada a unos y a otros, pero que tuvieron que acatar.

Wamba utilizó los recursos económicos en mejorar unas infraestructuras que apenas se mantenían desde la época romana, tales como edificios administrativos, acueductos o carreteras. Wamba poníar fin un poco de orden en España, ahora que en el norte, al otro lado de los Pirineos, estaban algo tranquilos; sin embargo, en el sur, al otro lado del estrecho, algo gordo se estaba fraguando, a Wamba le duraría poco la tranquilidad.

La antigua Cartago, en el norte de África, hasta entonces en manos bizantinas, terminó cayendo bajo dominio musulmán. Ceuta, ciudad hispana, también fue invadida. El reino visigodo comienza a sentir la amenaza. Hay quien duda de la veracidad de un intento de desembarco en Algeciras ya en el año 675, como también se duda del anterior ataque de piratas musulmanes durante los años 644 y 656, durante el reinado de Chindasvinto; sin embargo, las Crónicas Alfonsinas relatan lo siguiente:  

En tiempos de Wamba, 270 barcos de sarracenos atacaron la costa de España y allí todos ellos fueron quemados. 

Que los musulmanes ya navegaban por el estrecho y por todo el Mediterráneo es un hecho que nadie pone en duda, por lo tanto, se hace difícil entender el motivo de tanto escepticismo entre los historiadores modernos a la hora de aceptar la veracidad de estos intentos de desembarco en las costas españolas. No hay detalles de lo ocurrido. Quizás no fuera un auténtico intento de invasión y solo se tratara de una avanzadilla para tantear el terreno. Es posible que fueran menos barcos de los que cuenta la Crónica, pero algo hubo, como hay muchos indicios de que ya para esos años había planes de invasión. Lo que sí es cierto es que todo el reinado de Wamba fue un continuo batallar.

El guerrear con vascones, sublevados narbonenses e invasores musulmanes no se le había dado mal a un rey que en principio no tuvo ánimos para querer aceptar la corona. Sin embargo su última batalla la tendría que librar ante una Iglesia y una nobleza del todo descontentas con el poder adquirido por la monarquía. En el último concilio celebrado, el monarca no cedió en su política de gobierno y los ánimos se crisparon al límite. Esta vez no sería la nobleza la que llevara la voz cantante, sino ambos poderes a la vez, que se conjuraron para derrocar al rey. El 14 de octubre del año 680 el conde Ervigio, que siempre se había mostrado fiel a Wamba, dio de beber una infusión, de las que siempre gustaba beber al rey, a base de hierbas aromáticas. Wamba cayó en un profundo sueño. Los conjurados, que esperaban el momento, llamaron de inmediato al obispo Julián haciéndole creer que el rey estaba muy enfermo, a punto de morir. El plan era suministrarle el Ordo Poenitentiae, un ritual religioso por el cual se le tonsuraba y se le suministraban los hábitos a fin de facilitar el paso a los cielos. Cuando el rey despertó era ya demasiado tarde; la ley de los godos impedía reinar a cualquiera que vistiera hábitos. Wamba sabía que había sido vilmente engañado e intentó recuperar el trono, pero ni la Iglesia ni los nobles se lo permitieron amparándose hipócritamente en la ley.

Demasiado viejo para seguir luchando, así que Wamba aceptó su destino y acabó retirado en un monasterio de Burgos. Allí falleció siete años más tarde. A los nobles y a la Iglesia les había salido impecablemente bien su jugada y ahora tenían en el trono a Ervigio, una nueva marioneta que les permitía recuperar su poder. El reino visigodo caminaba inexorable hacia su destrucción.

Del traidor Ervigio, poco se puede contar, que no sea el paripé que hizo durante su reinado, intentando tener contentos a aquellos que le habían regalado el trono. Había sido el hombre de confianza de Wamba y nada hubiera hecho sospechar que se lo pagaría de aquella manera. Pero nobles y eclesiásticos debieron ver que el punto débil de Ervigio era la ambición de poder y lo utilizaron para llevar a cabo aquella ruin conjura. Ahora debía devolverles el favor, si no quería acabar de la misma manera. El 21 de octubre del 680 era coronado y ungido rey, y el 9 de enero del 681 ya había convocado el XII Concilio; Ervigio tenía prisa por demostrar su agradecimiento. En aquel concilio, el nuevo rey manifestó sus intenciones de devolver a clero y nobleza sus poderes perdidos. Obispos y nobles no cabían en sí mismos de gozo, al oír aquello. Y para alegrarles más el día, Ervigio anunciaba una mayor intensidad en la persecución contra la amenaza judía. El mayor gozo, en esta ocasión, lo tuvo el obispo y futuro santo Julián de Toledo, de familia judía pero conversos, que animó al rey a poner en práctica lo prometido. Y así fue, ya que la prohibición de ejercer la fe judía fue tajante durante su reinado.

