La historia de los Hunos es confusa y a veces contradictoria, pues nada dejaron escrito ellos mismos. Todo cuanto se sabe de este pueblo se lo debemos principalmente a los romanos, unos nos cuentan que eran poco menos que demonios, y otros cuentan que no tanto. Pero los Hunos nada tienen que ver con la historia de España… ¿o sí?
Su origen
A veces, la historia de un pueblo se entiende mejor conociendo la de los demás, y los Hunos tuvieron mucho que ver con el destino de muchos pueblos de Europa, empujaron a los Visigodos hacia Francia y España y desencadenaron el derrumbe del imperio romano. ¿Y quiénes fueron los Hunos? Tampoco está claro. No se sabe si eran turcos o mongoles, pero se sabe que venían de las estepas siberianas. También se dice que pudieran tener su origen en la tribu Xiongnu de los montes Altai, en Asia central. Eran pastores que se convirtieron en nómadas buscando los mejores pastos y huyendo de los climas extremos siberianos, y este tipo de vida los convirtió también en temibles guerreros.
Sus rasgos orientales, muy marcados, junto a su ferocidad y métodos salvajes de lucha, hicieron que se escribiera sobre ellos cosas como que comían carne cruda, que eran caníbales, que no llegaban a ser humanos del todo… En realidad, dentro de su propio pueblo la cosa era distinta, y tal como escribían algunos diplomáticos romanos que fueron enviados a tratar con ellos, éstos quedaron impresionados por el trato amable recibido y la forma de vida de estos nómadas. Por lo que, esa ferocidad que hacía aterrorizar al rival no eran sino su mejor arma de guerra, y buen resultado les daba, pues aquel que oía hablar de los Hunos se echaba a temblar.
Era el año 215 a. C. Parece ser, que la gran muralla china comenzó a construirse precisamente para defender el país de los Xiongnu. Parte de este pueblo pactó con los chinos que los dejaron entrar. Pero los Xiongnu no llegaron a integrarse en China y los que quedaron fuera estuvieron años vagando por el desierto de Gobi y esperando el momento de atacar de nuevo. A la muerte del rey que había logrado unificar todos los pueblos chinos hubo cambios profundos en el país. La gran muralla estaba inacabada y se descuidaron muchos de los tramos por lo que los Xiongnu entraron y comenzaron a devastar el gran país. Las rutas comerciales entre China y occidente se vieron seriamente afectadas y hubo que emplear un gran esfuerzo para parar a los Xiongnu. Parte de ellos acabaron en Europa, y fue a estos Xiongnu a los que se les llamó Hunos.
Según concuerdan muchos historiadores, los pueblos bárbaros que llegaron a las fronteras del imperio Romano, empujados por los Hunos, no pretendían invadirlo ni arrasarlo, sino que, impresionados por la civilización deseaban ser acogidos y fundirse en ella. Pero, ¿y los Hunos, qué pretendían? Su forma de vida era la trashumancia, buscaban los mejores pastos para el ganado, el saqueo de los pueblos que arrasaban les proporcionaban el resto. Pero al llegar a Roma, no pudieron evitar el mismo deseo que el resto de bárbaros, entrar a formar parte de ella. El mismo Atila pidió casarse con Honoria, la hija de Gala Placidia, y así estrechar lazos con Roma. Fue la propia Roma, con sus constantes desprecios a los pueblos bárbaros la que propició los ataques contra ella. Este rechazo y su altanería, este desprecio y subestimarlos una vez tras otra, fue lo que acabó con Roma. En 395, el año en que Alarico era proclamado rey de los Visigodos, nacía Atila el que estaba destinado a ser rey de los Hunos.
El principio de la decadencia romana
En el siglo II, en tiempos del emperador Trajano, Roma ya había extendido lo suficiente sus dominios hacia el norte, hasta que terminó renunciando a subir más arriba y se limitó a defender sus fronteras. Los romanos sabían que al otro lado los observaban. Los bárbaros miraban hacia una civilización que admiraban y temían al mismo tiempo. Según el historiador británico Edward Gibbon, el juez godo Atanarico (considerado por algunos como el primer rey godo), deslumbrado ante la vista de Roma, reconoció que el emperador romano tenía necesariamente que ser un dios y que ningún hombre debía levantar su mano contra él. Por eso, no era invadirla y devastarla lo que querían, sino entrar y formar parte de ella. Vivir como romanos significaba una vida mejor. Los bárbaros fueron los inmigrantes sin papeles del primer milenio. Quizás si estos bárbaros hubieran podido asentarse definitivamente en tierras germánicas, la historia de estas tribus hubiera sido muy distinta. Pero llegaron los Hunos y con ellos la huida hacia el sur. Godos, Suevos, Alanos y demás pueblos lo tenían claro, dentro de las fronteras de Roma estarían a salvo. Pero esta gran civilización, quizás adelantada a su tiempo, que había conseguido que una vasta extensión de tierra con tantos pueblos diferentes hablaran una sola lengua, estuvieran todos bajo unas leyes comunes y bajo el mando de un solo emperador, estaba al borde del abismo. Y fue el efecto mariposa provocado por los hunos, siglos atrás, los desencadenantes del cataclismo. Pensemos en lo que llegó a ser el Imperio. Roma limitaba al norte con el mar Negro, el Rin y el Danubio; al sur, con los desiertos del Sáhara y Siria; al este, con el río Éufrates y, al oeste, con el océano Atlántico. Algunos emperadores que se empeñaron en recorrer sus límites a caballo quedaron impresionados, pues solo así lograron hacerse una idea de la gran extensión que ocupaba su imperio. A la vez, pudieron también hacerse una idea de lo difícil que resultaba gobernar semejante extensión. En el siglo III Roma se sentía orgullosa de sus logros. Con sus fronteras controladas, la paz romana era un hecho. Pero fue entonces cuando el vicio y el desenfreno se apoderó de ella. Geta, Caracalla, Macrino, Heliogábalo y Severo Alejandro murieron uno tras otro, entre el 211 y el 235. Y murieron violentamente, asesinados. Fue