Para entender mejor el hecho de que no hubiera barcos disponibles para el traslado de los prisioneros de la batalla de BailĂ©n a Francia, quizás deberĂamos dar un repaso a un triste episodio que entrarĂa en la Historia como una de las batallas navales más duras y sangrientas que se recuerdan: la Batalla de Trafalgar. Cierto es que no se perdieron todos los barcos, pero sĂ quedaron inutilizados gran nĂşmero de ellos; y los que quedaron eran necesarios para vigilar unas costas amenazadas con el comienzo de la guerra. La batalla tuvo lugar a finales de octubre de 1805 frente a la costa gaditana, muy cerca del cabo que le dio nombre. El porquĂ© de esta batalla tiene su origen en mayo de 1803 cuando Gran Bretaña vuelve a declarar la guerra a Francia. Solo un año antes habĂan firmado la paz, pero ante la insistencia de NapoleĂłn de querer hacerse con el dominio de toda Europa, los británicos deciden no permanecer pasivos. España está en ese momento en una situaciĂłn comprometida, pues NapoleĂłn no tardĂł en pedir ayuda a Manuel Godoy, que quiso escurrir el bulto enviándole ayuda econĂłmica para el mantenimiento de la flota francesa.
Pero los ingleses sabĂan de la alianza entre España y Francia y posiblemente supieron tambiĂ©n de aquellas donaciones, por lo que, las hostilidades no tardaron en llegar lanzando sus barcos piratas contra todo barco español que se cruzaba con ellos. Nada nuevo bajo el sol. Pero el 5 de octubre de 1804 varias fragatas británicas atacan un convoy español procedente de AmĂ©rica llegando a hundir un barco de pasajeros civiles. Aquel hecho tan grave no pudo pasarlo por alto el gobierno español y declara la guerra a los ingleses. Las cosas se ponĂan bien para NapoleĂłn, su aliado español estaba dispuesto a combatir. España, segĂşn algunas fuentes, poseĂa en aquel momento la tercera flota más grande, despuĂ©s de la británica y la francesa. Sin embargo, si hacemos caso a lo que nos cuenta Benito PĂ©rez GaldĂłs en su fabulosa novela “Trafalgar”, (novela que recomiendo leer fervorosamente), la flota española estaba arrumbada y muchos barcos estaban deshechos o medio podridos. Una flota inactiva y falta de mantenimiento que fue puesta a punto deprisa y de mala manera. Tampoco habĂa tripulantes suficientes; entre 1802 y 1804 la fiebre amarilla habĂa azotado AndalucĂa y habĂa dejado a la flota menguada de tripulantes. Hubo entonces que reclutar campesinos, presos liberados y soldados de infanterĂa que poco o nada sabĂan de navegaciĂłn.
Tradicionalmente, los marinos españoles habĂan sido a travĂ©s de muchos siglos los mejores navegantes del mundo y expertos en batallas navales, sin desmerecer a los portugueses y a los británicos. Comenzado el siglo XIX, en España seguĂan existiendo buenos marinos y grandes almirantes. No podĂan presumir de ello los franceses, a tenor de lo que iban a demostrar en breve. Sin embargo, en esta historia, los españoles solo están para apoyar y ponerse bajo el mando del almirante francĂ©s Villeneuve. La estrategia a seguir la diseñó el propio NapoleĂłn, reciĂ©n nombrado Emperador por Ă©l mismo.
El plan consistĂa en algo tan laborioso y complicado que milagrosamente podĂa salir bien, pero si funcionaba podĂa dar buen resultado. Cuando leemos acerca de la batalla de Trafalgar,la informaciĂłn que encontramos suele ser que consistiĂł en un enfrentamiento entre una treintena de barcos por ambos bandos y que todo acabĂł en desastre; llegando muchos muertos y heridos a las costas de Cádiz; y realmente, la batalla fue esto. Pero lo que antecediĂł a la batalla fue mucho más. NapoleĂłn se habĂa propuesto reunir a 200.000 soldados que invadirĂan Gran Bretaña, pero para eso, querĂa alejar a la flota inglesa del canal de la Mancha. El descabellado plan consistĂa en atacar las Antillas británicas, los Ăşltimos reductos de sus colonias americanas para atraer a la flota inglesa hasta allĂ. Cuando los británicos estuviesen en el Caribe, unos debĂan entretenerlos y otros escapar rápidamente hacia Europa de nuevo para transportar a los 200.000 soldados encargados de liarla parda en Inglaterra. Están locos estos galos.