Se revisaron las leyes y se liberó a la Iglesia de tener que contribuir con el estado en caso de necesidad tanto económica como militarmente, se devolvieron bienes incautados, se perdonó al traidor Paulo, aquel que Wamba envió a sofocar una rebelión y se proclamó rey en la Tarraconense; y se llegó, en fin... a la ruina del estado, ya que Iglesia y nobleza no les importaba otra cosa que sus propios intereses, ahora que por fin recobraban las competencias perdidas. A todo esto, se sumó una hambruna que azotó España aquel año, debido a unas malas cosechas. Los concilios, eso sí, no faltaron; se celebraron el XIII y el XIV, donde recibieron con gran alegría los informes de los concilios que también, por supuesto, celebraba el papa León II en Constantinopla. Mientras tanto, el pueblo se dejaba abandonado a su suerte.

Poco más puede contarse sobre este sujeto, solo que organizó la boda de su hija Cixilona con el sobrino de Wamba, Égica, para que éste fuera quien le sucediera en el trono. De esta manera calmaba, en parte, a los seguidores del anterior rey Wamba. Ervigio moría a los pocos días de caer enfermo en noviembre de 687.

El 24 de noviembre de 687, diez días después de fallecer Ervigio, su yerno Egica era coronado y ungido rey en la iglesia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo de Toledo. Antes de morir, Ervigio le hizo prometer dos cosas: que impartiría justicia en el reino y que protegería a su familia. Pero poco después, se dio cuenta de que ambos juramentos eran incompatibles. ¿Por qué? Veamos. Ervigio, no solo fue una marioneta de la Iglesia y de un sector de la nobleza, sino que supo aprovecharse del otro sector que no estuvo de su lado. Muchos fueron los desposeídos de sus bienes para enriquecimiento, no de las arcas del estado, sino del propio rey. No era la primera vez que esto ocurría y ya lo hemos visto cómo era práctica común en otros reyes anteriores. También hemos visto cómo alguno de estos reyes quiso legitimar esos bienes mediante el beneplácito de los obispos y no lo había conseguido. Ervigio sabía que a su muerte, su familia quedaría a merced de quienes quisieran recobrar sus bienes si su yerno no los protegía; pero su yerno ahora no lo tenía del todo claro. Y cuando las cosas no se tienen claras, nada mejor que convocar un concilio.

El XV Concilio de Toledo se celebró el 11 de mayo de 688 donde Égica pidió ser liberado de uno de los dos juramentos que había hecho a Ervigio, explicando las razones. Después de deliberar entre ellos se llegó a la conclusión de que servir al pueblo era causa más noble que hacerlo a una sola familia, aunque no era incompatible con su protección y muchos de los obispos eran favorables a proteger los intereses de la familia de Ervigio. Seguramente, ni el propio Égica entendió muy bien cuál fue la verdadera resolución emitida. Solo le quedó claro que ahora tenía las manos libres para hacer lo que él creyera más conveniente. Y lo hizo: devolver los bienes a sus antiguos propietarios. Y así, mientras los beneficiados quedaban contentos, los perjudicados se reunían para fraguar una nueva conjura.

En 690 fallecía el obispo metropolitano Julián de Toledo y le sucedía Sisberto. Este Sisberto era un gran opositor a la política emprendida por Égica; era el hombre perfecto entre los clérigos para apoyar la conjura, que pronto estuvo en marcha, encabezada por Liuvigoto, la viuda de Ervigio, y por el aristócrata Sunifredo, como aspirante al trono. Toledo fue tomada por los rebeldes, pero cuando quisieron apresar a Égica, éste ya había desaparecido. Sunifredo se proclamaba nuevo rey, que fue ungido por el obispo Sisberto. Algunos meses después, Égica, que había conseguido salir de Toledo poniéndose a salvo, había reunido un imponente ejército y regresaba a la capital. En poco tiempo los rebeldes fueron vencidos y los usurpadores apresados. Ahora, había que administrar justicia; y qué mejor que convocar un concilio para tal fin. El XVI Concilio de Toledo fue principalmente un juicio a los traidores. A Sunifredo se le dejó ciego; a la viuda Liuvigoto se le obligó a internarse en un convento; el obispo Sisberto perdió su cargo y fue condenado a no poder comulgar hasta su muerte. Algún implicado más hubo, cuyos nombres no se conocen y que perdieron la cabeza. Las riquezas de todos ellos, por supuesto, fueron expropiadas.