entonces cuando comenzó la decadencia, para terminar, no en una muerte súbita, sino en una larga agonía que duraría tres siglos. Cercanos al año 300 el emperador Diocleciano decide fijar su residencia en Nicomedia, en Asia Menor, junto al mar Negro. ¿Por qué? Para vigilar de cerca las fronteras, decía él. La realidad era muy distinta, tenía miedo a ser asesinado como todos los que le precedieron. El resultado fue que este emperador logró sobrevivir en el trono 21 años. Casi tanto como todos los 5 anteriores juntos. ¿Y por qué estas intrigas palaciegas y estos asesinatos? Veamos, porque si ya con un gobernante había líos, imaginemos qué no habría con cuatro. ¿Cuatro? Sí, cuatro, porque Diocleciano nombró un coemperador. Quizás por aquello de “yo me quito de en medio y si vienen a asesinarme que te asesinen a ti.” El caso es que Dioclesiano y Maximiano gobernaron juntos como emperadores. Pero aún hay más, porque los emperadores, con título de augustos, debían nombrar en vida a sus sucesores, a los cuales se les daba el título de césares. Diocleciano eligió a Galerio y Maximiano a Constancio Cloro. También había un acuerdo de que en el caso de sobrepasar los 20 años de mandato, el emperador debía abdicar a favor de su sucesor. Ya tenemos a los cuatro gobernantes. Dos en el poder y dos esperando que alguno dejara este mundo cuanto antes. Por cierto, nadie quería vivir ya en la ciudad de Roma, por si acaso. Tal abandono y tanto candidato al poder no podía desembocar más que en una guerra civil tras otra. Y mientras los romanos se ocupaban de defenderse de sí mismos, los bárbaros veían el momento de atacar las descuidadas fronteras, lo cual facilitaba también el empuje que venían realizando los hunos desde el norte, porque pare entonces, las diferentes tribus escindidas de los Xiongnu que habían asolado China se dispersaron por lugares como Persia, en la actual Afganistán, lugar estratégico por donde pasaban las rutas comerciales de oriente a occidente, y a varios lugares de la India. Y cómo no, a las fronteras del Imperio Romano.La gran persecución
En el año 370 los Hunos, acaudillados por un tal Balamber, entran en Ucrania y atraviesan el río Don, considerado la frontera natural entre Asia y Europa. Por aquellas tierras se hallaban asentados dos pueblos germanos, los Alanos al este y los Godos al oeste. Recordemos que los Godos se habían dividido en dos grupos, los llamados Visigodos y Ostrogodos, por lo que, los que encontramos en Ucrania serán los Ostrogodos.
Los Alanos eran pastores nómadas, y se dice de ellos que no sabían cultivar, que solo comían carne, que eran altos, fuertes y muy belicosos. Solían adornar las crines de sus caballos con las cabelleras arrancadas a los enemigos vencidos. Unos guerreros salvajes y temibles, por lo visto. Pero aquel que pensara que los alanos eran temibles, era porque no había sufrido aún los ataques de los Hunos. Se cuenta que una ola de destrucción barrió todo el espacio comprendido entre el río y el territorio de los Alanos, que finalmente, y después de duras batallas, tuvieron forzosamente que unirse a ellos o morir.
Cinco años más tarde le llega el turno a los Godos, que gobernados por Hermanarico gozaban de ricas comarcas y se dedicaban al cultivo, puesto que los Godos no eran nómadas y formaban poblados de chozas. Este pueblo, al igual que los Alanos, se habían hecho temer y respetar, pero a diferencia de ellos y debido a la admiración que sentían por el imperio de Roma, habían ido asimilando muchas de sus costumbres. Eran pues, más civilizados. Pero ni su nivel de civilización ni su poder guerrero fueron suficientes ante la ferocidad de los Hunos. La suerte que corrieron fue la misma que la de sus vecinos los Alanos. Cuentan que Hermanarico, al ver a su pueblo derrotado, se suicidó. Otras fuentes aseguran que no fue así, y Hermanarico vivió durante mucho tiempo más, superando los 100 años. Ambas versiones difieren de lo que afirma Alfonso X el Sabio, que en sus crónicas cuenta que murió valientemente en combate.
En cualquier caso, los Ostrogodos tuvieron que someterse y convertirse forzosamente en aliados de los Hunos. Aunque no todos; hubo otros que optaron por alejarse de ellos y tomaron otro camino. Los que se convirtieron en aliados quedaron bajo el mando de Hunimundo. Los demás fueron conducidos por dos caudillos, Alateo y Safrax, hacia el río Dniéster, donde se asentaban los otros godos, los Visigodos. No hubo saludos ni abrazos de confraternidad, porque no hubo encuentro. Por causas que se desconocen, ambos grupos se evitaron mutuamente. Y a todo esto, a los Ostrogodos les venían pisando los talones los Hunos y esto hizo que, si los Visigodos no quisieron encontrarse con sus antiguos paisanos, sí tuvieran que hacerlo contra los bárbaros de las estepas.
Atanarico, al mando de los Visigodos ya les estaban esperando. Pero los Hunos, que habían enviado observadores fueron advertidos e idearon una maniobra muy hábil. Durante la noche rodearon y atravesaron el río para caer por sorpresa sobre ellos al amanecer. No pudieron los Hunos tener una victoria completa sobre Atanarico, que consiguió poner a los suyos a salvo huyendo por un profundo bosque. ¿Y por qué los Hunos no consiguieron darles caza? Por algo que se ha repetido posteriormente en multitud de ocasiones. Por el cuantioso botín que arrastraban y que se había convertido en un verdadero lastre. Fue así como Atanarico consiguió dejarlos atrás y sacarles una gran ventaja hasta llegar a la desembocadura del río Hierasu en el Danubio, donde le dio tiempo a construir una fortificación. Aquello los libró de una masacre.
De igual manera, los Hunos fueron persiguiendo a los Gépidos, a los Vándalos, y otros pueblos. Aquello produjo en poco tiempo un gran movimiento migratorio como no se había visto jamás, y todos ellos con el mismo camino, la frontera del imperio Romano.