Por supuesto, todo saliĂł mal y Villeneuve encontrĂł que lo esperaban frente a las costas gallegas. Era el almirante inglĂ©s Nelson, que normalmente patrullaba con su flota el Mediterraneo, pero decidiĂł subir hasta Finisterre para bloquear el acceso al canal de la Mancha. El 22 de julio se librĂł un combate donde franceses y españoles lucharon con valentĂa, pero en vista de que los ingleses tampoco eran mancos Villeneuve decidiĂł retirarse. Sin embargo, en sus informes escribiĂł que intentĂł un nuevo ataque contra Nelson, pero las suaves brisa no ayudaron a maniobrar.
Acabada la batalla que nadie ganĂł, al almirante francĂ©s le asaltan las dudas y no sabe ni quĂ© hacer ni para donde ir. El encuentro con los ingleses alteraba los planes. Cuando NapoleĂłn fue informado declarĂł estar muy satisfecho con la bravura de los españoles, pero muy decepcionado con su almirante por no ser capaz de mostrar más energĂa y acabar con Nelson. NapoleĂłn le enviĂł entonces un informe en el que le ordenaba dirigirse a los puertos de Brest y Boulogne, pero parece ser que Villeneuve se habĂa marchado antes de recibir el informe al creer que en el puerto de la Coruña habĂa una flota británica aĂşn mayor. La flota franco-española puso rumbo a Cádiz, donde llegĂł el 20 de agosto.NapoleĂłn montĂł en cĂłlera al saber que se habĂa marchado y lo tachĂł de cobarde por su “conducta infame”, pues la decisiĂłn de Villeneuve le obligaba a abandonar la invasiĂłn.
En septiembre, NapoleĂłn decide sustituir a Villeneuve por François Étienne de Rosily. La bahĂa de Cádiz estaba ya bloqueada por la escuadra británica. Villeneuve estaba atrapado en su interior con la flota hispano-francesa. El nuevo almirante nombrado por NapoleĂłn estaba de camino y se supone que Villeneuve no sabe nada sobre su destituciĂłn, por lo que, convoca una reuniĂłn en su barco, el Bucentaure, con los demás capitanes para decidir si salĂan a plantar batalla. Era el 8 de octubre. Algunos capitanes españoles, entre los que se encontraba Dionisio Alcalá Galiano, aconsejaron no hacerlo porque se avecinaba mal tiempo. “Bajan los barĂłmetros”, habĂan dicho, por lo que el contra-almirante francĂ©s Charles MagĂłn contestĂł que “aquĂ lo que está bajando es el valor”. Los ánimos se caldearon y Alcalá Galiano acabĂł retando a un duelo al francĂ©s; pero la situaciĂłn del momento no permitiĂł que ambos se pudieran enfrentar, ya habrĂa tiempo, más tarde, despuĂ©s de la batalla, si salĂan vivos de ella. Villeneuve decidiĂł entonces no salir, en espera de hacer algunos preparativos más.
Diez dĂas más tarde Villeneuve recibiĂł el mensaje de NapoleĂłn en el que se anunciaba su destituciĂłn y se le enviaba al Mediterráneo a apoyar otras operaciones que se estaban llevando a cabo. Entonces el francĂ©s decidiĂł que tenĂa que jugársela si querĂa restituir su honor. No esperarĂan a Rosily. Aquella decisiĂłn precipitada no gustĂł nada al brigadier Cosme Damián Churruca, segĂşn las palabras que no contaba salĂr con vida de aquella locura, y por eso le dijo a un familiar que viajaba con Ă©l: “DespĂdete de tus padres, porque mi suerte será la tuya: antes de rendir mi navĂo lo he de volar o he de echarlo a pique.”