Una vez resuelta la sublevación, Égica se dedicó a intentar gobernar un país ingobernable, aunque lo hizo lo mejor que pudo. Hemos visto, a través de los gobierno de unos y otros reyes, cómo los tres pilares que debían sostener el reino se disputaban los poderers sin demasiados escrúpulos, mirando casi exclusivamente por los intereses propios, sin importarles las consecuencias de una rebelión tras otra. Únicamente algunos de estos reyes se preocupó de gobernar mirando los intereses del país y de su pueblo a costa de ganarse la animadversión del clero y la nobleza, como fue el caso de Égica, que aunque salió victorioso de la trampa que intentaron tenderle, se encontraba ahora frente a un reino arruinado. Por si fuera poco, las últimas cosechas fueron malas o se habían perdido; a la hambruna había que añadir ahora una epidemia de peste lubónica desatada en la Tarraconense y la Septimania.

Y cuando los problemas vienen torcidos de tal manera que no hay manera de resolverlos, nada mejor que emprenderla contra alguien. ¿Contra quién? Contra los judíos. En esto, Égica no fue ni mejor ni peor que otros monarcas, pero quizás se le fuera un poco la mano, pues a punto estuvo de acabar con ellos. El motivo, en parte, también fue el mismo que llevó a otros a emprenderla contra los judíos, congraciarse con la Iglesia. El caso es que, el intento de desembarco musulmán durante el reinado de Wamba trajo finalmente consecuencias, pues se corrió el rumor de que había una conspiración mundial de los hebreos para acabar con todas las monarquías cristianas. Para acabar con el reino de Toledo se contaba ya, supuestamente, con ayuda musulmana. De hecho, ya lo habían intentado una vez y seguirían intentándolo con los ejércitos que ya habían conquistado el Magreb.

Sobre el año 700 hubo un nuevo desembarco en las costas murcianas; supuestamente eran musulmanes, aunque hay quien duda y piensa que pudieron ser bizantinos en un intento de reconquistar el sur de la península Ibérica, cosa poco probable, pues los bizantinos ya andaban bastante ocupados defendiendo lo que les quedaba de su imperio. Lo más probable es que fueran musulmanes. Hubo una batalla en la zona de Orihuela dirigida por el duque Teodomiro y finalmente fueron expulsados. Esta nueva incursión, tanto si fueron musulmanes como si fueron bizantinos, no hizo otra cosa que darle la razón (aunque no la tuviera) a Égica, pues reforzó la teoría de la conspiración judía. Se intensificó su persecución, se les prohibió el comercio, se confiscaron sus bienes y se les ordenaba entregar a sus hijos al cumplir los siete años para ser dados en adopción a familias católicas que les inculcaran las enseñanzas cristianas. Los judíos fueron relegados a una condición peor que la de esclavos.  

Witiza 

En el año 698 Égica, sintiéndose ya viejo, había nombrado a su hijo Witiza, con solo 18 años, duque de la Gallaecia (Galicia). Ahora, cuatro años más tarde, en 702, Égica moría, no sin antes dejar el mando del reino en manos de Witiza, con el consiguiente malestar que los tronos heredados provocaban siempre entre la nobleza. A todo ello había que añadir que Witiza no estaba en absoluto de acuerdo con el trato dispensado a los judíos. ¿Qué hizo Witiza? Hacer que cesaran las persecuciones e invitar a volver a todos los exiliados. Con esto, Witiza se garantizó el odio del clero que no reparó en calificativos al tratarlo de lujurioso, perverso y malvado. Nada, comparado a cómo debieron calificarlo cuando Witiza les animó a que se casaran, en lugar de seguir adelante con el celibato, cosa que no hacía sino tenerlos a todos de constante mal humor. Todos estos enfrentamientos, de los que se tienen escaso conocimiento, debieron llevarse a cabo durante el XVIII Concilio del cual no se conservan las actas. Y se sospecha que fueron destruidas precisamente por la irritación que dicho concilio provocó en los obispos ante las impertinencias del rey. Debido a estos enfrentamientos, la imagen de Witiza quedó, quizás injustamente, deformada, y es por eso que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si fue un rey imprudente, como opinan algunos, o por el contrario fue justo e inteligente, como opinan otros.

Y como no podía ser de otra manera, Witiza tuvo que enfrentarse a alguna que otra revuelta, como la que tuvo lugar en la provincia Bética, en Córdoba, protagonizada por el duque Teodofredo, supuesto hijo de Chindasvinto que reclamaba el trono. Todo lo que consiguió fue perder los ojos, castigo que se le aplicaba a los traidores y usurpadores de tronos. Pero, ¿por qué quiso Teodofredo destronar a Witiza? Hemos visto ya a lo largo de la historia de los godos que para conspirar y revelarse contra el rey no hacen falta demasiadas razones, basta con no estar de acuerdo con la política del monarca y tener un poco de ambición de poder. Pero en el caso de Teodofredo había una razón añadida: Witiza había asesinado a su hermano Favila años atrás, cuando el rey, entonces duque, vivía en Tuy. Las crónicas hablan de un lío de faldas. Y este Favila era el padre de Pelayo, personaje que determinante en el curso que en breve tomará la historia. Por lo tanto, el ahora ciego Teodofredo era tío de Pelayo y padre de otro importante personaje que no tardará en entrar en escena: Rodrigo.