Al otro lado del Danubio
Era el año 376. Al emperador Valente le llegó un mensaje de socorro. Al otro lado del Danubio, que servía de frontera entre los romanos y los pueblos germánicos, se hacinaban miles de personas que pedían cruzar el río. Valente, en un principio, ignoró la llamada de auxilio, pero terminó enviando a unos observadores que le confirmaron el peligro que corrían. Estaban expuestos al ataque de unos bárbaros que venían destruyéndolo todo a su paso. El pueblo en peligro, compuesto por unas 200.000 personas eran lo Visigodos. Sus perseguidores eran los Hunos. Valente, que ya se había enfrentado a Atanarico años atrás, conocía bien a este pueblo. Sabía que eran un pueblo fiero y valiente, y en alguna ocasión tuvo que firmar tratados de paz con ellos. Muy temibles debían de ser los Hunos para tener aterrorizados a los Godos. Había que tomas una determinación. Las patrullas romanas cruzaron el Danubio en barcazas. La operación debía realizarse con la mayor brevedad posible. Se había pactado la entrada de los Visigodos para que se instalaran en territorio romano a cambio de su lealtad a Roma. Por lo tanto, los Visigodos pasaban a ser los defensores de la frontera. Favor por favor. En medio de la operación se divisan avanzadillas bárbaras, los Hunos han descubierto la huida. Había que darse prisa. Y entonces cunde el terror. La gente se apelotona en las barcas y muchos son los que optan por cruzar a nado. Los Hunos se les echan encima y entre godos y romanos los retienen como pueden. Finalmente la operación se completa, pero muchos son los que han muerto, sino en la lucha, ahogados en su afán por cruzar el río. El resto de esta historia ya la conocemos. Los Visigodos se asentarían como pueblo federado en los territorios de Misia, Tracia y Dacia. Luego vendrían los desencuentros que haría que Alarico perdiera la paciencia. En cuanto al resto de pueblos que huían de los Hunos, muchos fueron los que se internaron en el imperio y se fundieron en él como mercenarios. Otros fueron combatidos y rechazados, y no fueron pocos lo que finalmente se agregaron a los Hunos. Más de media Europa queda ahora en poder de lo Hunos, que de esta manera y en muy poco tiempo han creado un gran imperio que llega desde el mar Negro hasta el Báltico y el mar del Norte, y desde Rusia hasta la actual Francia, Italia y Grecia. Si Godos y Alanos habían cruzado el río, los Hunos no iban a ser menos. Pero mientras los demás buscaban la protección del Imperio, ellos buscaban sus riquezas. Fue en el año 395 cuando se produjo la primera invasión de los Hunos en el Imperio. Un año muy señalado ya en nuestros relatos sobre los Godos, pues fue el año en que Alarico fue coronado rey de los Visigodos, el año en que murió el emperador Teodosio, padre de Gala Placidia, y también el año en que nacía Atila. Aprovechando que era invierno y el Danubio estaba helado, los Hunos lo cruzaron y entraron en las provincias romanas. Los habitantes de Tracia sufrieron los saqueos y los asesinatos más crueles. San Hipatio, que visitó a los monjes de Tracia, lo contaba más tarde en sus crónicas, porque fue testigo de la desolación que los bárbaros dejaron tras de sí. Los monjes se quejaban de la falta de medios para defenderse, por lo que los bárbaros no encontraban prácticamente resistencia. Hipatio también contaba más tarde a sus discípulos la siguiente historia: “Dios protegió a sus siervos y el enemigo fue rechazado. Había un agujero en el muro y uno de los monjes arrojó por allí una piedra que alcanzó a un guerrero huno. Los restantes hunos, sin duda espantados al ver una señal divina, montaron en sus caballos y huyeron”. Realidad o leyenda, parece ser que lo que realmente contaba Hipatio era la valentía con que los monjes hicieron frente a los salvajes hunos, levantando con sus propias manos barricadas de defensa. Dalmacia también tembló cuando los hunos se aproximaban, y en vista de lo sucedido en Tracia, según cuenta Claudiano, se apresuraron a abrir las puertas de la ciudad antes de que ellos las echaran abajo. Y mientras tanto, ante el temor de que los hunos atacaran Jerusalen y se apoderaran de los tesoros sagrados, se apresuró a defender la ciudad un ejército aliado de godos y romanos. El poeta Cirillonas se lamentaba así: “Si los Hunos nos conquistan, ¡oh, Señor¡ ¿por qué me he refugiado con los santos mártires? Si sus espadas asesinan a mis hijos, ¿por qué abracé tu exaltada cruz? Si vas a rendirles mis ciudades, ¿dónde estará la gloria de tu Santa Iglesia?”Descendientes de hechiceras
Llegados a este punto cabe preguntar, cómo podían ser tan terribles e invencibles los guerreros Hunos. Los romanos llegaron a pensar que no eran humanos, que eran descendientes de brujas y espíritus malignos. Esta es la descripción (abreviada) que hace de los Hunos el historiador del siglo V Paulo Osorio: “Los Godos, al llegar a las tierras de Escitia, encontraron a ciertas hechiceras. A su rey Filimer le causó recelo y mandó que las arrojasen de entre los suyos hasta un terreno solitario y desierto. Los espíritus inmundos que vagaban por el desierto tuvieron relaciones con ellas y dieron origen a esta raza (los Hunos). Permanecieron al principio entre pantanos, encogidos, negros, enfermizos, perteneciendo apenas a la especie humana, y pareciéndose muy poco su lenguaje al de los hombres. Sus rostros espantosos, como masa informe de carne, hacían huir a todos de su presencia dominados por mortal espanto. Su tez tenía horrible negrura y sus ojos parecían agujeros. Su firmeza y valor se revelan en su terrible mirada. Ejercen la crueldad hasta con sus hijos desde el día en que nacen, porque empleando el hierro, surcan la mejilla a los varones para que antes de mamar la leche se acostumbren a soportar las heridas. Por esta razón envejecen sin barba después de una adolescencia sin belleza, porque las cicatrices que deja el hierro en sus rostros extinguen el pelo en la edad en que tan bien sienta. Son pequeños, pero esbeltos; ágiles en sus movimientos y muy diestros para