El viento no ayudĂł y la flota no pudo salĂa hasta el amanecer del 20 de octubre, que pusieron rumbo a Gibraltar. El enemigo estaba cerca, y antes del anochecer, todos los barcos formaron lĂnea de ataque. En total eran 33 barcos, 18 franceses y 15 españoles. ¿Pero, cĂłmo eran los barcos de aquella Ă©poca? Evidentemente, eran veleros; sin remeros, como las antiguas galeras romanas; construidos con maderas variadas; de entre 50 y 60 metros de eslora (longitud) y con muchos ventanales en ambos costados por donde asomaban los cañones. Merece la pena mencionar al barco más grande de su Ă©poca, el SantĂsima Trinidad, una autĂ©ntica maravilla de la flota española, con más de 63 metros de eslora y 16 metros y medio de manga (anchura), construido en la Habana con madera de caoba, jĂşcaro y caguairán, árboles cubanos. A travĂ©s de las varias reformas que tuvo llegĂł a disponer de hasta 140 cañones. En el momento de la batalla disponĂa de 136 con una tripulaciĂłn de 1.160 hombres. En los barcos restantes viajaban entre 600 y 800 hombres, por lo que podemos hacernos una idea de que se habĂan embarcado unos 23.000 soldados. El SantĂsima Trinidad, era pues, el más grande de la escuadra y el que llevaba mayor tripulaciĂłn, bajo el mando de Baltasar Hidalgo de Cisneros.

La madrugada del 21 de octubre, ambas flotas se avistaron, pero el mar era una balsa de aceite y los vientos muy dĂ©biles, que imposibilitaban cualquier maniobra. A las 8 de la mañana, habĂa algo de niebla aunque ya se iba disipando hasta dejar ver la flota de Nelson en la lejanĂa. Entonces Villeneube dio la orden más polĂ©mica que se recuerda en la historia naval; la orden fue virar en redondo. Osea, dar la vuelta, girar los barcos, o por decirlo en un lenguaje sencillo, esperar a la flota británica de culo, con la proa mirando hacia Cádiz, para tener bien una posible huida. Churruca no podĂa creer lo que veĂa y exclamĂł: “El almirante no conoce sus obligaciones y nos compromete”. Churruca pensĂł que virar era una locura. Pero, ¿por quĂ© Villeneube ordenĂł tal maniobra? Para empezar, un giro en redondo en un barco de vela de la Ă©poca, parece ser que no era cosa sencilla, y mucho menos si los vientos, como era el caso, no favorecen la operaciĂłn. El barco necesitaba un gran espacio y cierto tiempo. Si a esto añadimos, además, que la maniobra debieron realizarla treinta y tres barcos que abarcaban una lĂnea de varios kilĂłmetros, (en realidad eran dos lĂneas que formaban una vanguardia y una retaguardia, separados unos de otros por aproximadamente unos cien metros o quizá más, podemos imaginar el caos provocado en las lĂneas de batalla. Y efectivamente, quedĂł muy desordenada, con muchos huecos y algunos barcos fuera de lugar. Además, la vanguardia era ahora la retaguardia y viceversa, cosa que, en principio ya cambiaba el plan de ataque.
Por su parte, el Almirante español Gravina, al mando del PrĂncipe de Asturias intentĂł arreglar la situaciĂłn dando Ăłrdenes de rectificar la formaciĂłn, pero solo lo consiguiĂł en parte, pues el viento no ayudaba. Hacia el mediodĂa, los barcos de Nelson embestĂan contra la escuadra franco-española. Lo hicieron de forma un tanto suicida, pues no se acercaban formando una lĂnea paralela a la del enemigo, sino en dos lĂneas, avanzando en fila, una comandada por el propio Nelson y otra por el vicealmirante Cuthbert Collingwoo. Tal como iban llegando entraban en combate. Esto, que era una desventaja para los primeros que llegaban, se iba convirtiendo en una gran ventaja a medida que llegaban los siguientes y no les costĂł romper la lĂnea enemiga. El centro hispano francĂ©s estaba perdido, y los buques de los extremos podĂan tardar horas en llegar a socorrerlos. La columna de Collingwood logrĂł interponerse entre la retaguardia y el centro franco español, ,mientras que la de Nelson marchĂł directa al centro, donde se hallaba el SantĂsima Trinidad. En la vanguardia franco española quedaron aislados diez barcos y muchos de ellos estaban tan dispersos que ni siquiera pudieron entrar en combate. Los restantes, se enzarzaron en un feroz combate contra los británicos. Las crĂłnicas nos cuentan cĂłmo muchos barcos españoles lucharon de forma herĂłica. Es el caso del buque Bahama, que se vio entre dos buques de la columna de Collingwood, deshaciĂ©ndose de ellos, para más tarde enfrentarse a otros dos; su capitán, Alcalá Galiano, sabĂa que no aguantarĂan mucho más, gritĂł: “¡Tengan todos presente que la bandera está clavada! ¡Este barco no se rinde!” Instantes más tarde, un cañonazo le arrancaba la cabeza.