En febrero de 710, Witiza moría a la muy temprana edad de aproximadamente treinta años. Dicen que de muerte natural, pero hay quien sospecha que fue envenenado. Antes de morir, Witiza nombró heredero a Agila, el mayor de sus tres hijos. El problema era, que Witiza se murió demasiado pronto, por lo que, Agila, solo tenía diez años. Los adeptos a Witiza no vieron en la edad ningún problema y le nombraron rey con el nombre de Agila II. No estuvieron muy de acuerdo los béticos que no tardaron en nombrar a su propio rey. El elegido fue Rodrigo, hijo de Teodofredo. La guerra civil estaba servida. Una guerra que vino a destruir lo poco que quedaba del reino visigodo. Hay quien ve en este conflicto una lucha entre familias, y razón no les falta, pues en un bando estaban los descendientes y partidarios de Chindasvinto, con Rodrigo al frente; en el otro, los descendientes y partidarios de Wamba, ¿comandados por Agila? Recordemos que tenía solo diez años.  

La leyenda del último rey godo 

Cuenta Juan Menéndez Pidal en su libro “Leyendas del último rey godo”, edición de 1904, «que para todo acontecimiento tiene la leyenda un misterioso anuncio», refiriéndose a la historia sobre Rodrigo que se extendió en aquella época. Y continúa contando que «a la vez que en las tradiciones orientales, los sueños, magos y estrellas predecían a Muza y Tarik conquistando España, el orgullo godo humillado buscaba vaticinios a la fuerza incontrastable de lo sobrenatural, que disculpando de algún modo la derrota, no significase ésta solamente el predominio de los invasores». Tal leyenda cuenta que Rodrigo, el último rey godo, corroído por la curiosidad, no pudo resistir la tentación de profanar un palacio cerrado por más de veinte candados y custodiado por doce guardianes elegidos para tal fin por el mismísimo Hércules. De esta leyenda se hicieron eco (seguramente les llamó la atención la originalidad de la misma) varios cronistas árabes del siglo IX, como Aben Habib, Aben Jordadhbeh, o Aben Abdelhacam, entre otros, que no dudaron en divulgarla incluyéndola en sus crónicas. Cada autor la contó de un modo diferente aunque lo esencial permanece en cada relato. Cogiendo extractos de unos y otros vamos a intentar contar la historia completa, pues no todos cuentan los mismos detalles.

La leyenda dice que cuando Musa entró en España, fue conquistando ciudades a izquierda y derecha hasta llegar a Toledo, capital del reino. Allí encontró una casa donde había veinticuatro coronas adornadas con perlas y jacintos. Una por cada rey godo, pues cada vez que moría un rey se llevaba allí su corona y se escribía su nombre, la edad que tenía cuando murió, y cuánto tiempo reinó. Allí se encontró también la mesa del rey Salomón, hecha de oro puro, incrustada de perlas, esmeraldas y rubíes. Al lado de aquella casa, había otra, cuya puerta estaba cerrada por veinticinco candados, uno por cada rey, pues al llegar al trono, cada uno de ellos fue colocando un candado; más otro que que ya había colocado quien la construyó. Aquella casa estaba, además, custodiada por doce guardianes, que vigilaban que nadie rompiera los candados y pudiera entrar. Se contaba también, que dicha casa fue construida por Hércules. que en ella se guardaba un gran secreto, y que estaba encantada. Pero el caso es que, cuando Muza llegó a Toledo, dicha casa ya había sido profanada. ¿Quién había sido?

Al subir al trono Rodrigo, los doce guardianes fueron a visitarlo para invitarle a colocar su candado. Ante tan extraña invitación, Rodrigo les interroga acerca de la casa y de la razón por la que ha de añadir un candado; entonces se entera por ellos, que cuando Hércules vino a España edificó una casa en Toledo cimentada sobre cuatro leones de metal. Un palacio maravilloso a cuya puerta Hércules colocó un candado entregando la llave a doce guardianes. Antes de marcharse ordenó que cuando un guardián muriera, fuera inmediatamente sustituido por otro, y que se ocuparan de comunicar a todos los reyes que vinieran detrás de él que debían colocar un candado y no se atrevieran nunca a entrar. El rey Rodrigo, corroído por la curiosidad dijo: -Por Dios que no he de morir con el disgusto de no haber sabido lo que dentro de ella se esconde y sin remedio la abriré. Al enterarse del despropósito que Rodrigo pretendía hacer, los obispos de Toledo intentaron disuadir al rey de hacer tal locura y le propusieron lo siguiente:

-Dinos qué pretendes, cuánto oro esperas encontrar en esta casa y nosotros te lo daremos, pero no hagas lo que no hicieron ninguno de tus predecesores, que eran gente sabia y prudente.