montar a caballo; anchos de hombros; armados siempre con el arco y prontos para lanzar la flecha; firme la apostura y la cabeza alta, siempre con orgullo; bajo la figura del hombre vive la crueldad de las fieras.” El relato que hacía este historiador es a todas luces producto de su imaginación o basado en alguna leyenda, o quizás en el hecho de que los Hunos hubieran perseguido sin piedad a los Godos. En realidad perseguían a todo el mundo. Sobre la descripción del rostro, el hombre se despachó a gusto. Puede que los rasgos orientales de aquel pueblo no fueran los más bellos del mundo conocido hasta entonces, pero lo que está claro es que entre los romanos no causaron sensación. En cuanto a las heridas producidas por hierros a sus hijos nada más nacer, se trataba en realidad de unas estructuras metálicas que deformaban el cráneo. Una costumbre que no era exclusiva de este pueblo, pues muchos otros practicaban cosas parecidas, y sin ir más lejos, hoy día podemos ver cómo las mujeres de ciertas tribus se colocan aros alrededor del cuello para alargarlo. Amiano Marcelino, general historiador romano, aunque más realista, también quedó espantado del salvajismo de esta gente: “Los Hunos superan en ferocidad y barbarie a cuanto se pueda imaginar. Viven como animales. No cocinan ni sazonan los alimentos, viven de raíces silvestres y carne macerada bajo la silla de montar. Desconocen el uso del arado, las viviendas sedentarias, casas y chozas. Se han curtido desde la infancia en el frío, el hambre y la sed. Sus ganados les siguen en sus migraciones arrastrando los carros en los que se encierra su familia.” Está claro que el refinamiento romano, quizás demasiado fino para la época, hizo que éstos quedaran escandalizados con las costumbres y hasta con el tipo de comida de los Hunos. Pero sin duda, lo que más llamó su atención fue su forma de luchar. Y es en este punto, donde cabría poner en duda si los Hunos eran tan salvajes como los romanos los pintan. Para empezar, habían aprendido por ellos mismos a domesticar los caballos desde hacía siglos atrás. Pero además de esto, habían aprendido a escoger las mejores razas para el desplazamiento continuo de un lado a otro, caballos pequeños y ligeros que alcanzaban gran velocidad. Esto les posibilitaba el ataque por sorpresa y la rápida huida. Pero es que además, los hunos eran verdaderos contorsionistas y equilibristas encima del caballo y manejando sus arcos, porque también perfeccionaron el arco. Los fabricaban con un combinado de madera y hueso y eran asimétricos, de diferente largo en cada extremo, con lo que la flecha no se situaba en el centro para dispararla. Siendo más corta la parte inferior se facilitaba su uso desde encima de un caballo. Esto permitía que el arco pudiera ser más grande y por lo tanto más potente. Buenos jinetes, buenos arqueros, pero lo del equilibrio tiene truco, porque los hunos utilizaban algo que los romanos desconocían, los estribos. Los romanos necesitaban una mano para la espada o la lanza y la otra para sostenerse sobre el caballo. Los Hunos se apoyaban y mantenían el equilibrio con los pies sobre el estribo y podían utilizar las dos manos para disparar sus flechas. El arco no era desconocido para los romanos. Ya lo habían visto en las tropas sirias y ellos mismos los utilizaban desde hacía algunos siglos, pero nunca lo habían visto manejar con tal velocidad, con tal precisión y con tal alcance, como el que manejaban los temibles Hunos. Por eso, enfrentarse a los guerreros hunos era como meterse de lleno en un avispero.Atila
Rugila era rey de los Hunos y no era un salvaje. Su conocimiento y relación con el mundo romano le había proporcionado cierto grado de civismo y tal como le ocurría a los Godos, tuvo el deseo de entrar en Roma por la puerta grande y llegar a ser ciudadano con derechos. Pero Rugila no estaba ya en edad de hacerse demasiadas ilusiones y pensó que, si él no tenía tiempo de llevarlas a cabo, sí podrían hacerlo sus descendientes. ¿Qué descendientes, si Rugila no tuvo hijos? Bueno, a falta de hijos buenos son los sobrinos y él tenía dos, los hijos que su hermano Mundzuk le confió al morir a principios del siglo V. Estos niños eran Atil y Bleda. Atil se llamaba así, no es un error de escritura; lo de Atila vendría más tarde. Pues Rugila se propuso que estos niños, futuros líderes del imperio Huno, debían recibir una buena educación y convertirse en personas civilizadas. Bleda tenía 10 años y Atil 6 cuando fueron llevados a Roma y allí estudiaron latín, artes, ciencias y todo el refinamiento que se solía enseñar en aquella época. Aunque no se recogen detalles, seguramente fueron puestos al cuidado de alguna familia romana amiga de Rugila, que como ya se ha dicho, tenía amistades en la capital. Sobre Atil se cuenta que era tan robusto y grande al nacer, que su madre murió en el parto. No se sabe si esto es cierto, pero de mayor era más bien pequeño aunque con anchas espaldas y muy musculoso. De piernas arqueadas a causa del caballo que parecieron a los romanos una nueva deformidad. De ojos negros y achinados y los pómulos salientes típicos de los mongoles. La barba apenas le crecía. Nariz chata y menuda y cuello corto y ancho. Todo esto le confería un aspecto bastante feroz y agresivo, pues cuentan que no se le podía mirar sin sentir un escalofrío de terror. Sin embargo, Prisco de Panio, un diplomático romano, que conoció a Atila personalmente entre los años 448 y 449, lo describió como un individuo de pequeña talla, robusto, con la cabeza grande, los ojos hundidos, la nariz chata y la barba rala. De costumbres austeras y algo irascible, pero no tan bruto y terrorífico como se ha dicho de él. Esta es la descripción que algunas crónicas romanas dan sobre el que estaba destinado a ser el futuro rey de los hunos. En cuanto a su nombre Atil, se dice que se lo pusieron en recuerdo de un antepasado guerrero y caudillo. El nombre significaba “gran padre.” Atila fue como le llamaron los Godos y fue el nombre que nos ha llegado hasta nuestros días.