No menos bravura mostrĂł Churruca en el Nepomuceno, enfrentándose a un navĂo tras otros hasta perder una pierna, tambiĂ©n de un cañonazo. Churruca pidiĂł un barril de arena donde puso la media pierna que le quedaba y siguiĂł dando Ăłrdenes hasta morir desangrado. Otro que sabĂa de las nulas posibilidades de ganar la partida a los ingleses y sabĂa que iba a morir. “Si oyes hablar de la captura de mi barco, piensa que he muerto”, habĂa dicho antes de partir. Sin embargo, para los británicos, tampoco estaba siendo un tranquilo paseo. Los primeros barcos en acercarse habĂa recibido multitud de impactos y algunos de ellos fueron seriamente dañados. Luego tuvieron que enfrentarse a soldados, (muchos de ellos ni siquiera lo eran) que estaban dispuestos a morir antes de rendirse. El Victory de Nelson pasĂł grandes apuros hasta que vinieron en su auxilio. A punto estuvo de ser abordado. No lo consiguieron, pero los fusiles del barco francĂ©s Redoutable se llevaron por delante gran parte de la tripulaciĂłn incluido al propio Nelson, que cayĂł gravemente herido para morir unas horas más tarde. “¡Por fin lo han conseguido! –exclamĂł antes de morir–. ¡Me han roto la espina dorsal!”
A las seis de la tarde, el combate habĂa terminado. Solo un barco francĂ©s se habĂa hundido aunque muchos estaban seriamente tocados. Diecisiete de ellos fueron apresados por los británicos, algunos, como el fantástico SantĂsima Trinidad, fueron hundiĂ©ndose por el camino. El resto puso rumbo a Cádiz ante la tormenta que se desatĂł. Al dĂa siguiente los barcos volvieron a salir de la bahĂa de Cádiz para volver a enfrentarse a la escuadra británica y consiguieron rescatar algunos barcos. Mientras tanto, a lo largo de algunos kilĂłmetros de costa iban apareciendo restos de barcos, cadáveres y muchos heridos. Los gaditanos, en una encomiable acciĂłn humanitaria sin resentimientos ni distinciĂłn de banderas, iban recogiendo a los náufragos y haciendo cuanto pudieron con aquellos que tenĂan la posibilidad de seguir vivos. Contrasta este hecho con el ocurrido dos siglos antes, cuando los náufragos de la Armada Invencible iban llegando a las costas británicas y a todo aquel que llegaba vivo lo iban remando.
Y ahĂ acabĂł todo. Muchos expertos siguen preguntándose por quĂ© Villeneube dio la orden de realizar una maniobra que los llevĂł al desastre. ¿CobardĂa? ¿QuerĂan estar en disposiciĂłn de salir huyendo? Contrariamente, en la actualidad, muchos analista han llegado a la conclusiĂłn de que fue una maniobra acertada y que, de no haber sido asĂ el resultado hubiera sido peor, y que el verdadero error fue salir de Cádiz con una tripulaciĂłn, donde muchos de sus componentes no habĂan subido a un barco en su vida. En esto Ăşltimo puede que estĂ©n acertados; en realidad, Villeneube saliĂł a combatir por puro despecho. Pero otros muchos siguen preguntándose el porquĂ© de la polĂ©mica maniobra y siguen creyendo que fue un suicidio. Desde la perspectiva actual quizás nunca lleguen a ponerse de acuerdo. Sin embargo, uno de los mejores marinos de la historia que estaba allĂ lo dejĂł bien claro: “El almirante [Villeneube] no conoce sus obligaciones y nos compromete”.
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