Pero Rodrigo, decidido a acabar con aquel misterio, ordenó que rompieran los candados y abrieran la puerta.

La casa era un palacio claro y transparente como el cristal, -así la define la crónica de Ar-Razi-, hecho cual si fuese de una pieza, sin madero ni clavo, dividido en cuatro galerías, una de ellas blanca como la nieve, otra de ellas muy negra, verde como el limón la tercera y roja como la sangre la cuarta. Recorrieron su ámbitos y acertaron a ver una pilastra con una portezuela donde había un escrito que decía: “Quando Ércoles fizo esta casa andava la era de Adán en quatro mill e seis años.”Abrieron, y dentro vieron otro letrero que decía: “Esta casa es vna de las maravillas de Ércoles.” No tardaron en divisar un arca de plata guarnecida en oro y piedras preciosas cerrada con un candado. Tentado por la curiosidad y también por la codicia, Rodrigo ordenó abrir el arca. El rey, y cuantos le acompañaban, quedaron perplejos cuando vieron lo que en el interior había.

No había joyas, ni piedras preciosas. En el interior solo había unas figuras representando unos guerreros a caballo con turbantes y espadas árabes; eran guerreros musulmanes. Rodrigo sacó las figuras, su extrañeza aumentaba, y entonces encontró en el fondo del arca una tela que también sacó, la entendió y leyó lo que en ella había escrito:

“Cuando esta arca sea abierta y se saquen estas figuras, la gente en ellas representada invadirá España, derribarán del trono a sus reyes y serán de ella señores.”

La extrañeza de Rodrigo se convirtió en inquietud, y luego en miedo. ¿Qué significaba aquello? ¿Acaso una broma de mal gusto? Rodrigo ordenó cerrar de nuevo el arca e hizo jurar a quienes le acompañaban que no hablarían con nadie de aquello. Acto seguido salieron todos de allí y la casa quedó cerrada de nuevo. Pero la respuesta que nadie pudo dar a la pregunta que se hizo Rodrigo, la encontramos en una de las muchas variantes que esta leyenda tiene. Se dice que, en tiempos remotos, cuando los reyes griegos dominaban la península Ibérica, hubo un miedo terrible a que los piratas berberiscos establecidos en el norte de África invadieran sus tierras. Había sido un sabio rey quien había pronosticado que la península sería invadida por pueblos procedentes de África, y para prevenirse de esta profecía hicieron talismanes que guardaron en un arca y la colocaron en un palacio de Toledo. Luego vendrían quienes mezclarían esta leyenda con la construcción de la casa de Hércules, o quizás fuera Hércules quien encontró el arca y mandó custodiarla. El caso es que, los talismanes hicieron su efecto y España nunca fue invadida por los pueblos del norte de África, mientras el arca estuvo cerrada. Pero ahora, el último rey godo se había atrevido a profanarla.

¿Y qué hay de verdad y de fantasía en esta leyenda? Porque, detrás de toda leyenda hay algo (o mucho) de realidad. Veamos. Lo primero que hay que tener en cuenta es que aquellos relatos fueron escritos en tiempos muy cercanos a la elección de Rodrigo como rey. Juan Menéndez Pidal lo examina de esta manera: «Si de todo ello eliminamos cuanto salta a la vista como florecimiento poético, resulta que, custodiada con tradicional veneración por los sacerdotes y magnates de la Corte Visigoda, hubo en Toledo cierta basílica donde en un arca preciosa se guardaban los Santos Evangelios sobre los que prestaban juramento los reyes, y donde después de su muerte se colgaban sus coronas.

Esta iglesia, que estaba al lado del Palacio Real y que parece haber sido panteón de los reyes, solo se abría al ocurrir la muerte de cada soberano, sin duda para sepultarle y otorgar allí los debidos juramentos el sucesor.» Ya tenemos, pues, dos de los elementos principales en los que pudo basarse la leyenda: la iglesia donde efectivamente parece ser que se guardaba la corona de cada rey, y el palacio que nunca era abierto salvo para enterrar a los reyes que morían y tomar juramento a los que ascendían al trono. Pero, la leyenda habla de una profanación, ¿que fue lo que realmente se profanó y por qué? Sigamos leyendo a Pidal: «a Rodrigo hubo de preocuparle la intervención de Musa y la sublevación de los vascones.» Hablamos de que Rodrigo ya sabía que, por un lado, los musulmanes ya habían cruzado o estaban a punto de cruzar el estrecho, y por otro, como no podía ser de otra manera, los vascones que se apuntaban a todas las refriegas habidas y por haber.