Bleda y Atila, reyes de los hunos
El Imperio Occidental Romano ya había recibido un serio revés con Alarico al mando de los godos. Ahora Roma temblaba de nuevo bajo la amenaza de los hunos. Porque en Roma, por muy civilizada que estuviera, sus gobernantes eran asesinados entre ellos mismos, mientras godos y hunos necesitaban de sus reyes para seguirles donde ellos quisieran. En el caso de los hunos, no era uno, sino dos los reyes hermanos que gobernaban siendo Atila y Bleda unos niños. Turda había dejado el gobierno en manos de sus dos hijos Mundzuk y Rugila. Mundzuk, el mayor, murió y dejó sus dos pequeños al cuidado de Rugila. También recayó en él el liderato en solitario del imperio. Rugila fue en gran rey que puso sobre las cuerdas al Imperio Romano hasta el punto, que para tenerlos alejados, Teodosio II les pagaba una cifra de 350 libras de oro anuales. Hasta ese punto había caído Roma, que pasó de ser un un poderoso y temido imperio a ser un pueblo vasallo de los Hunos. Cuando murió Rugila, los sacerdotes de las iglesias cristianas del Imperio bizantino se felicitaban y gritaban: «ha muerto Rugila, ha muerto el demonio, ha muerto el diablo». Había muerto “el diablo”, sí, pero no tenían ni idea de que pronto reinaría “el azote de Dios.” En el año 433 moría Rugila y dejaba al mando a los dos hermanos, Bleda y Atila, que contaban 42 y 38 años respectivamente. Los dos habían sido valerosos guerreros cuando gobernaba su tío y ambos fueron hombres clave en las derrotas que los hunos infringieron al Imperio. Ahora estaban al mando, habían heredado un imperio aún más poderoso que el de Roma, que les rendía vasallaje. Y así seguirían de momento, pues Bleda y Atila renovaron el pacto de paz, mientras los romanos siguieran pagando sus tributos, que ahora se habían duplicado. De esta manera Roma se los quitaba de nuevo de encima y ganaba tiempo para rehacer a sus maltrechas legiones. Pero Bleda y Atila no se mantenían quietos y pasaron cinco años haciendo incursiones por Asia mientras mantenían la paz con Roma. Bleda murió en el año 445 a los 54 años víctima del ataque de un oso mientras cazaba junto a su hermano Atila. Hay quien sospecha que fue su hermano quien le mató para quedar como rey absoluto. Pero como tantas otras historias inciertas, nunca lo sabremos. Atila quedaba así como el único rey de los hunos. Por aquellos entonces Gala Placidia debía tener sobre 55 años, después de haber gobernado como regente del imperio hasta que su hijo Valentiniano tuviera la edad suficiente para hacerlo en solitario. Valentiniano era ahora el emperador y tenía 26 años. Muy joven, pero además con una personalidad muy débil, debido al exceso de protección de su madre que gobernó por él durante su niñez. Pero además, Gala Placidia tuvo una hija, Justa Grata Honoria, más conocida por su último nombre en honor a su difunto tío el emperador Honorio. Pues atención con esta niña, porque está a punto de dar la nota. Atila ya es rey en solitario y en estos momentos, previo pago de los tributos exigidos, reina la paz entre hunos y romanos. Pero corren tiempos difíciles y la crisis, que no es un invento moderno, aprieta lo suyo. La unificación de todas las tribus hunas y la adhesión de los últimos pueblos germanos que quedaron al otro lado del Danubio habían hecho que el imperio Huno tomara unas medidas gigantescas. Y mantener un imperio que abarcaba casi todo lo que hoy es Europa no salía barato, y mientras hay paz no hay saqueos, ni grandes botines con que llenar las arcas. Habría que pedir un aumento de los tributos a Roma. Teodosio se echó a temblar, como temblaba cada vez que le hablaban de los hunos, así que no se negó, como no se había negado nunca cada vez que los hunos querían sacarle dinero. Era eso o exponerse a los terroríficos ataques de Atila. Teodosio II, había sido siempre un emperador débil, demasiado débil, que en vez de pensar en el bien de Roma se dedicó a convertir su palacio en un convento lleno de frailes y monjas. No nos confundamos con Teodosio I el Grande, padre de Gala Placidia, que sí fue un gran emperador, como su sobrenombre indica. El Teodosio que ahora nos ocupa era el emperador de la Roma oriental (En la occidental gobernaba ya el hijo de Gala Placidia), y como ya hemos dicho, se echaba a temblar y prefería dar todo el oro que le pidieran antes que enfrentarse a ellos. Porque aún teniendo un tratado de paz, cada vez que le decían que Atila quería verlo le daba un vuelco el estómago. Todo venía de años atrás, cuando firmaron el primer tratado. Constantinopla ya no podía soportar más las embestidas de los hunos y acordaron pagar para alejarlos. Atila y Bleda desaparecen durante años. ¿Dónde estaban? Intentando conquistar Persia. Pero se ve que las cosas no les salieron tan bien como habían planeado y volvieron con el rabo entre las piernas. Furiosos. ¿Con quién la van a pagar? Con el enclenque de Teodosio. No tardaron en encontrar una excusa para tomarla con él. Según ellos, el obispo Marqus había cruzado el Danubio y había profanado las tumbas de los Hunos. Parece ser que tenían la costumbre de enterrar a sus muertos con objetos muy valiosos, y en el caso de sus reyes con verdaderas fortunas. Pues bien, según Atila, el obispo era un ladrón de tumbas. Las represalias iban a ser brutales. Sabían que los romanos no tenían legiones en los Balcanes en aquel momento, y allí se dirigieron a devastar la región. Fue un acto vandálico injustificado y hasta cobarde. Pero de alguna forma tenían que aplacar la rabia por no haber podido conquistar Persia. De esta forma tenían acobardado al débil Teodosio, que sabían que no opondría resistencia ni se negaría a cuanto le pidieran. Por otra parte, esta forma de evadir el enfrentamiento estaba beneficiando, sin que se percataran de ello, a las legiones romanas, que no estaban expuestas al desgaste que hubiera supuesto el guerrear continuo contra los Hunos. En la otra parte del Imperio, en la occidental, Gala Placidia y su también débil retoño tenían ahora problemas con los vándalos que ocupaban la provincia Bética. Estos vándalos estaban ahora a punto de cruzar el estrecho de Gibraltar para negociar, a instancias de Gala Placidia, con el gobernador del norte de África. La negociación no salió como estaba planeada. A los Vándalos les gustó el lugar y decidieron quedarse repoblando de nuevo la antigua ciudad de Cartago, que estaba abandonada y que declararon su capital. Roma se libraba de los Vándalos en la Bética, pero al asentarse en el norte de África, ahora controlaban la ruta del grano que llegaba a Roma. Recordemos que esto fue lo que intentó hacer en su día Alarico. Gala Placidia y su retoño tenían ahora un problema aún más grave, pero al igual que su sobrino Teodosio, no estaban en condiciones de enfrascarse en una guerra. Mejor harían en llevarse bien con ellos. En estos casos, reyes y emperadores siempre recurrían al mismo sistema, emparentar las familias. La hija de Valentiniano y nieta de Gala Placidia, a la que llamaron Eudoxia, era prometida en matrimonio al hijo del rey vándalo, aun siendo unos niños. A pesar de la mala fama de los vándalos, las crónicas hablan de la odisea de este pueblo, que al igual que los visigodos, solo buscaban un hogar donde establecerse y formar su nación. Se dice que los vándalos por fin encontraron su tierra prometida y que no solo respetaron las ciudades que ocuparon, sino que se integraron completamente con las costumbres romanas, aprendieron a hablar el latín y adoptaron sus leyes y costumbres. Y aún se mostraron más civilizados que los propios romanos, pues prohibieron los horribles espectáculos entre gladiadores en los circos, donde en vez de eso pasaron a representar comedias y tragedias. Finalmente, esta provincia romana acabaría independizándose de Roma. Los vándalos habían cumplido su sueño, mientras al norte de Hispania, los visigodos se afanaba en cumplir el suyo. De momento gozaban de cierta independencia en las tierras que les habían concedido al suroeste de las Galias. Pero espesos nubarrones aparecían en el horizonte visigodo.La princesa y el bárbaro
El 26 de julio del año 450 el emperador Teodosio II se hallaba de caza junto al río Lycus. Perseguía una buena pieza cuando de pronto cayó del caballo y se dio un mal golpe en la cabeza. Pobre Teodosio, hasta para montar a caballo era inútil. Dos días más tarde moría a causa del golpe. Aquello iba a traer un cambio radical en las relaciones entre hunos y romanos. Pulqueria, la hermana de Teodosio fue la que se hizo cargo de la regencia del Imperio de oriente. Pero en aquellos tiempos, una mujer, si quería gobernar, tenía que hacerlo siempre a la sombra de un hombre, así que se casó con Marciano de Tracia, un militar recto y leal cuyo lema era el siguiente: «Los reyes no deben hacer la guerra cuando sea posible conseguir la paz». Sabias palabras sin duda que mandó esculpir en la pared de su palacio. A pesar de todo, este militar no estaba dispuesto a conseguir la paz a cualquier precio. Y el precio que Teosodio había estado pagando era demasiado alto, además de la humillación que suponía ser vasallos del bárbaro. Aquello no podía consentirse y Marciano hizo llegar el siguiente mensaje a Atila: “tengo oro para los amigos del Imperio, para los enemigos solo tengo hierro”. Duras palabras que enfurecieron a Atila. Constantinopla estaba ahora bajo la amenaza de un inminente ataque de los hunos. Pero Marciano no era débil como Teodosio, sino un militar curtido que respondió: aquí te espero. Atila, una vez se hubo calmado, lo pensó detenidamente. Un ataque a Constantinopla no era lo más sensato. No era la primera vez que se plantaba con su enorme ejército ante sus murallas y solo había perdido el tiempo. Sus murallas eran inexpugnables. En otras ocasiones se había dedicado a saquear una región tras otra hasta conseguir que Teodosio se rindiera a sus pies, pero estaba visto que Marciano era de otra casta y con él no conseguiría nada. ¿Y si lo intentaba con la otra mitad del Imperio? Atila volvió entonces su mirada hacia Valentiniano y Gala Placidia. Un ataque indiscriminado al Imperio de occidente, así, por las buenas, no era digno de él. ¿Se había convertido Atila, a sus más de 50 años, y a pesar de sus iras, rabietas y pataleos, en una persona civilizada y diplomática? Necesitaba una excusa, un desencadenante. Quizás esa excusa que andaba buscando estaba en la Galia. Allí se refugiaban los Godos, enemigos de los Hunos y aliados romanos. Un ataque a los Godos podía servir. Pero lo que no esperaba Atila era que esa excusa se iba a ver respaldada además, con un mensajero que vino a entregarle una carta acompañada de un anillo. Honoria era una niña malcriada, eso fue lo que demostró ser. O quizás una jovencita incomprendida que se había enamorado de un funcionario indigno de su clase. Valentiniano, su hermano, no podía consentir tal relación. Pero aquella relación siguió adelante y Honoria se quedó embarazada. Valentiniano se apresuró enseguida a buscarle un marido que tapara la vergüenza de su hermana y le diera un nombre a su futuro sobrino. Flavio Baso Hercolano, un rico senador, era el indicado. A Gala Placidia, que andaba en aquellos entonces delicada de salud, no le vino nada bien aquel disgusto y todo aquel tropel que estaba liando Valentiniano, que llegó a encerrar a su hermana para que no pudiera escapar, porque por supuesto, Honoria se negó a aceptar un marido impuesto a la fuerza. En su encierro, Honoria se valió de algún criado fiel para pedir auxilio. No se le ocurrió a la niña otra cosa que pedírselo al mismísimo Atila. En la carta que le envió le ofrecía su mano, y para que no hubiera duda de la autenticidad del mensaje, le hizo llegar también su anillo. La interpretación de algunos historiadores sobre estas crónicas, no muy claras, es que Honoria en su desesperación al verse encerrada y a punto de casarse con alguien al que no amaba y no era el padre de su hijo, no se le ocurrió nadie más para que viniera auxiliarla. El anillo no sería un símbolo de compromiso para casarse con él, sino una recompensa, o un anticipo, pues era lo único que tenía en aquel momento. Pero a Atila no le convenía darle otro sentido que no fuera el de compromiso de matrimonio. Casarse con Honoria significaba meterse de lleno en el Imperio, una forma impecable de conquistarlo, y la negativa a que