El caso es que, Rodrigo, recién llegado al trono, se encuentra con unas arcas vacías y no puede costear las guerras que se le avecinan. Así que... «acaso pensó en alguna de las riquezas acumuladas por sus antecesores en el tesoro de la regia basílica.» De haber sido así, los obispos hubieran considerado aquella acción como sacrilegio y habrían instado al monarca a imitar a sus antecesores. Y por supuesto, los contrarios a Rodrigo no tardaron en divulgarlo entre la muchedumbre, que más tarde verían en este hecho una maldición que condujo al reino al desastre.

Pero de todo esto, lo único que parece cierto es que la iglesia y el palacio existieron y que las coronas allí guardadas desaparecieron en su mayoría con la llegada de los musulmanes a Toledo. Pero todo eso está por ocurrir todavía, ahora, tenemos a un Agila niño nombrado por los seguidores de su padre Witiza, y a un Rodrigo rey en la Bética preocupado por una inminente invasión musulmana por el estrecho y una sublevación vascona por el norte.  

El final del reino visigodo 

Los seguidores de Rodrigo consiguieron varias victorias sobre los de Agila, que fueron empujados hacia el norte y finalmente repreglados en la provincia Tarraconense y la Septimania, y allí, en aquellas tierras se estableció el pequeño Agila resistiendo las embestidas de Rodrigo. El 1 de marzo del año 710, Rodrigo era por fin ungido y proclamado rey. Muchos de los seguidores de Agila, viendo que todo estaba perdido abandonaron la península y huyeron a la Septimanía o zonas de los reinos galos.

Otros, sin embargo, no acabaron de resignarse, fue el caso de un tío del pequeño, un tal Oppas, obispo de Sevilla, que fue a refugiarse a Septem (Ceuta). Allí se puso en contacto con el conde Julián, posiblemente pariente suyo, quien además era el gobernador de la ciudad. Sobre este conde Julián nos han llegado pocas noticias y sí alguna leyenda de la que hablaremos enseguida. No está claro si era godo, bereber o bizantino; hay quien cree que la ciudad estaba todavía bajo el reino visigodo y otros creen que había sido reconquistada por Bizancio y era el último reducto norteafricano del Imperio. Entre Oppas y Julián fueron dándole forma a la confabulación que debería acabar con Rodrigo y rehabilitar en el trono a Agila. Para ello, no dudaron en pedir ayuda a los musulmanes.  

La leyenda de Florinda "la Cava" 

Y es aquí donde cobra fuerza la leyenda de la que hablábamos antes, pues se dice que este conde Julián estuvo muy diligente a la hora de negociar con los musulmanes, no porque fuera un posible pariente del obispo Oppas, sino porque vio la gran oportunidad de vengarse por la ofensa de la que fue objeto su hija Florinda. La leyenda de la casa de Hércules no es la única que se creó en torno al último rey godo, está también la conocida como “Leyenda de Florinda la cava.”

Cava, en árabe, vendría a significar algo así como prostituta de lujo, aunque Florinda era una muchacha honrada que su padre había enviado a Toledo para adquirir una buena educación. A orillas del Tajo bajaba Florinda de cuando en cuando, acompañada de sus doncellas, para darse un baño, y uno de esos días no se percató de que alguien la observaba. Era el rey Rodrigo, que quedó prendado de su belleza al verla desnuda. A partir de ese día, Rodrigo trataría por todos los medios conquistar a la muchacha, que finalmente accedió a casarse con él.

Pero pronto se daría cuenta Florinda que no era casamiento lo que el rey quería. Hay quien cuenta que la violó, otros cuentan que la engañó prometiéndole que llegaría a ser la reina aunque Rodrigo solo pretendía gozar de ella. Sea como fuere, Florinda se sintió engañada y escribió a su padre contándole su desdicha. Una leyenda más, (aunque nada hay en ella de especial para que no sea cierta), que intenta buscar explicación a lo inexplicable, de cómo fueron los mismos godos quienes introdujeron en España a los musulmanes.  

La batalla de Guadalete 

Musa fue designado gobernador del norte de África por el mismo califa de Damasco, donde el creciente imperio musulmán había establecido su capital, y a él acudieron Oppas y Julián, prometiéndole cuantiosos tesoros si ayudaban a derrocar a Rodrigo. Este tipo de alianzas era algo común en la época; ya hemos visto cómo se había negociado con los francos o con los bizantinos. Los musulmanes eran una gran potencia en aquellos momentos y podrían servir para tal fin. Se les pagaba lo que pidieran por el servicio y luego cada uno a su casa. Los francos, aunque habían cobrado caro, habían cumplido hasta el final con Sisenando. Los bizantinos traicionaron a Hermenegildo y en el último momento se aliaron con su padre. Las alianzas con extranjeros siempre conllevaban este pequeño riesgo. ¿Cumplirían los musulmanes con su trato de derrocar a Rodrigo, cobrar y volverse por donde habían venido?

La alianza se concretó a principios del 711 cuando se envió una expedición de 500 bereberes a tierras béticas para tantear el terreno y encontrar el lugar adecuado para el desembarco definitivo. El lugar elegido fue la actual Tarifa, cuyo nombre viene precisamente de Tarif Ibn Malluk, quien dirigió la operación. Además del tanteo del terreno, Tarif arrasó cuantas aldeas encontraron en la costa para volver con un cuantioso botín, que animó, más si cabe, a la invasión.

Rodrigo había movilizado a su ejército hasta Pamplona, ante la sublevación de los vascones. Todo indica que los fieles a Agila se habían compinchado con ellos (con oro de por medio) para sublevarse en aquel preciso momento, para que la invasión lo sorprendiera lejos del sur. En abril del año 711 comenzaron a transitar por aguas del estrecho cuatro barcos propiedad del conde Julián, su misión era trasladar desde África a Tarifa un total de aproximadamente 7.000 hombres. La operación duró varios días, al frente de ellos, Tariq Ibn Ziyad, el lugarteniente de Musa. A partir de entonces, la gran roca que todos conocemos pasaría a llamarse Gibraltar, que significa la montaña de Tariq. De momento, las órdenes eran fortificarse y esperar refuerzos, pero los desembarcos no tardaron en ser descubiertos y pronto se corrió la voz por toda la Bética. Un tal Sancho, supuestamente sobrino de Rodrigo, pronto reunió un ejército y se lanzó contra ellos con el resultado de una estrepitosa derrota.

Cuando la noticia le llegó a Rodrigo no le quedó más remedio que abandonar las operaciones contra los vascones y bajar a toda prisa hasta la Bética. Por el camino fue reclutando cuantos efectivos pudo, y poco más se sabe de los preparativos para la gran batalla que se avecinaba. Ni siquiera sabemos el número exacto de soldados con los que contaba Rodrigo. Las crónicas, no siempre fiables, hablan de 100.000. Un número poco creíble, otras fuentes sitúan la cifra en 30.000 o como mucho 40.000, algo que parece más razonable. Y aquí es donde es de suponer que Rodrigo negoció con los seguidores de Agila. Nada se sabe tampoco de esta negociación, pero puede adivinarse que así fue, por los acontecimientos que ocurrirán más tarde. La negociación no sería otra que la de aparcar diferencias para hacerse fuertes ante un enemigo común. Porque Rodrigo no imaginaba que para los de Agila, aquellos bereberes no eran sus enemigos, sino sus aliados, aquí el único enemigo por combatir era él, Rodrigo.

Tariq, por su parte, había recibido otros 5.000 bereberes, con lo cual ya contaba con 12.000 soldados a los que todavía se les unirían otros 8.000 entre partidarios de Agila y judíos. 20.000 africanos contra 40.000 godos, son los números aproximados que manejan los expertos. El lugar de la batalla más probable fue Wadi Lakkah, en la actual Cádiz en la rivera del río Guadalete. Hay que piensa que fue en Barbate, pero el río Guadalete sería quien daría nombre a tan señalada batalla. Sin saber la fecha exacta, se cree que fue la última semana de Julio. Rodrigo, con su superioridad numérica, seguramente creyó que barrería del mapa a los moros sin demasiados problemas.

El ejército real y su guardia personal se situarán en el centro, mientras los flancos quedarían cubiertos por los soldados de Agila, enviados por el mismísimo obispo Oppas. Es de suponer que Agila no se hallaba entre ellos, sino que habría quedado en tierras tarraconenses o narbonenses. Posiblemente ni sabía lo que estaba ocurriendo en aquellos precisos momentos en la Bética. Y lo que ocurrió fue que Rodrigo atacó barriendo a un buen número de bereberes. En principio, todo estaba saliendo bien y con varias embestidas como aquella pronto tendrían a los africanos dominados.

Pero el curso de la batalla comenzó a tomar otro rumbo, pues los de Rodrigo comenzaron a verse rodeados por todas partes. ¿Qué había ocurrido? Que los flancos habían quedado desprotegidos, permitiendo a los africanos realizar una maniobra envolvente. O dicho de otra forma, los de Agila habían habían abandonado el campo de batalla. La jugada le había salido redonda a Oppas y a don Julián. De momento.

Tras resistir cuanto pudieron, la derrota fue inevitable. No se sabe el balance de caídos por parte de Rodrigo, pero debieron ser muchas, por parte de los musulmanes se calculan unas tres mil bajas. Los que consiguieron retirarse a tiempo huyeron y llegaron a Écija y allí se refugiaron. Otros continuaron camino hacia el norte, hasta diferentes destinos. ¿Y que que fue de Rodrigo? Nadie lo sabe. Su cuerpo nunca fue hallado, pero al aparecer su caballo flotando en el río, se creyó que había muerto y arrastrado aguas abajo. Pero algunos años después apareció una tumba en la provincia Lusitana (Portugal), con una lápida donde podía leerse “Rodericus Rex”. Este descubrimiento vendría a demostrar que consiguió huir, y aunque nunca sabremos qué camino tomó, podríamos elucubrar que posiblemente llegó a Écija con sus soldados, y de allí pasó a Lusitania, donde intentaría reorganizarse y contraatacar, cosa que nunca pudo hacer. Terminaba de esta manera, no solo el reinado de Rodrigo, sino que se ponía fin al reino visigodo de España. Pero, ¿acaso una vez vencidos Rodrigo y sus seguidores, el pequeño Agila no ocupó su lugar? Pues va a ser que no.