el matrimonio se celebrara era una excusa también impecable para atacar. Ambos casos favorecían sus planes. Atila envió un mensaje a Valentiniano en el que le pedía encarecidamente el cuidado de su hermana, pues de lo contrario acudiría a socorrerla, como prometida suya que era. La respuesta que obtuvo de Valentiniano fue un rotundo no a aquel descabellado compromiso, y además quiso matar a su hermana. Honoria debía pagar con la muerte aquel desaguisado, pues había puesto en peligro la integridad del imperio ante los bárbaros. Era hora de que Gala Placidia hiciera valer su potestad de madre y antigua regente del Imperio. No han llegado hasta nosotros sus palabras, pero podemos imaginarnos la desesperación de una madre, que ve enfrentados a dos hermanos, y que además la vida de uno de ellos corre peligro a manos del otro. Por no mencionar la vida de su futuro nieto. Su angustia debió ser inmensa y perjudicial para su delicada salud. Pero al final consiguió que Valentiniano la perdonara y solo la desterró. En la Galia mientras tanto, los Visigodos ignoran que un cabreados Atila avanzaba hacia ellos haciendo temblar la tierra, tal como temblaban los habitantes de las aldeas por donde pasaba. Atila quiere vengar la ofensa de la que ha sido objeto por parte de Roma, primero Marciano le niega el tributo, ahora Valentiniano le niega a su hermana. La rabia, la ira y el ansia de destrucción le invaden.El azote de Dios
La última vez que nos ocupamos del rey Walia fue en 416 y lo dejamos limpiando de bárbaros las provincias Hispanas. Para acometer tal misión, Walia recibió de Roma la altísima graduación de magister militum, es decir, general. La buena preparación de los 50.000 hombres de Walia hizo que éstos no obtuvieran demasiada Resistencia y en un año habían hostigado a los vándalos de la Bética, a los alanos de la Cartaginense y Lusinania y vencido al rey Fridibaldo que además fue capturado y enviado a Roma. En menos de dos años la limpieza estaba casi completada. Los últimos vándalos, suevos y asdingos se encontraban cercados en el noroeste hispano y muchos de ellos comenzaban ya a pasarse a las filas de Walia. Pero antes de lanzar su ataque final recibió la llamada de Constancio. Debían retirarse y unirse al resto de su pueblo, su misión había terminado y Roma, en cumplimiento de lo acordado les cedía Aquitania y zonas limítrofes al suroeste de la Galia. ¿Por qué los llamó Constancio antes de vencer definitivamente a los bárbaros? Constancio, ya lo hemos dicho, era un ambicioso y ya que prácticamente todo el trabajo estaba hecho, quería atribuirse el mérito que ser él quien finalmente los rindiera. A Walia, lo que realmente le interesaba ahora era ver feliz a su pueblo, que después de dos años de duro trabajo por fin habían conseguido una tierra donde establecerse. Nacía el reino visigodo de Tolosa. Pero poco pudo disfrutar Walia de su flamante reino, y aquel mismo año de 418 moría de una enfermedad desconocida. Su sobrino Teodorico fue el sucesor. Durante unos años, Teodorico siguió cumpliendo con el tratado firmado por Walia. Se habían establecido en Aquitania en régimen de hospitalitas, y eso los convertía en aliados de Roma. Pero a la muerte de Constancio y Honorio, Teodorico dio por finalizado su compromiso y se declaraban definitivamente independientes, a la vez que veían la oportunidad de extender su reino. Mientras tanto, y aprovechando también la muerte de Constancio y que los Visigodos no los hostigaban, los bárbaros volvían a hacer de las suyas en Hispania. suevos, alanos y vándalos se enfrentaban entre sí, y fue cuando parte de éstos últimos, unos 80.000, pasaron a África (ya lo hemos contado) para fundar allí su reino definitivamente. Dicen que Teodorico fue un buen rey, tolerante e inteligente, quizás por eso no tuvieron demasiados problemas a la hora de integrarse con los galo-romanos que ya habitaban Aquitania. Además, éstos, que no se sentían demasiado seguros bajo la protección romana, veían ahora garantizada su protección. En cuanto a sus relaciones con Roma, los visigodos seguían manteniendo respeto y admiración por la que había sido su reina junto a Ataúlfo. Por eso, cuando llegó la hora de la proclamación como emperador del pequeño Valentiniano bajo la regencia de Gala Placidia, obtuvieron todo el apoyo de Teodorico y su pueblo. Siguieron buenos años para los visigodos, que extendieron sus dominios mientras hacían y deshacían sus pactos con Roma, permitiéndose buenos periodos de paz en que Teodorico llegó a casarse. Mientras tanto, eran ajenos a las hazañas y tropelías del bárbaro entre los bárbaros. Atila era ya conocido como “el azote de Dios”, y si es cierto que por allí por donde pisaba su caballo no volvía a crecer la hierba, fue en aquellos días, en que furioso atravesó media Europa arrasándolo todo y sometiendo a cuanta tribu encontraba para añadirla a su enorme ejército. Se dice que por aquellos entonces hubo terremotos en Hispania, Italia y la Galia. Todo aquello, junto a la marcha emprendida por “el azote de Dios” no podía significar más que el fin del mundo y Atila era en enviado a destruirlo, el diablo, que había logrado reunir un ejército de nada menos que entre 500.000 y 600.000 bárbaros. Las legiones romanas eran comandadas por un hombre que en su infancia y juventud había tenido trato con Atila y ahora se preparaba para hacerle frente, el general Aecio. El 7 de abril del año 451 ya habían entrado en la Galia y atacado la ciudad de Metz. Fue el primer aviso y había que reaccionar inmediatamente. Aecio envió una embajada a Teodorico que consiguió la alianza del godo para el ejército de Roma. No solamente Roma le necesitaba, sino su propia nación, ya que Teodorico reinaba en Tolosa y los Hunos, si no se les detenía, continuarían avanzando hacia el sur e invadiendo su reino. Teodorico acudió llevando consigo a sus dos hijos, Turismundo y Teodorico.La batalla de los Catalaúnicos, la madre de todas las batallas