Tres siglos de historia quedaban atrás, se iniciaba una nueva página, un nuevo capítulo que iba a durar esta vez ocho siglos. ¿Qué pasó después de la batalla de Guadalete? ¿Por qué no subió al trono Agila o cualquier otro de sus partidarios? Los musulmanes, después de vencer al ejército de Rodrigo, no se volvieron a embarcar rumbo a África de nuevo, sino que siguieron conquistando ciudades hasta llegar a Toledo. Cosa lógica, por otra parte, pues había que asegurarse de que el territorio quedara estabilizado y no hubiera revueltas en contra de los vencedores.

Allí, en la capital, debía ser reconocido como rey el pequeño Agila y se nombrarían uno o varios regentes hasta que tuviera edad suficiente para coger las riendas del país; luego se les pagaría lo acordado a los africanos y asunto resuelto. Pero los africanos ya se estaban cobrando su recompensa por su cuenta; a los cuantiosos botines conseguidos en su avance hacia Toledo, había que añadir ahora el saqueo de la capital, incluído el tesoro visigodo y aquellas valiosas coronas de las que hablaba la leyenda, pero que eran reales, nunca mejor dicho.

Por fortuna, parte de aquel tesoro y aquellas coronas consiguieron salvarse. Alguien, no se sabe quién, pudo poner el tesoro a salvo antes de que Tariq y los suyos llegaran. En 1858 fueron halladas unas coronas y cruces en Guarrazar, y en 1926 se encontraron más en Torredonjimeno. El caso es que. aquel comportamiento de los aliados no estaba contemplado en el trato. Pero no había otra que tragar y aguantarse. Las extralimitaciones también formaban parte de aquellas alianzas. No había de qué preocuparse; Toledo quedaría saqueada, pero una vez que reunieran un buen botín se marcharían y todo volvería a la normalidad.

Pero los días y los meses pasaban, y los musulmanes no se marchaban; y ver cómo la mesa del rey Salomón, robada por Alarico a los romanos, caía en manos musulmanas, seguro que ya no hizo tanta gracia. Una mesa, que por cierto, los expertos dudan que fuera la auténtica. Pero si era de plata y oro con incrustaciones de piedras preciosas, como cuentan, tenía igualmente un gran valor.

Cuando a oídos de Musa llegó que su lugarteniente había conseguido un éxito rotundo se llenó de alegría; cuando, además fue informado de que cuantiosos tesoros habían caído en su poder, ya no le hizo tanta gracia. Así que cogió un ejército de 18.000 hombres y cruzó el estrecho para plantarse en España para asumir el éxito y que en Damasco no pudieran decir que no había estado presente en tan importantes momentos. La cosa acabó en disputa entre Musa y Tariq por el reparto del botín y llegaron a denunciarse mutuamente ante el califa de Damasco, que se vio obligado a intervenir.

Y viendo cómo árabes y bereberes se acomodaban en Toledo y por todas partes, los visigodos decidieron acudir a ellos hacerles saber que ya no era necesaria su ayuda ni su presencia. En este punto hay varias versiones. Una de ellas cuenta que los árabes, a la vez que le daban a entender que no pensaban marcharse, ofrecieron a Agila la gobernación de un mísero territorio, no se sabe muy bien dónde, a lo cual el pequeño rey sin tierra contestó enojado que no estaba dispuesto a aceptar limosnas y que quería tomar posesión de todo su reino; y otra que dice que Musa le envió a pedirle cuentas al califa de Damasco.

Allí sería muy bien recibido por el califa, que seguramente quedaría sorprendido, y hasta enternecido por la visita de un niño que decía ser rey de un reino que le habían arrebatado por dos veces. Después de unos años volvió a España cargado de riquezas y le fue adjudicada parte de la provincia Tarraconense y la Septimania donde fue respetado como rey por los suyos. A la temprana edad de 16 años moría, seguramente guerreando, pues ya con esa edad se subían a su caballo y blandían la espada los reyes. Le sucedió su hermano Ardabasto o Ardón, que también fue reconocido rey por los suyos y gobernó entre la Tarraconense y Septimania hasta el año 720, muriendo también en batalla. Nadie más le sucedió.  

La historia continúa en La conquista de al-Ándalus

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