Vamos a ver el enfrentamiento entre las dos superponencias mundiales de la época, Roma y el imperio de Atila. No el imperio de los hunos, sino el de Atila. Y ahí radica la diferencia. Porque mientras Roma era una gran confederación de pueblos, muchos integrados a la fuerza, otros integrados voluntariamente, pero todos integrados de una forma u otra, bajo una misma ciudadania y unas mismas leyes, el imperio de Atila solo era un inmenso territorio dominado por un pueblo y un rey. De Atila y los Hunos se ha dicho que eran unos salvajes mientras otros matizan este apelativo y cuentan que no lo eran tanto. Pero lo que queda claro es que los pueblos germánicos dominados por Atila no gozaban de una estructura de estado avanzada como la conocida en Roma. Por muy “humanos” que fueran los Hunos, Roma era la civilización, el resto era la “barbarie”. Y esto ya queda reflejado en la forma de reclutar los enormes ejércitos que van a enfrentarse. Los Hunos recorren Europa, la arrasan si es necesario, para engrosar sus filas. Roma envía embajadores y pacta alianzas o contrata mercenarios. Esto marca una diferencia ya desde el comienzo. Atila entró en la Galia con casi 600.000 soldados. Alanos, ostrogodos, excitas, gépidos y otros pueblos que habían idos adhiriendo a las tropas, componían el gigantesco ejército. Por su parte, Aecio había conseguido reunir unos 400.000 hombres entre legiones romanas, Visigodos y algunos mercenarios recluidos de entre los bárbaros que circulaban por Hispania y la Galia. El primer choque tuvo lugar a unos 20 kilómetros de la ciudad francesa de Troyes. Los francos arremetieron contra los Gépidos, que fueron rápidamente arrollados. Rápidamente respondió Atila enviando a sus jinetes Hunos que cargaron contra los Alanos de la parte romana. El general Aecio sabía que la fortaleza de los Hunos radicaba en su caballería y sus mortales jinetes armados con arcos. También sabía que aquel enorme ejército carecía, sobre todo de orden y disciplina, pues estaba compuesto por multitud de tribus que ni siquiera entendían unas el lenguaje de las otras. Por el contrario, las legiones romanas habían sido siempre un ejemplo de disciplina, y su aliados visigodos habían demostrado ya su destreza en la batalla. Pero la caballería huna y su enjambre de flechas seguía siendo el principal peligro. Los soldados de Aecio caían a decenas en cada ataque. Así que el general romano ideó una serie de estrategias que obligaba a los jinetes hunos a descabalgar para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Y fue de esta manera como las tropas de Atila, con el paso de las horas, fueron desmanteladas. Dicen que el propio Atila temió ser capturado, y que preparó una pira funeraria para quemarse antes de ser cogido vivo. No hizo falta tal cosa, pues Aecio dejo que el ejército huno huyera sin ser perseguido. Sobre el campo de batalla quedaban 160.000 muertos de ambos bandos. Toda una masacre que pudo haber aumentado en número si Aecio los hubiera perseguido. Dejar escapar a Atila fue un error que le costaría caro a Roma, pero el general Aecio, bien sea por la amistad que un día les unió, o por la causa que fuere, prefirió dejarlo ir. En cualquier caso, la llamada batalla de los Catalaúnicos fue una gran victoria paras los aliados romanos y visigodos. Pero estos últimos habían pagado un alto precio, pues entre un montón de cadáveres apareció el de su rey. Teodorico había perdido la vida atravesado por una lanza enemiga.Después de la batalla
Muchos fueron los que lloraron la pérdida del noble rey de los Visigodos Teodorico. Había muerto valientemente por una lanza enemiga y por eso los suyos le alzaban en hombros y le aclamaban. Su actuación y la sus bravos guerreros había sido fundamental en aquella gran victoria contra los bárbaros del norte. Turismundo fue su sucesor. Ahora era el rey de un pueblo, que gracias a aquella gran batalla como aliados de Roma tomaba una nueva conciencia y se sentía más que una tribu vagabunda, y aunque se suele decir que el concepto de nación no existía todavía, los Visigodos comenzaron a sentirse ya como un verdadero pueblo, país, nación, o lo que quiera que se sintiera en aquella época. Turismundo tuvo sus más y sus menos con el general Aecio nada más acabar la batalla. La bronca fue debida a la decisión de no perseguir a Atila. Por lo visto, los Visigodos pudieron arrasar el campamento base de los Hunos y acabar con Atila, pero Aecio lo impidió. ¿Fue por la antigua amistad que le unía a Atila o por no permitir que los Visigodos se apuntaran ese importante tanto a su favor? Hay historiadores que opinan que Aecio no lo hizo por amistad, sino que renunció a una victoria completa porque temía que los Visigodos se sintieran más poderoso por derrotar al invencible Atila y se inflaran de orgullo y arrogancia hacia Roma. Un nuevo gesto de desprecio por parte de Roma hacia sus aliados, que hizo que ya desde un principio Turismundo quisiera romper los endebles lazos que les unía con el Imperio. Y un gesto que, por otra parte y como ya se ha dicho, iba a costar muy caro a Roma. Pero hubo más motivos por los que Turismundo comenzara ya su reinado como enemigo de Aecio. Por lo visto Turismundo no participó en la batalla, sino que permaneció apresado, rehén de Aecio. Estas prácticas no deben sorprender, pues eran comunes en la época. Un rehén importante como el hijo del rey Teodorico servía para que en ningún momento a los Visigodos se les ocurriera echarse atrás o traicionar a sus aliados uniéndose al enemigo. Una ofensa y una falta de confianza en todo caso, que a Turismundo no sentó nada bien, y todo esto iba a traer consecuencias. ¿Y qué fue de Atila? El rey huno tuvo un año para reponerse de tan amarga derrota. Su orgullo no le permitía resignarse y volvió para posicionarse en el punto donde lo dejó antes de la desastrosa batalla, como si nada hubiera ocurrido. Como si quisiera borrar aquel episodio de la historia. Atila entro de nuevo en Italia reclamando lo que según él le pertenecía: Honoria. La ciudad de Aquillea fue sitiada. Durante tres meses fue asediada y finalmente lograron entrar para arrasarla y dejarla totalmente destruida. Aquí, según las crónicas, tuvo su origen la ciudad de Venecia, pues cuentan que los habitantes que lograron huir se refugiaron en una zona pantanosa que más tarde daría origen a esta ciudad.
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